«La Reconquista» - Roberto Horacio Marfany (1907-1989)
Este sábado 12 de agosto se cumple un
nuevo aniversario de aquella magnífica y heroica gesta en la cual el ejército y
el pueblo de Buenos Aires, derrotaron al invasor inglés. Vaya, pues, nuestro
homenaje a quienes combatieron gallardamente y a quienes ofrendaron generosamente sus vidas en defensa de nuestra fe y de nuestro
territorio.
Esos recursos han sido
prolijamente investigados. Sin embargo, la causa del triunfo británico y su
posterior e inmediata derrota, no ha entrado en el cómputo como elemento
eficiente y ha sido, cuando más, registrado como hecho secundario o
circunstancial.
Es nuestro propósito dirigir la
atención a la causa de la derrota de nuestro ejército, primero, y de su
triunfo, después. Esa causa fue la cuestión religiosa que determinó uno y otro
resultado. Por cierto, que ningún historiador ha advertido su influencia
determinante.
1.600 combatientes ingles se
apoderaron de una Ciudad de 60.000 o 70.000 habitantes, distribuidos en la
planta urbana y sus aledaños, la cual poseía una fuerza militar superior a la
de los invasores. Las tropas regulares y voluntarias que salieron a combatir a
los intrusos apenas desembarcados en Quilmes, tenían confianza en el triunfo.
Pero el revés fue total. Y aunque la culpa del desastre se atribuyó a la
ineptitud del virrey Sobremonte y a la impericia de los jefes militares que
dirigieron las acciones, lo cierto es que la derrota no se explicó por sus
causas.
En la hora de la tribulación de la
cautiva Ciudad, los alardes militares de la víspera se convirtieron en oraciones
y plegarias, invocando la ayuda de Dios para el buen suceso de las armas en
justa causa. Y como aquellos hombres tenían fe verdadera, podían arrodillarse
sumisos ante la majestad de Dios, para presentarse altivos y arrogantes frente
a otros hombres en defensa de la Verdad.
Nadie que contemple con buena
voluntad a ese atribulado pueblo en oración, dejará de comprender que los
ruegos eran sinceros y que ellos esperaban del cielo los favores que no
pudieron alcanzar con las solas fuerzas humanas.
El historiador suele registrar
los hechos humanos sin advertir la influencia que en ellos tiene la
Providencia. Pero en el complejo de circunstancias que hacen posible la
dominación inglesa y su posterior sacudimiento, esa fuerza sobrenatural actúa
con singular evidencia.
En el Te Deum celebrado
en la Catedral de Charcas (Bolivia) el 3 de septiembre de 1806, para dar
gracias al Dios de los Ejércitos por la buena nueva de la Reconquista, el
canónigo Matías terrazas predicó en estos términos: «Por la correspondencia que
salió de Buenos Aires el 26 de junio, sabemos que los vecinos de Buenos Aires
se explicaban con un valor y generosidad que despreciaba al enemigo, que
graduaba de delirio su empresa y que inspiraba cierta seguridad en la victoria.
Pero es que al día siguiente ya el general inglés se apellidaba gobernador de
Buenos Aires por el rey de la Gran Bretaña. No busquemos la causa de esta
desgracia sino en nuestras culpas. Todos los medios de la prudencia humana no
son bastantes para sustraernos de las determinaciones de una providencia
soberana, cuando ésta está resuelta a castigarnos».
No dejó esas culpas en el
terreno de las suposiciones. Hizo de ellas una prolija enumeración, sobre la
que nosotros debemos reflexionar, porque son actuales y operantes en los males
que actualmente nos afligen. Para el canónico Terrazas ésta fueron las causas
de la derrota porteña: «Tanta afeminación en los hombres; tanta falta de pudor
en las mujeres; tantas omisiones culpables en los magistrados; tantos descuidos
en los padres de familia; tantas desobediencias en los hijos; tanta tibieza aún
en los ministros del santuario».
En el mismo orden de ideas
predicó Fray José Ignacio Grela en la ceremonia religiosa celebrada en la
Iglesia de Santo Domingo, el 24 de agosto de 1806, al rendir Liniers a la
Virgen del Rosario las banderas inglesas capturadas en la Reconquista. «Es
necesario confesar que la toma de Buenos Aires por las tropas inglesas –dijo–
fue un rayo de la Divina Justicia que quiso castigar por este medio nuestros
delitos; pero castigo al mismo tiempo en que se admira la Divina misericordia,
que preparó por este medio a sus fieles hijos y habitantes la ocasión más
oportuna para acreditar su religiosidad y patriotismo».
El ejército inglés dominó la
ciudad por la fuerza, pero no pudo someter las almas. Pues aunque el general
Beresford prometió públicamente respetar la libertad de culto a la Religión
Católica, prohibió por conducto privado la administración de los sacramentos y
la exposición del Santísimo en las Iglesias. Y no parezca extraño que esta
ofensa a nuestra Santa Religión tuviera más efecto que la posible prosperidad
económica que prometió con la proclamada libertad de comercio.
Un rudo soldado porteño, contemporáneo
de aquel tiempo, hizo esta descripción: «En los 47 días que duró la ocupación
inglesa, el pueblo estuvo oprimido sin que ningún oficio trabajase y ninguna
tienda vendiese nada; parecía plaga».
Un vecino de Buenos Aires, que
soportó el dominio inglés, describió así de los captores: «No solamente son
enemigos del Estado y la Nación sino, lo que es más, de Dios, su Iglesia, su
fe, su Religión, sus leyes, sus ministros, sus templos y todo lo más sagrado».
Y recuerda que mientras duró la ocupación en las Iglesias no se administraban
los sacramentos «por evitar la profanación, el sarcasmo, la irreligión y ultraje
del protestante».
Al Obispo de Santiago de Chile
le escribe un amigo desde Buenos Aires, el 16 de noviembre de 1806, en estos
términos: «Qué bien ha penetrado Vuestra Señoría Ilustrísima nuestra opresión
en medio de unos tiranos sin religión, sin humanidad, y unos piratas declarados
del género humano, cual miraban esta Capital los hombres sensatos; todo
expuesto a la mayor ruina y lo principal la religión; pero Dios Nuestro Señor
dio fin a tanta miseria en vista de las súplicas y ruegos de tantas buenas
almas como hay en esta Capital y especialmente este relicario de Capuchinos».
La Reconquista se opera el 12 de
agosto de 1806. Aparentemente una fecha cualquiera del almanaque. Pero el 12 de
agosto es el día de la festividad de Santa Clara, discípula de San Francisco,
que ahuyentó a los sarracenos que atacaron con intenciones de saqueo el pueblo
de Asís, con sólo mostrarles una hostia consagrada. Y los ingleses, que habían
impedido la exposición del Santísimo en las Iglesias de Buenos Aires, quedaron
derrotados el día de Santa Clara. Por ese favor, el Cabildo la juró por patrona
de la Ciudad. Hoy ya nadie recuerda este patronazgo, porque no tenemos memoria
de las cosas trascendentes. Esperamos, sin embargo, que ocurra otra Reconquista
de la Fe.
La expulsión de los ingleses fue
festejada con enorme regocijo y en distintos actos, religiosos y profanos,
porque fue una verdadera resurrección. Y circularon, entre otros, estos versos
que encarecen la liberación:
Por lo cual
debemos todos,
con
devoción la más tierna,
tributar a
Dios las gracias,
con
alabanzas eternas.
* En «Revista Cabildo», 2ª época – Año I – N°9 – 13 de agosto de 1977.
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