«Maurras católico» - Julio Irazusta (1899-1982)

Un librito emocionante[1], que atenacea la garganta y humedece los ojos y cuya lectura hay que interrumpir para poder recobrarse antes de volver la última página[2].

Tal vez se deba a la pasión que me ligó al espíritu de Maurras, y al arrepentimiento de no haber intentado tratarlo cuando pude hacerlo en la década del 20 al 30; por timidez –o por orgullo– no di el paso necesario. Pero no. La muerte de un gran hombre siempre será emocionante para todo aquel que mantiene vivas en sí mismo las fuentes de la admiración.

Recuerdo que una de mis primeras lecturas fue la de APOLOGÍA DE SÓCRATES, hallada en un apéndice de los gruesos 10 tomos del viejo Cantú, por indicación de un amigo de mi padre, aún en vida de éste, cuando yo tenía apenas 18 años. Y que aquella serenidad ante la injusticia me impresionó indeleblemente, adiestrándome desde entonces contra todas las vicisitudes de la vida. La muerte del nuevo Sócrates que fue Maurras responde al esquema deducible de aquel maravilloso episodio.

Los matices diferenciales poco importan.

Maurras no fue un filósofo y no halló jamás respuesta a los grandes interrogantes que plantea el hecho mismo de la vida. Pero su caso no es por eso menos angustioso. Pues habiendo sentido la terrible importancia del problema, no pudo hallarle solución satisfactoria para él, y en consecuencia su dramática lucha de medio siglo volvióse más difícil y penosa.

Por el contrario, asombra que en circunstancias tan difíciles llevara esa lucha con un denuedo que las mayores dificultades halladas por un gran espíritu en su medio y en su tiempo no lograran desanimarlo jamás.

En el librito que comentamos se ven esos dos aspectos de la vida de Maurras. Su pena de no hallar la solución trascendente, y de haberse debatido como una ardilla en una jaula, tropezando incesantemente con los barrotes que lo aprisionaban en su cárcel espiritual. Su fe en la lucha por la ciudad temporal que anhelaba.

La página en que él mismo se refiere, al final de su vida, a ese último aspecto, está admirablemente registrada por el canónigo Cormier. Al pedirle éste, en vísperas de Ánimas de 1952, que pensara en sus muertos, el gran hombre le dice:

«A menudo pienso en ellos y tengo la firme esperanza de volverlos a ver. Toda mi vida fui un hombre de esperanza. Para mis muertos esperé, deseé, pedí la dicha en otra vida; para mi país no cesé de esperar el renacimiento y la salvación; es ahora para mí que espero. Mi vida se acaba. Trabajé mucho por Francia, por este hermoso país al que se lo debo todo. Habría deseado vivir aún un tiempo más para seguir prestándole servicios, para verlo salir de sus ruinas y reintegrarse en su orden monárquico y católico, reencontrar sus tradiciones. Toda mi vida luché y lucharía aún por ese tesoro de belleza, de sabiduría y de santidad. Sé que no habré trabajado en vano. Si pude devolver a algunos franceses el orgullo de su tradición, no perdí mi tiempo. Mi obra abogará por mí ante Dios, que me juzgará. Yo también tuve una misión, y viví por ella».

El canónigo Cormier recibió del arzobispo de Tours la de acercarse a Maurras, y de ayudarlo a bien morir, reintegrándose al seno de la Iglesia, de la que lo apartara el ambiente en que se formó su espíritu, en las postrimerías del siglo XIX. Tuvo la suerte de llevar tan bien las cosas, o de hallar tan bien dispuesta el alma que le fue encomendada, que dio la extrema unción a Maurras a pedido de éste, en el momento mismo que pensaba ofrecérsela.

DINÁMICA SOCIAL, Buenos Aires, N°39, noviembre de 1953.

* En «De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina», Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1979 – pp. 25-27.


[1] Canónigo A. Cormier, Mes entretiens de pretre avec Charles Maurras, marzo-noviembre de 1952, Plon, París, 1er. trimestre de 1953.

[2] Si bien existe una edición castellana de este libro -Mis conversaciones con Maurras y su vuelta a la Iglesia (Editora Nacional, España - 1955)- sólo hemos hallado en formato PDF, la edición en francés; por lo cual lo ponemos a disposición de aquellos lectores que puedan leerlo en ese idioma; para ello podrán descargarlo AQUÍ. (Nota de «Decíamos ayer...»).
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Quien quiera descargar y guardar el texto precedente en PDF, y ya listo para imprimir, puede hacerlo AQUÍ.

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