La niebla
RAFAEL GAMBRA (1920-2004)
En alguna ocasión he escrito que la decisión de un católico ante los tristes avatares de la hora presente debe ser la de «mantener la fe y la esperanza, la de transmitirla íntegra a nuestros hijos cueste lo que cueste, aún a riesgo del aislamiento y de la soledad, de la incomprensión o de la persecución psicológica o sangrienta». Parece que este designio se orienta al mantenimiento de la fe –bien supremo del hombre en esta vida–, y que a él ha de sacrificarse, si preciso fuere, la vida misma de nuestros hijos, que quizá sufrirán –en grado superior a nosotros mismos– el aislamiento o las torturas «psicológicas» y aun físicas del futuro «universo tecnificado». Quiero ahora aclarar que esa decisión frente al gran derrumbamiento de la fe, de la moral y de las costumbres a que asistimos, si ha de tomarse primordialmente por la salvación de la fe, habría que adoptarse igualmente si sólo se tratase del bien personal de nuestros hijos. Es decir, que a pesar de esos riesgos a que pod