«La Verdad» - Charles Maurras (1868-1952)
Sí, señor; sí, señora; es porque «el discurso es duro» que su eficacia será dulce; es porque el libro deja un “«sabor amargo en la lengua» que, más adelante, será tónico y curativo. Los jalones colocados en las rutas no ponen sus indicadores en estilo dulce y florido: emplean el estilo de su utilidad. Precisos, directos, insistentes y autoritarios, no dicen: si yo no me engaño, no dudan de sí, no se excusan por lanzar con rudeza a la vista de los transeúntes las flechas de la dirección y las cifras de la distancia. Mas ¿se queja el viajero? Por poco que tenga el corazón dispuesto a filosofar, agradece al autor provechosas brutalidades por las cuales ni siquiera se siente tiranizado. A él le toca aminorar o apresurar la velocidad, seguir o cambiar de orientación. La piedra miliar sólo dice en términos claros lo que es, y aquello que hay que tener en cuenta. Cuanto más el dato preciso limite el pensamiento, en razón misma de aquel estrecho mojón, las fantasías del corazón, los votos