«Analogía de la Historia- La Reconquista» - Federico Ibarguren (1907-2000)

En un nuevo aniversario de la heroica Reconquista de Buenos Aires...

El equilibrio pactado en Utrech (1713) se hizo a costa de la seguridad de España y en beneficio efectivo de la piratería inglesa.

La influencia monopolizadora del naciente capitalismo anglosajón tornóse más notoria, en el Río de la Plata, a partir de 1750. Y así fue. Porque en definitiva, la creación del Virreinato del Río de la Plata y la paz de San Ildefonso con Portugal no amenguaron la influencia de Inglaterra en estas latitudes. Por el contario, el Reglamento del Comercio libre promulgado por el virrey en 1778 y las facilidades otorgadas al comercio exterior en 1791 y en 1795, permitieron a los barcos ingleses que antes hacían el contrabando por la Colonia, entrar directamente al puerto de Buenos Aires sin resistencia alguna.

Había llegado el momento oportuno que buscaba pacientemente S.M.B. desde la caída de los Austrias. A partir de entonces, comenzaron a barajarse toda clase de proyectos oficiales y oficiosos en Londres para apoderarse de Hispanoamérica con fuerzas de ocupación. Los más conocidos y estudiados son los planes de Pitt –atribuidos a Miranda– de 1790, y el proyecto de expedición armada a Sudamérica (con la ayuda de los Estados Unidos) de 1796, que fracasó antes de hacerse a la vela por dificultades de la diplomacia inglesa en Europa.

No obstante está probado con documentos indubitados que: en 1799, 1801, 1803, 1804 y 1805 volvieron a concretarse análogos proyectos en la cancillería británica, obteniendo el apoyo entusiasta de ministros y de prestigiosos militares de la época.

Pero el espíritu y carácter de los criollos en general, era insobornable. El pueblo y sus clases representativas abominaban de sus generosos «libertadores» anglosajones, por piratas o protestantes. Años más tarde, el presidente estadounidense Mr. Adams declaraba, disculpándose con rabia de aquellos fracasos imperialistas: «El pueblo de la América del Sud es el más ignorante, el más fanático, el más supersticioso de los pueblos católicorromanos del universo; cree que la salvación está limitada a él y a los españoles de Europa; con dificultad se la concede al Papa y a los italianos, y, por supuesto se la niega a los franceses. Para Inglaterra para la América inglesa y para las otras naciones protestantes, sólo quiere y espera llamas inextinguibles, eternas, de leña y azufre».

Entretanto, la flota franco-peninsular (la aparición de Napoleón y su alianza con los Borbones españoles determinó instantáneamente la guerra de éstos con Inglaterra) es destruida por el Almirante Nelson en la famosa batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. A raíz de esta victoria, Gran Bretaña, dueña absoluta de los mares, pudo por fin realizar sin inconvenientes su meditada expedición de conquista al Río de la Plata, la que zarpó del Cabo el 14 de abril de 1806. El grueso de la misma llegó a Montevideo el 13 de junio y, después de embicar en el banco de Ortiz, fondeó frente a Quilmes, lugar conveniente para el desembarco, el día 25.

¿Con qué ánimo recibió la población de Buenos Aires al invasor extranjero, enemigo tradicional de la Madre Patria?

El historiador Carlos Roberts al estudiar la primera expedición de Beresford a nuestra Capital, dice lo que sigue: «El vulgo los miraba como herejes y capaces de aplicar sus leyes intolerantes si llegaban a dominar, y la Iglesia no titubeaba en proclamar sus guerras como religiosas. Muchos de los ingleses que formularon planes de expedición a América, llamaban la atención del gobierno sobre esta dificultad, y proponían formar y enviar cuerpos formados puramente por católicos, tanto oficiales como tropa, en lo que nos les faltaba razón... los soldados irlandeses católicos desertaron en gran número en Buenos Aires y Montevideo, y muchos se juntaron con la tropa criolla, haciendo sin duda propaganda anti-inglesa».

Fue sin duda el viejo espíritu de la Contrarreforma que armó el brazo de los criollos de ambos sexos, en las victoriosas jornadas de 1806, haciendo posible el milagro de la Reconquista de aquel Buenos Aires heroico. El denuedo con que lucharon nuestros antepasados porteños en aquella prueba de fuego, fue admirado por todas las clases sociales de Inglaterra y, la repetida hazaña, causó asombro en Europa. El general Whitelocke, procesado por el gobierno de Su Majestad, en uno de sus alegatos de descargo, declaró: «la resistencia de los habitantes del Río de la Plata había sido de una resolución y de una constancia admirables, sin que pudiera esperarse cosa igual ni del entusiasmo religioso y patriótico, ni del odio más inveterado e implacable».


Y bien. El pueblo de Buenos Aires, por sí, y no por un ejército español, logró de Beresford la capitulación militar, valiéndose de Liniers, que era a la sazón su jefe de guerra. Este último, eficazmente secundado por el joven Pueyrredón y Martín de Álzaga, como se sabe, encarnó aquí en esos días terribles el despertar tradicionalista de los principios heredados y de la soberanía y autodeterminación política en el Río de la Plata.

Liniers, Pueyrredón y Álzaga: patricios los tres a carta cabal; jefes temerarios en los momentos de peligro común; fieles a la voz de la tierra. Hombres necesarios por tanto. Precursores de la Independencia Nacional y caudillos sacrificados de nuestra Historia Grande.

Consecuente con ellos, aquel glorioso 12 de agosto de 1806, confundido en la meznada de bravos voluntarios que reconquistaban la Capital del Virreinato de las garras de Beresford, peleó el niño de trece años Juan Manuel de Rosas con «una bravura digna de la causa que defendía». Consta el hecho en carta de felicitación que Liniers envió a la madre del muchacho, Doña Agustina López de Osornio, el día 13, publicada por Saldías en el T° 1 de su «Historia de la Confederación Argentina» (ver también aquí).

  «También en estas invasiones inglesas al Río de la Plata –comenta Juan Zorrilla de San Martín– nos encontramos con un capitán o ayudante mayor, José Artigas, quien, hallándose enfermo, al ver que su regimiento se queda de guarnición en Montevideo cuando sus camaradas han partido a la reconquista de Buenos Aires, ruega al gobernador Huidobro que le permita incorporarse a la gloriosa cruzada. Huidobro accede; le da un pliego para Liniers. Artigas cruza solo el río; alcanza la expedición, cuando ésta va a expugnar a Buenos Aires; pelea en los Corrales de Miserere, en el Retiro, en la Plaza Victoria. Rendido el inglés es él quien se presenta a Huidobro en Montevideo con el parte de la victoria; ha repasado el río en una barca; ésta ha naufragado, y el animoso tripulante, desnudo como el heraldo de Maratón, ha ganado la orilla a nado, con la feliz noticia».

Así termina la primera invasión inglesa, con una capitulación británica y una victoria criolla. Impotentes de avasallarnos con las armas al desnudo, los agresores nos dejan, sin embargo los gérmenes de su ponzoña herética y mercantilista en el país. ¡Cuidado!

El establecimiento de las primeras logias masónicas entre nosotros se remonta a ese año crucial de la Reconquista, precisamente. La tan mentada «Estrella del Sur» se fundó al poco tiempo, y otra denominada «Hijos de Iram» constituyóse inmediatamente después. Mediante tales instrumentos de acción, el tenaz enemigo consigue infiltrarse poco a poco, hacerse de adeptos, sobornar funcionarios y congregar a comerciantes con intereses contrarios al proteccionismo imperante, organizando con paciencia y habilidad una especie de sutil «quinta columna» en el corazón de Buenos Aires.

Y todo, por dormirnos confiados en los propios laureles.

Ayer como hoy, según se ve, surge patente la conducta artera y farisaica de nuestros «amigos» y «buenos vecinos» anglosajones. ¿Analogía de la Historia…?

* En Revista «Nuestro Tiempo», Buenos Aires, 11 de agosto de 1944. Año 1, n° 7.

Pueden verse otras publicaciones del blog sobre este mismo tema aquíaquí.

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