«La Reconquista» (1ª Parte) - Ramón Doll (1896 - 1970)
Este miércoles 12 de agosto se cumple
un nuevo aniversario de la Reconquista de Buenos Aires. Magna epopeya, lamentablemente tan poco recordada y celebrada. En homenaje, pues, de tal gloriosa gesta, hemos de
publicar en esta semana, y en dos entregas debido a su extensión,
este excelente y aleccionador artículo.
Cada vez que
los argentinos tenemos que tomar alguna determinación que afecta intereses
británicos, los funcionarios, los diarios, los ministros ingleses, se encargan
de decirnos: ¡Remember! No olviden Uds.,
argentinos, que Uds. son lo que nosotros queremos que sean. Cuando los
embajadores argentinos oyen en los banquetes diplomáticos esas palabras u otras
más directas como las de ¿por qué los
argentinos no se ponen bajo el protectorado inglés?, parece que no se
levantan de la mesa, ni dan a los que así nos humillan una de esas
contestaciones que merecen los insolentes. Al contrario, aquello se oye con la
más encantadora de las sonrisas y con un cambio de miradas significativas,
porque entre hombres de negocios, cada palabra, por banal que fuere, tiene su
intención o, si se quiere, su retintín que aquí es metálico y suena a libra
esterlina, pues bien sabe el funcionario argentino que la depreciación de la
mercadería que ofrece en venta, es decir la dignidad argentina, no implica
precisamente menos comisión; al contrario, la comisión sube tanto cuanto rebaje
la dignidad.
Los
ingleses tienen razón en la historia oficial
Y bien,
desgraciadamente, la más somera consideración sobre los distintos departamentos
de nuestra vida pública no hace sino corroborar aquella apreciación británica.
La nación real, la Argentina profunda, conserva sus reservas intactas. Pero la
investidura legal, la apariencia escrita y con ella la política, el derecho
público, la finanza, el periodismo, están influidos, dirigidos, colonizados por
agentes exteriores. En esta ocasión, y como un homenaje a los héroes de la
Reconquista, debemos demostrar cómo esa colonización y esa extranjería llegan
hasta la misma Historia oficial y cómo esa Historia oficial interpreta y
desvirtúa los acontecimientos y el sentido de las invasiones inglesas.
En primer
lugar, notemos que la Historia que nos han enseñado acostumbra a poner las
invasiones inglesas como un antecedente de la revolución contra España. Se dice
comúnmente que después de las invasiones inglesas el pueblo aprendió de los
invasores sus ideas de libertad, su famosa libertad de conciencia protestante,
y entonces el pueblo argentino se dio cuenta de que había estado atado a cadena
con la Madre Patria y empezó a limarla. Que se haya aceptado este razonamiento
absurdo desde hace un siglo demuestra una de dos: o que los argentinos han
perdido la facultad de pensar, lo que no es concebible, o que los argentinos
sufren una influencia extraña que los inhibe para coordinar durante un minuto
el pensamiento y por lo tanto no están en condiciones de escribir su propia
historia hasta que esa influencia inhibitoria no desaparezca.
Aquí, en el
asunto de las invasiones inglesas no hay tal antecedente, ni causa determinante
de la separación de España. Se trata de dos cosas perfectamente distintas.
Nuestro país no ha tenido una sola guerra de emancipación, como lo cuenta la
Historia oficial, cuando se refiere exclusivamente a la guerra contra España.
No. Ha tenido dos guerras por la independencia: una, contra España,
efectivamente; y la otra, más larga, más cruenta, más tenaz y de recursos más
variados, con Inglaterra. La guerra con España empieza en 1810 y termina en
1824 con la batalla de Ayacucho. Pero la guerra con Gran Bretaña empieza en
1806 con la primera invasión inglesa, sigue con la segunda, vuelve a empezar en
1816 cuando los portugueses, agentes del imperialismo inglés toman la Banda
Oriental, después recomienza en 1843 con el bloqueo del Río de la Plata y los
ingleses muerden el polvo de la derrota en la Vuelta de obligado, Quebracho,
Tonelero, y dura hasta 1849. Esto sólo con respecto a la guerra militar, porque
Gran Bretaña nos ha hecho y nos hace otra guerra sutil, corruptora, que
inficiona los tejidos más profundos de la nacionalidad, guerra diplomática,
guerra colonial sobe el espíritu y el pensamiento argentinos, guerra de
conquista financiera y económica que utiliza recursos de astucia y de soborno
para mantenernos virtualmente bajo su dominio. Es debido a esa colonización
intelectual que sufrimos que la historia de las invasiones inglesas se cuenta,
de acuerdo a los intereses ingleses, diciendo que es un antecedente de la
guerra con España; y no se cuenta de acuerdo con los intereses argentinos
diciendo que es el primer episodio de nuestra lucha emancipadora contra
Inglaterra.
La
mentira de la influencia civilizadora inglesa
Empecemos por
los hechos. Cualquier habitante que llegara hoy de la Luna o de Marte, por
ejemplo, y que hojeara todos los diarios serios y grandes de la Argentina en la
fecha de hoy, podría creer que los ingleses que desembarcaron aquí en 1806 eran
unos cruzados de la causa de la libertad, eran unos gentlemen, paladines de un ideal de democracia, y nos vinieron a
arrancar de una opresión ominosa. ¡Qué patraña tan burda! ¡Qué falaz
superchería nos han contado los López y los Mitre, nos han enseñado de niños,
nos repite la prensa grande controlada por capitales judíos como LA NACIÓN o ligada a intereses
ingleses como LA PRENSA! Todo aquello es la
más descarada mentira, la más miserable sofisticación que hayamos podido oír
los argentinos. La invasión inglesa fue un acto de filibustería, fue lisa y
llanamente un atraco vulgar de bucaneros en procura del tesoro que custodiaba
Sobremonte. Mucho tiempo estuvieron discutiendo Sir Popham y el general Baird
antes de que éste le diera tropas, porque no se arreglaban sobre el botín;
parece que el general Baird quería todo y luego le dio a Beresford, jefe de las
tropas de desembarco, un cargo más importante que el que le correspondía, de
tal modo que así les tocase a ellos más que a Popham. En definitiva, a Baird le
tocaron 24.000 libras en la repartija y todos los distinguidos y caballerescos
jefes y oficiales del ejército invasor, paladines de la emancipación americana,
sembradores de la idea de la libertad, figuran en otros libros mucho más
prosaicos que dicen: Beresford, 11.000 libras; Pack, 9.000 libras; y así
sucesivamente.
Contadas las
cosas según lo dice la Historia oficial, resultaría que los argentinos hasta le
debemos estar agradecidos a los piratas que se vinieron de la Colonia del Cabo
y sorprendieron una ciudad indefensa con un desembarco que pertenece a la
crónica de la filibustería marítima. Todos los Beresford, los Popham y los
Pack, trajeron debajo de sus casacas rojas no solamente algún frasco de brandy
sino unas cuantas fórmulas políticas, libertad de comercio, libertad de pensar,
libertad de cultos. Todo esto debe de haber sido como un suero que nos inocularon
y en lo sucesivo las invasiones inglesas quedaron en la Historia argentina como
el pinchazo doloroso de la inyección que nos curó del oscurantismo, del
ultramontanismo español, y nos dio al fin la libertad. Así son las cosas que
cuenta la Historia oficial.
Pero contadas
las cosas como fueron en realidad, es decir, que la Reconquista constituye un
acto de afirmación de nuestra independencia y un episodio inicial de una guerra
internacional que mantenemos todavía contra Inglaterra desde hace 143 años, la
opinión pública argentina ya se había percibido de que Inglaterra es nuestra
enemiga natural, es y ha sido la verdadera nación enemiga del país, y que en
cambio con España, no tuvimos sino la querella que puede tener el hijo con el
padre sobre su patrimonio una vez llegado aquél a la mayoría de edad.
Contadas las
cosas como fueron en realidad, es decir, que Inglaterra es una nación siempre
en acecho, siempre alerta sobre nuestras riquezas, el pueblo argentino
naturalmente hubiera comprendido que de un enemigo no pueden venir sino males y
no bienes y que del lobo basta tener un pelo y ya el pelo está sobrando.
En primer
lugar, ese suero de la libertad y del librecambio inyectado por Sir Home Popham
o William Carr Beresford, que ellos decían ser provechosos, debió haber sido
analizado primero por los argentinos: hubieran comprobado si efectivamente era
un suero o una droga tóxica. No sé cómo es posible que uno beba sin temor la
copa que le ofrece el bandido que hace un momento quiso asaltarlo. Los
argentinos son desconfiados y siempre escépticos de la palabra del compatriota,
siempre están ya de vuelta de lo que se les quiere proponer si el que se lo
propone es un paisano; y cuando se da algún cambio de la situación humillante
en que se encuentra la patria, el argentino sonríe y le pregunta con sorna «cuánto va en la parada». Sin embargo,
resulta esta cosa estúpida y estupenda: que dos o tres invasores a los que se
les había hecho conocer el rigor de un castigo ejemplar, estando prisioneros en
la cárcel de Luján y en otras partes, empezaron a conversar con los doctores,
con los próceres de Mayo, y les dieron lecciones nada menos que de derecho
político y público. Como se ve, contadas las cosas como fueron, las explicaciones
de la Historia oficial son absurdas y los absurdos se encadenan unos con otros
hasta el infinito.
[...]
(Continuará)
* En «Hacia la liberación», 2ª
edición publicada en “Ramón Doll”, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista
Argentino, T° V – Ediciones Dictio – 1975. La 1ª edición fue publicada por Ed. del
Renacimiento Argentino, Buenos Aires, 1939.