La gaita y la lira
JOSÉ ANTONIO PRIMO de RIVERA (1903-1936)
¡Cómo tira de nosotros! Ningún aire nos
parece tan fino como el de nuestra tierra; ningún césped más tierno que el
suyo; ninguna música comparable a la de sus arroyos. Pero... ¿no hay en esa succión
de la tierra una venenosa sensualidad? Tiene algo de fluido físico, orgánico,
casi de calidad vegetal, como si nos prendieran a la tierra sutiles raíces. Es
la clase de amor que invita a disolverse. A ablandarse. A llorar. El que se
diluye en melancolía cuando plañe la gaita. Amor que se abriga y se repliega
más cada vez hacia la mayor intimidad; de la comarca al valle nativo; del valle
al remanso donde la casa ancestral se refleja; del remanso a la casa; de la
casa al rincón de los recuerdos.
Todo eso es muy dulce, como un dulce vino.
Pero también, como en el vino, se esconden en esa dulzura embriaguez e
indolencia.
* * *
A tal manera de amar, ¿puede llamarse
patriotismo? Si el patriotismo fuera la ternura afectiva, no sería el mejor de
los humanos amores. Los hombres cederían en patriotismo a las plantas, que les
ganan en apego a la tierra. No puede ser llamado patriotismo lo primero que en
nuestro espíritu hallamos a mano. Es elemental impregnación en lo telúrico.
Tiene que ser, para que gane la mejor calidad, lo que esté cabalmente al otro
extremo, lo más difícil; lo más depurado de gangas terrenas; lo más agudo y
limpio de contornos; lo más invariable. Es decir, tiene que clavar sus
puntales, no en lo sensible, sino en lo intelectual.
Bien está que bebamos el vino dulce de la
gaita, pero sin entregarle nuestros secretos. Todo lo que es sensual dura poco.
Miles y miles de primaveras se han marchitado, y aún dos y dos siguen sumando
cuatro, como desde el origen de la creación. No plantemos nuestros amores
esenciales en el césped que ha visto marchitar tantas primaveras; tendámoslos,
como líneas sin peso y sin volumen, hacia el ámbito eterno donde cantan los
números su canción exacta.
La canción que mide la lira, rica en empresas
porque es sabia en números.
* * *
Así, pues, no veamos en la patria el arroyo y
el césped, la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa. La patria es aquello que,
en el mundo, configuró una empresa colectiva. Sin empresa no hay patria; sin la
presencia de la fe en un destino común, todo se disuelve en comarcas nativas,
en sabores y colores locales. Calla la lira y suena la gaita. Ya no hay razón
–si no es, por ejemplo, de subalterna condición económica– para que cada valle
siga unido al vecino. Enmudecen los números de los imperios –geometría y
arquitectura– para que silben su llamada los genios de la disgregación, que se
esconden bajo los hongos de cada aldea.
* Publicado en FE, semanario de la Falange Española, N°2, 11
de enero de 1934.
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