El costado traspasado
MONS. FULTON J. SHEEN (1895-1979 )
En la Solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús, y en el mes a Él dedicado, “Decíamos ayer...” quiere honrarlo con esta elocuente publicación, y reparar, aun en esta pequeña medida, los ultrajes y menosprecios que tanto padece en estos tiempos
en el mundo entero, especialmente en nuestra querida Argentina.
Cuando nuestro Señor exhaló su último suspiro, a los dos ladrones les
rompieron los huesos para apresurar su muerte. Le ley ordenaba que el cuerpo de
un crucificado, y por lo tanto maldito de Dios, no podía permanecer en la cruz
durante la noche. Además, siendo inminente el sábado de la semana de pascua,
los observantes de la Ley tenían prisa por matar a los ladrones y enterrar a
todos los que estuvieran crucificados. Faltaba cumplirse una profecía
concerniente al Mesías. El cumplimiento tuvo lugar cuando:
Uno de los soldados traspasó su
costado con una lanza, y en el acto salió sangre y agua (Juan, 19, 34).
La divina víctima había reservado algunas preciosas gotas de su sangre
para derramar después de haber entregado su espíritu, y manifestar así que su
amor era más fuerte que la muerte. Salió sangre y agua de su costado; sangre:
precio de la redención y símbolo de la eucaristía; agua: símbolo de
regeneración y bautismo. San Juan, que había sido testigo de cómo el soldado
había traspasado el corazón de Cristo, escribió más tarde lo siguiente:
Éste es aquel que vino por medio de
agua y sangre, Jesucristo: no con el agua solamente, sino con el agua y con la
sangre (I Juan 5, 6).
Aquí se trata de algo más que un fenómeno natural, pues Juan le atribuye
un significado misterioso y sacramental. El agua se encontraba al comienzo del
ministerio de nuestro Señor, cuando fue bautizado; la sangre se encontró al fin
del mismo, cuando Él se ofreció a sí mismo como oblación inmaculada. Lo uno y
lo otro se convirtió en la base de la fe, puesto que en el bautismo el Padre
declaró que Jesús era su Hijo y en la resurrección volvió a testificar su
divinidad.
El mensajero del Padre fue empalado con el mensaje de amor escrito en su
propio corazón. La lanzada fue la última profanación que tuvo que sufrir el
Buen Pastor de Dios. Aunque se le perdonó la brutalidad de quebrarle las
piernas, sin embargo, hubo cierto misterioso propósito divino en el hecho de
que le fuera abierto el sagrado corazón. Este hecho fue registrado
convenientemente en su evangelio por el apóstol Juan, el discípulo que se había
recostado en el pecho del Maestro la noche de la última cena. En el diluvio,
Noé practicó una puerta en el costado del arca, por la cual entraron en ella
los animales para que pudieran escapar a la inundación; ahora una nueva puerta
se abre en el corazón de Dios para que por ella puedan entrar los hombres y de
este modo escapar a la inundación del pecado. Cuando Adán fue sumido en
profundo sueño, Eva fue hecha de carne tomada de su costado y llamada madre de
todos los vivientes. Ahora, cuando el segundo Adán inclinó la cabeza y se
durmió en la cruz, bajo la figura de la sangre y el agua surgió de su costado
su esposa, la Iglesia. El corazón abierto vino a cumplir las palabras de Jesús:
Yo soy la puerta: por mí si alguno
entrare, será salvo (Juan, 10, 9).
San Agustín y otros escritores de los primeros tiempos del cristianismo
escriben que Longino, el soldado que abrió los tesoros del sagrado corazón de
Jesús, fue curado de ceguera; más adelante, Longino falleció siendo obispó y mártir
de la Iglesia, y su fiesta se celebra el quince de marzo. Al ver cómo con la
lanza era traspasado el corazón de Jesús, el apóstol Juan se acordó al punto de
la profecía de Zacarías, emitida seis siglos atrás:
Mirarán a aquel que traspasaron
(Juan 19, 37).
No es que primero aparezca el dolor y luego se mire a la cruz, sino que
más bien el dolor de los pecados brota de contemplar la cruz. Todos los
pretextos quedan arrinconados cuando de la manera más conmovedora se nos revela
la vileza del pecado. Pero la flecha del pecado que hiere y crucifica lleva al
mismo tiempo el bálsamo del perdón que cura. Pedro vio al Maestro y en seguida
salió y lloró amargamente. De la misma manera que aquellos que miraban la
serpiente de bronce quedaban curados de la mordedura ponzoñosa, ahora la figura
se convierte en realidad y los que levantan los ojos hacia aquel que parecía un
pecador, pero no lo era, quedan curados de la enfermedad del pecado.
Todos debe hacer esto, tanto si les gusta como si no. El Cristo traspasado
se yergue en la encrucijada del mundo. Algunos miran y son ablandados por la
penitencia; otros miran y se alejan pesarosos, pero sin arrepentirse, como hizo
aquella muchedumbre que en el Calvario “se
fue a su casa golpeándose el pecho”. Aquí el golpearse el pecho era señal
de impenitencia: negábanse a mirar a aquel que habían traspasado. El mea culpa es el golpear de pecho que
salva.
Aunque los verdugos atravesaron su costado, no le rompieron ningún hueso
de su cuerpo, como había sido profetizado. El Éxodo había dicho que al cordero
pascual no le romperían ningún hueso. Aquel cordero era solamente figura típica
del cumplimiento del Cordero de Dios:
Estas cosas sucedieron para que se
cumpliese la Escritura: hueso de él no será quebrado (Juan 19, 36).
Esta profecía se cumplió a despecho de los enemigos de Cristo, quienes
pedían lo contrario. Así como el cuerpo físico de Cristo tuvo heridas externas,
contusiones y llagas, y, sin embargo, su estructura interna permaneció intacta,
de la misma manera parecía predecir que, aunque su cuerpo místico, la Iglesia,
tuviera sus heridas y llagas morales de escándalos e infidelidades, sin
embargo, ni un solo hueso de su cuerpo le sería jamás quebrantado.