Las primeras armas (fragmento)
CARLOS IBARGUREN (1877-1956)

Entre los muchachos más chicos que se presentaron a Liniers y se alistaron en su ejército, iba, con varios de sus camaradas, el niño de trece años Juan Manuel Ortiz de Rosas. Liniers, que era muy amigo de don León y de doña Agustina (sus padres), le destinó a servir un cañón, con la misión de conducir cartuchos.
A esos niños, entre los que figuraba Juan Manuel, se refería el Cabildo de Buenos Aires, al dar cuenta al Rey de la reconquista de la ciudad, acaecida el 12 de agosto de 1806, en los siguientes términos: «Viéronse niños de ocho y diez años ocurrir al auxilio de nuestra artillería, y asidos de los cañones hacerlos volar hasta presentarse con ellos en medio de fuegos; desgarrar más de una vez la misma ropa que los cubría, para prestar lo necesario al pronto fuego del cañón; correr intrépidos al alcance de los reconquistadores, y estimando en nada su edad preciosa desafían las balas enemigas, sin que los turbase la pérdida de otros compañeros, a quienes tocó la suerte de ser víctimas tiernas del heroísmo de la infancia. Parecerá exagerado el hecho; pero él tiene suspendida la admiración de los que presenciaron la escena gloriosa del día 12, pasmado y absorto al orgullo inglés, entusiasmado a este pueblo, y ocupará primer lugar en los anales de los sucesos prodigiosos del Río de la Plata»[1].
Al día siguiente de la victoriosa reconquista –el 13 de agosto de 1806–, Liniers llamó a Juan Manuel, le felicitó por su conducta y le dio una carta para doña Agustina en la que, refiriéndose a aquel niño, le decía que se había portado con «una bravura digna de la causa que defendía»[2]. Sesenta y cinco años después de ese hecho, Rosas, viejo y desterrado, se vanagloriaba al recordarlo: «Te he de estimar –escribía a su yerno Máximo Terrero– así como a Manuelita, vayan haciendo lo posible en algunos ratos que no les perjudique, para recordar e ir relacionando las épocas importantes del General Rosas y sus fechas. Es decir, por ejemplo: 1806, agosto 12- fue uno de los voluntarios que formaron el ejército que reconquistó a Buenos Aires, triunfante sobre el ejército inglés»[3]. Y recordando a Liniers, el anciano anotaba en sus apuntes: «¡Liniers! ilustre, noble, virtuoso, a quien yo tanto he querido y he de querer por toda la eternidad sin olvidarlo jamás...».
Una racha de belicosidad y de revuelta sacudió a la población triunfadora de los británicos: derrocamiento del virrey Sobremonte, proclamación de Liniers como comandante de armas de la plaza, voces tumultuarias de la multitud, movilización militar del vecindario. «La ribera, las plazas, los huecos –relata un testigo–[4] se poblaban con los ejercicios militares diarios; en lugar de coches rodaban cañones por las calles; en vez de fardos, los carros transportaban fusiles y fornituras; a toda horas se oían tambores, clarines y descargas; a cada paso se tropezaba con hileras de reclutas. Los hombres lo abandonaron todo, intereses y comodidades por la disciplina, y las mujeres ni cosían, ni rezaban por asistir a los ejercicios doctrinales y entretenerse en balancear los progresos de sus predilecciones. Los niños se repartían en guerrillas por las calles y se ejercitaban a pedradas en las mismas horas en que sus padres se ensayaban en el manejo del fusil o del cañón. Todos los cuerpos echaron banderas y las juraron solemnemente, todos se uniformaron con chaquetas o casaquillas de color azul, diferenciándose sólo por los vivos o las vueltas, los centros y los penachos, a excepción del 3er. escuadrón de Húsares que se uniformó de verde, y de colorado el cuarto escuadrón de Migueletes».
Juan Manuel, que entraba en la pubertad y que acababa de recibir, manejando un cañón, el bautismo de fuego y de sangre en la reconquista de su ciudad natal, sentó plaza de soldado en el cuarto escuadrón de caballería, llamado de los «Migueletes», que mandaba el porteño don Alejo Castex. Vistióse ufano, con el uniforme punzó de ese cuerpo –color que sería para siempre el de sus predilecciones–, y combatió con denuedo en la cruenta defensa de Buenos Aires contra la segunda invasión de los británicos.
La capitulación y la retirada de Whitelocke, y el glorioso triunfo argentino, que fue cantado por los poetas, exaltaron con júbilo indescriptible al pueblo alborotado.
Juan Manuel volvió a su casa, de la que poco antes saliera adolescente, convertido en guerrero. Sus padres, al propio tiempo que abrazaban al joven soldado que retornaba victorioso al hogar, recibían del alcalde de primer voto don Martín de Álzaga y de don Juan Miguens[5], sendas cartas de felicitaciones por la conducta valerosa de su hijo. Don León y doña Agustina al ver llegar a Juan Manuel, después de los combates, vestido de rojo, notaron que el niño acentuaba su fiereza al transformarse en hombre.

* “Juan Manuel de Rosas, su vida – su drama – su tiempo”, Editorial Sopena, Buenos Aires, 1ª edición, noviembre 1938.

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[1] Documentos del Archivo de Pueyrredón. Museo Mitre. Tomo I.
[2] A. Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Tomo I.
[3] Papeles de Rosas. Compilados por A. Saldías, Tomo I.
[4] Ignacio Núñez, Noticias Históricas.
[5] Carta de Rosas a Josefa Gómez, de 2 de mayo de 1869. Museo de Luján.

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