«Cristo Rey» - Mons. León Kruk (1926-1991)
Christus vincit!
Christus regnat! Christus imperat!
Hermanos
Mercedeños[1]
Acabamos de dar un magnífico
ejemplo con esta manifestación noble de nuestra fe cristiana. Una vez más nos hemos
estrechado en apretadas filas formando este compacto ejército de los valientes
soldados de Cristo. Mujeres y hombres, niños y ancianos, pobres y ricos sin distinción
de edad ni condición social: todos acabamos de proclamar con firmeza nunca
desmentida la realeza de Cristo.
Al otrora blasfemo grito de los
deicidas: «No queremos que Éste reine sobre nosotros», oponemos nuestro grito
más potente aún: «¡Queremos que Éste reine sobre nosotros! ¡Queremos el reinado
de Cristo sobre nosotros!»
No nos avergonzamos de doblar
nuestra rodilla e inclinar nuestra frente ante el Rey Soberano y Majestuoso,
que es aclamado en el día de hoy en toda la redondez de la tierra por millones
de vasallos suyos que están dispuestos a marchar a conquistar el mundo entero
proclamando la realeza jamás superada de este Rey Glorioso.
Desde que este Rey comenzó su
programa de conquista en sublimes aventuras de amor, se han visto desfilar
hacia el olvido naciones enteras, pueblos aguerridos, reyes poderosos, sabios
preclaros; se han derrumbado coronas y han desaparecido banderas: todos han
brillado en su momento como una estrella fugaz que cruza el firmamento sin dejar
rastro siquiera; pero la estrella de Cristo que vieron los Magos sigue
proyectando sobre la humanidad sus rayos de nítida luz, en un perenne mensaje
de amor.
Es que la Verdad no puede
variar: la verdad es siempre la misma, es una. La verdad no cambia, la verdad
es estable. Lo que varía, lo que cambia, no puede ser la verdad.
Cristo en cambio es siempre el
mismo. Cristo no cambia. Ahí lo veis enarbolando el estandarte de la Cruz
dispuesto siempre a pasearlo por toda la redondez de la tierra. Su punto de
partida es el Calvario y su programa no es la sed de venganza, no es el odio,
no es la envidia, no es la sangre de sus enemigos: su programa es Él mismo, su programa
es vencer a sus enemigos para premiarlos, para amarlos, para enriquecerlos.
El mismo Cristo que ayer fue
crucificado es el que hoy reina glorioso, y reinará por siempre, porque su
reinado no tendrá fin.
Cristo reinará a pesar de los
Pilatos que temen perder la amistad con los poderosos de la tierra y no temen
la ira del Todopoderoso.
Cristo reinará y se levantará
más glorioso con todo su ejército de mártires intrépidos sobre la sangre que
hagan correr los Nerones de todos los tiempos.
Cristo reinará a pesar de que se
lo trate de arrojar de la vida privada de los hombres, a pesar de que se lo
eche de los hogares, de la familia, a pesar de que se lo niegue públicamente en
la sociedad. Reinará a pesar de que sistemáticamente se lo arranque de nuestras
escuelas, reinará a pesar de que no sólo se prescinda de Él en las leyes y constituciones,
sino y lo que es más grave, que se pretenda construir en contra de su
Evangelio.
Pero ese reinado de Cristo sobre
todos estos será terrible, señores. Los que hoy no lo quieren tener por aliado,
los que hoy no ven en Él al rey pacífico, indefectiblemente lo tendrán como rey
vengador por toda la eternidad.
No es esto una amenaza, una
peroración del momento. Es la verdad inmutable; porque o se está con Cristo o
se está contra Cristo. Él mismo lo dijo: «El que no está conmigo está contra mí».
Y estar contra Cristo es estrellarse contra la piedra ahora y es ser hecho
añicos por la piedra después.
Aquí, señoras y señores, no cabe
una tercera posición. O se está con Cristo o se está contra Él.
Aquí no cabe el ser católico
según el gusto y conveniencia de cada uno. Para Cristo no valdrán las razones
de nuestra buena intención sacrificada a un interés mezquino.
¡Cristo Rey! Y como tal exige
integridad en sus vasallos. Exige total sumisión de nuestra inteligencia y de
nuestra voluntad. Él nos ama con todo su poder, nos ama infinitamente y por eso
no admite rivales en nuestro amor hacia Él.
La Historia de 20 siglos de
cristianismo nos demuestra paladinamente el triunfo constante de Jesucristo.
Con la historia en la mano podemos predecir el futuro de todos los enemigos de
Jesucristo.
La Iglesia es el misterio
viviente de Jesús.
¡Ah, cuán bello sería desplegar
ante nuestros ojos, el cuadro de los primeros tiempos de la Iglesia; ver a los
Apóstoles recorrer a grandes jornadas el mundo y ganarlo a Cristo: ver rodar
por el suelo, como el dragón ante el Arca Santa, los ídolos paganos ante la
Cruz de Cristo!
Las persecuciones anegaron a la
naciente Iglesia en olas de sangre, pero esa sangre era la semilla que
fecundaba el campo cristiano... y en poco tiempo, el mundo se asombró de creer
en Jesucristo. ¡Para la Iglesia las tribulaciones son triunfos, los huracanes y
las brisas la llevan al puerto!
Pronto hará dos mil años que
nuestra doctrina está pasando continuamente bajo el fuego siempre vivo de todos
los errores; pronto hará dos mil años que está recibiendo, hora por hora, todas
las flechas agudas y emponzoñadas que le asestan doctrinas anticristianas. Y
sin embargo, vedla: aquí está la doctrina entera, inmaculada, fuerte,
inexpugnable; el fuego del enemigo no ha logrado alcanzarla, sus flechas no han
podido herirla, sus dardos ni siquiera han podido encontrar las aberturas de su
coraza.
La Iglesia, el Cristo viviente,
es el yunque que ha gastado el martillo de todas las herejías.
Es que Cristo, el Divino
Maestro, renueva su vida en la iglesia. Él estará con nosotros hasta la
consumación de los siglos. La Iglesia es la encarnación permanente del Hijo de
Dios.
La Historia de la Iglesia es la
Historia de Cristo y la Historia de Cristo es la Historia de la verdad. Cristo
es uno, es el mismo siempre. ¡Por eso Cristo vence, Cristo reina, Cristo
impera!
Por eso los que peleamos las
batallas de Dios jamás podremos saber de derrotas.
Por eso los que estamos
enrolados en las filas de Cristo vamos seguros al triunfo.
Hermanos de Mercedes: hemos dado
ejemplo de nuestra fe, un magnífico testimonio de que el cristianismo no ha
sido hecho para el placer sino para el heroísmo.
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva la Iglesia de Cristo!
¡Viva la Patria!
*En «Revista Gladius», Año 17 – N° 48 – 15 de agosto -2000, pp. 7-9.