«La nación exploradora» - Charles Fletcher Lummis (1859-1928)
Ante recientes declaraciones del renegado presidente López Obrador, aquí va un pequeño fragmento de un gran libro, obra de un «yankee» y encomio de la Conquista de España en América, particularmente en Norteamérica y en Méjico. Para el lector que lo desee, «Decíamos ayer...» ofrece el libro completo, que podrá descargarse al pie de la página.
Ningún hombre estudioso se
atreve ya a citar a Prescott o a Irving o a ningún otro de sus secuaces, como
autoridades de la historia; hoy sólo se les considera como brillantes
noveladores y nada más. Es menester que alguien haga tan populares las verdades
de la historia de América como lo han sido las fábulas, y tal vez pase mucho
tiempo antes de que salga un Prescott sin equivocaciones; entre tanto, yo
quisiera ayudar a los jóvenes americanos a penetrarse de las verdades en que se
basarán de aquí en adelante las historias. Este libro no es una historia; es sencillamente
un hito que marca el verdadero punto de vista, la idea amplia, y tomándolo como
punto de partida, los que tengan interés en ello podrán con más seguridad
llevar adelante la investigación de los detalles, mientras que aquellos que no
puedan proseguir sus estudios, poseerán siquiera un conocimiento general del
capítulo más romántico y más repleto de valientes proezas que contiene la
historia de América.
No se nos ha enseñado a apreciar
lo asombroso que ha sido el que una nación mereciese una parte tan grande del
honor de descubrir América; y, sin embargo, cuando lo estudiamos a fondo, es en
extremo sorprendente. Había un Viejo Mundo grande y civilizado: de repente se
halló un Nuevo Mundo, el más importante y pasmoso descubrimiento que registran
los anales de la Humanidad. Era lógico suponer que la magnitud de ese
acontecimiento conmovería por igual la inteligencia de todas las naciones
civilizadas, y que todas ellas se lanzarían con el mismo empeño a sacar provecho
de lo mucho que entrañaba ese descubrimiento en beneficio del género humano.
Pero en realidad no fue así. Hablando en general, el espíritu de empresa de
toda Europa se concentró en una nación, que no era por cierto la más rica o la
más fuerte.
A una nación le cupo en realidad
la gloria de descubrir y explorar la América, de cambiar las nociones
geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por
espacio de siglo y medio. Y esa nación fue España.
Un genovés, es cierto, fue el
descubridor de América; pero vino en calidad de español; vino de España por
obra de la fe y del dinero de españoles; en buques españoles y con marineros españoles,
y de las tierras descubiertas tomó posesión en nombre de España.
Imaginad qué reino tendrían
entonces Fernando e Isabel, además de su pequeño jardín de Europa: medio mundo
desconocido, en el cual viven hoy una veintena de naciones civilizadas, y en cuya
inmensa superficie, la más nueva y la más grande de las naciones no es sino un
pedazo. ¡Qué vértigo se hubiera apoderado de Colón si hubiese podido entrever
la inconcebible planta cuyas semillas, por nadie adivinadas, tenía en sus manos
aquella hermosa mañana de octubre de 1492!
También fue España la que envió
un florentino de nacimiento, a quien un impresor alemán hizo padrino de medio
mundo, que no tenemos seguridad que él conociese; pero que estamos seguros de
que no debiera llevar su nombre. Llamar América a este continente en honor de
Amérigo Vespucci fue una injusticia, hija de la ignorancia, que ahora nos
parece ridícula; pero de todos modos, también fue España la que envió el varón
cuyo nombre lleva el Nuevo Mundo.
Poco más hizo Colón que
descubrir la América, lo cual es ciertamente bastante gloria para un hombre. Pero
en la valerosa nación que hizo posible el descubrimiento, no faltaron héroes
que llevasen a cabo la labor que con él se iniciaba. Ocurrió ese hecho un siglo
antes de que los anglosajones pareciesen despertar y darse cuenta de que
realmente existía un nuevo mundo; durante ese siglo la flor de España realizó
maravillosos hechos. Ella fue la única nación de Europa que no dormía. Sus
exploradores, vestidos de malla, recorrieron Méjico y Perú, se apoderaron de
sus incalculables riquezas e hicieron de aquellos reinos partes integrantes de
España. Cortés había conquistado y estaba colonizando un país salvaje doce
veces más extenso que Inglaterra, muchos años antes que la primera expedición
de gente inglesa hubiese siquiera visto la costa donde iba a fundar colonias en
el Nuevo Mundo, y Pizarro realizó aún más importantes obras. Ponce de León había
tomado posesión en nombre de España de lo que es ahora uno de los Estados de
nuestra República, una generación antes de que los sajones pisasen aquella
comarca. Aquel primer viandante por la América del Norte, Álvaro Núñez Cabeza
de Vaca, había hecho a pie un recorrido incomparable a través del continente,
desde la Florida al Golfo de California, medio siglo antes de que nuestros
antepasados sentasen la planta en nuestro país.
Jamestown, la primera población
inglesa en la América del Norte, no se fundó hasta 1607, y ya por entonces
estaban los españoles permanentemente establecidos en la Florida y Nuevo
Méjico, y eran dueños absolutos de un vasto territorio más al Sur. Habían ya
descubierto, conquistado y casi colonizado la parte interior de América, desde
el nordeste de Kansas hasta Buenos Aires, y desde el Atlántico al Pacífico. La
mitad de los Estados Unidos, todo Méjico, Yucatán, la América Central, Venezuela,
Ecuador, Bolivia, Paraguay, Perú, Chile, Nueva Granada y además un extenso territorio,
pertenecía a España cuando Inglaterra adquirió unas cuantas hectáreas en la
costa de América más próxima. No hay palabras con qué expresar la enorme
preponderancia de España sobre todas las demás naciones en la exploración del
Nuevo Mundo. Españoles fueron los primeros que vieron y sondearon el mayor de
los golfos; españoles los que descubrieron los dos ríos más caudalosos; españoles
los que por vez primera vieron el océano Pacífico; españoles los primeros que
supieron que había dos continentes en América; españoles los primeros que
dieron la vuelta al mundo. Eran españoles los que se abrieron camino hasta las
interiores lejanas reconditeces de nuestro propio país y de las tierras que más
al Sur se hallaban, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro,
mucho antes que el primer anglosajón desembarcase en nuestro suelo. Aquel
temprano anhelo español de explorar era verdaderamente sobrehumano. ¡Pensar que
un pobre teniente español con veinte soldados atravesó un inefable desierto y
contempló la más grande maravilla natural de América o del mundo –el gran Cañón
del Colorado– nada menos que tres centurias antes de que lo viesen ojos
norteamericanos! Y lo mismo sucedía desde el Colorado hasta el Cabo de Hornos.
El heroico, intrépido y temerario Balboa realizó aquella terrible caminata a
través del Istmo, y descubrió el océano Pacífico y construyó en sus playas los
primeros buques que se hicieron en América, y surcó con ellos aquel mar
desconocido, y ¡había muerto más de medio siglo antes de que Drake y Hawkins
pusieran en él los ojos!
Españoles en el Colorado - Augusto Ferrer Dalmau |
Cuando sepa el lector que el
mejor libro de texto inglés ni siquiera menciona el nombre del primer navegante
que dio la vuelta al mundo (que fue un español), ni del explorador que
descubrió el Brasil (otro español), ni del que descubrió California (español
también), ni los españoles que descubrieron y formaron colonias en lo que es
ahora los Estados Unidos, y que se encuentran en dicho libro omisiones tan
palmarias, y cien narraciones históricas tan falsas como inexcusables son las
omisiones, comprenderá que ha llegado ya el tiempo de que hagamos más justicia
de la que hicieron nuestros padres a un asunto que debiera ser del mayor
interés para todos los verdaderos americanos.
No solamente fueron los
españoles los primeros conquistadores del Nuevo Mundo y sus primeros
colonizadores, sino también sus primeros civilizadores. Ellos construyeron las
primeras ciudades, abrieron las primeras iglesias, escuelas y universidades;
montaron las primeras imprentas y publicaron los primeros libros; escribieron
los primeros diccionarios, historias y geografías, y trajeron los primeros
misioneros; y antes de que en Nueva Inglaterra hubiese un verdadero periódico,
ya ellos habían hecho un ensayo en Méjico ¡y en el siglo XVII!
Una de las cosas más asombrosas
de los exploradores españoles –casi tan notable como la misma exploración– es
el espíritu humanitario y progresivo que desde el principio hasta el fin caracterizó
sus instituciones. Algunas historias que han perdurado, pintan a esa heroica
nación como cruel para los indios; pero la verdad es que la conducta de España
en este particular debiera avergonzarnos. La legislación española referente a
los indios de todas partes era incomparablemente más extensa, más comprensiva,
más sistemática, y más humanitaria que la de la Gran Bretaña, la de las
colonias y la de los Estados Unidos todas juntas. Aquellos primeros maestros
enseñaron la lengua española y la religión cristiana a mil indígenas por cada
uno de los que nosotros aleccionamos en idioma y religión. Ha habido en América
escuelas españolas para indios desde el año 1524. Allá por 1575 –casi un siglo
antes de que hubiese una imprenta en la América inglesa– se habían impreso en
la ciudad de Méjico muchos libros en doce diferentes dialectos indios, siendo así
que en nuestra historia sólo podemos presentar la Biblia india de John Eliot; y
tres universidades españolas tenían casi un siglo de existencia cuando se fundó
la de Harvard. Sorprende por el número la proporción de hombres educados en
colegios que había entre los exploradores; la inteligencia, y el heroísmo
corrían parejas en los comienzos de colonización del Nuevo Mundo.
* En «Los Exploradores Españoles del Siglo XVI», Editorial Espasa-Calpe S.A. - Colección Austral - España, Cuarta edición - 1960, pp. 45-50.
[1] Apodo que se daba a un cacique de los Pieles rojas de Pokanoket, cuyo nombre indio era Pometacom, el cual en 1676 y al frente de varias tribus, hizo una guerra feroz y sanguinaria contra las colonias inglesas de Massachusetts, Plymouth y Connecticut, destruyendo 13 aldeas, incendiando 600 edificios y matando a 600 colonos. (Nota del traductor).
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