«La dormición de la Madre de Dios» - San Juan Pablo II (1920-2005)
En realidad, algunos teólogos
han sostenido que la Virgen fue liberada de la muerte y pasó directamente de la
vida terrena a la gloria celeste. Sin embargo, esta opinión era desconocida
hasta el siglo XVII, mientras que, en realidad, existe una tradición común que
ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste.
2. ¿Es posible que María de
Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en
el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo
responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo
contrario por lo que se refiere a su Madre. En este sentido razonaron los
Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto. Basta citar a Santiago
de Sarug († 521), según el cual «el coro de los doce Apóstoles», cuando a María
le llegó «el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones», es
decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar «el cuerpo virginal de la
Bienaventurada » (Discurso sobre el entierro de la santa Madre de Dios,
87-99 en C. Vona, Lateranum 19 [1953], 188). San Modesto de
Jerusalén († 634), después de hablar largamente de la «santísima dormición de
la gloriosísima Madre de Dios», concluye su «encomio», exaltando la
intervención prodigiosa de Cristo, que «la resucitó de la tumba» para tomarla
consigo en la gloria (Enc. in dormitionem Deiparae semperque Virginis Mariae,
nn. 7 y 14: PG 86 bis, 3.293; 3.311). San Juan Damasceno († 704), por su parte,
se pregunta: «¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los
límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado
se someta a la muerte?». Y responde: «Ciertamente, era necesario que se
despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el
Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él
muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la
corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico
sobre la dormición de la Madre de Dios, 10: SC 80, 107).
3. Es verdad que en la
Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho
de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio
divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La
Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y
transformándola en instrumento de salvación.
María, implicada en la obra
redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el
sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad. También para
ella vale lo que Severo de Antioquía afirma a propósito de Cristo: «Si no se ha
producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la resurrección?» (Antijuliánica,
Beirut 1931, 194 s.). Para participar en la resurrección de Cristo, María debía
compartir, ante todo, la muerte.
4. El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María. Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?
Por lo que respecta a las causas
de la muerte de María, no parecen fundadas las opiniones que quieren excluir
las causas naturales. Más importante es investigar la actitud espiritual de la
Virgen en el momento de dejar este mundo. A este propósito, san Francisco de Sales
considera que la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor.
Habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por amor», y por eso llega
a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de
l’Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV).
Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una «dormición».
5. Algunos Padres de la
Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la
muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de
María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo
divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia
terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse
del cuerpo para estar con Cristo para siempre (cf. Flp 1, 23).
La experiencia de la muerte
enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los
hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con
respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida.
Para ver más de la Catequesis de San Juan Pablo II sobre la Asunción de la Santísima Virgen María, ver aquí y aquí.
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