«Chesterton y la cultura argentina» - Juan Luis Gallardo (1934-2024)
Ha muerto Juan Luis Gallardo. Poeta,
escritor y patriota cabal. Vaya, pues, en su memoria y homenaje, este «apunte»
preparado para su disertación en un Congreso sobre Chesterton celebrado en la
UCA en 2005.
Aunque para mí el término panel quiere
decir otra cosa, parece que así le dicen al terceto que conformamos hoy con
Eduardo Allegri y Juan Manuel Medrano, actuando Rosa Penna en calidad de
bastonero. Y celebro el modo como quedó conformado el mismo, ya que la
erudición de mis compañeros compensará mi dilettantismo, y el
afecto que nos vincula me pondrá a cubierto de preguntas arteras por su parte.
Dije que soy un simple lector de
Chesterton. Aunque un lector fervoroso y contumaz. Pero la participación en
este encuentro me llevó a leer de nuevo varias de sus obras y a repasar las
alternativas de su vida, cosa que me permitió apreciar a aquéllas y a ésta
desde una perspectiva diferente, como es la que se ofrece desde la altura de
una edad decididamente más avanzada que la que tenía cuando inicié mi relación
con Gilbert.
Intentaré entonces desgranar
ante ustedes, sintéticamente, ciertas impresiones suscitadas por la relectura
de Chesterton, vinculándolas de algún modo con la cultura argentina, a fin de
no apartarme demasiado del temario fijado para esta comisión.
I
La primera de tales impresiones
consiste en la admiración que me produjo corroborar la libertad de espíritu con
que se expresaba nuestro autor. Pero no sólo él: me impresionó también la
libertad de espíritu de muchos de quienes discreparon con sus opiniones y la de
los medios en que unos y otros escribían.
Todos ellos, en efecto, salvo
contadas excepciones, se despacharon a gusto, con soltura y aparentemente sin
mayores condicionamientos. Chesterton decía lo que le daba la gana, Bernard
Shaw, Belloc, Wells, decían lo que les daba la gana. Y lo decían lindamente,
sin medias palabras, sin giros elusivos, sin condicionales precavidos. Libertad
de espíritu y de expresión que no podemos menos que envidiar en los tiempos que
corren.
Creo que no es necesario
acreditar lo que señalo, pues estoy seguro de que mis oyentes no ignoran las
arduas dificultades con que tropezará aquel que, aquí (y presumo que en
cualquier otra parte), procure difundir ideas discrepantes con lo políticamente
correcto en disciplinas tan dispares como la política propiamente
dicha, la economía, la literatura o la religión. Chocará con la descalificación
o el silencio, viéndose reducido a la condición de marginal del pensamiento
Situación ésta que obsta el
debate esclarecedor o diluye sensiblemente su interés. Cosa que no ocurría o al
menos no siempre ocurría en tiempos de Gilbert, aunque tanto se hable ahora de
la hipocresía victoriana , aún instalada por entonces en Gran
Bretaña.
II
El segundo aspecto que quiero
poner de relieve está estrechamente vinculado con el primero. Y se refiere a la
caudalosa bondad de Chesterton que, trasladada a su actuación literaria y,
sobre todo, periodística, se plasmó no sólo en la consideración sino en el
sincero afecto que profesó hacia aquellos con los cuales se trenzaba en
chisporroteantes controversias.
Controversias en las que nuestro
autor no se andaba con chiquitas pero que, invariablemente, soslayaban el golpe
bajo y la estocada tramposa o aparecían suavizados por el óleo misericordioso
del buen humor.
También en este aspecto deja que
desear la situación que vivimos. Pues, cuando no se acallan las expresiones
discordantes, la referencia a ellas no suele ser bondadosa, ni siquiera
ecuánime. Procediéndose a descalificar al adversario mediante procedimientos de
mala uva, que no desdeñan la incursión en la vida privada del eventual
infractor.
Y no es que Chesterton dedicara
su talento a exquisiteces inocuas ni a frivolidades de buen tono, poco
adecuadas para encender los ánimos. De ningún modo. Su pluma aguerrida
incursionaba en los temas capitales del alma y de la mente, metiéndose con la
religión oficial del imperio, con la defensa del realismo filosófico, con la
descalificación del sistema económico establecido, con la denuncia estentórea
de negociados cometidos desde la función pública. Y, sin embargo, pese a
tratarse de discrepancias que invitaban al agravio y la invectiva, Gilbert las
ventiló con la indulgencia propia de un hombre bueno. De un hombre bueno, en
el buen sentido de la palabra bueno, como diría Machado.
III
Juan Manuel Medrano nos
ilustrará respecto a los vínculos que existieron entre Chesterton y los Cursos
de Cultura Católica. Pero lo que yo no tengo aún en claro es cuántos argentinos
lo trataron o, al menos, lo vieron físicamente. Lo que sí sé es que uno de
ellos fue el Padre Leonardo Castellani, nombre fundamental de nuestra cultura
que, amén de presentar numerosas analogías con el gran escritor inglés, asistió
a una conferencia suya en Roma, a fines de 1929. Y así relató aquella
experiencia:
«Uno de los grandes
escritores de Europa» ¿Dónde he oído yo poco ha esta frase? En el Vaticano, en
el gran vuelo de escaleras color de hielo que circuyendo el Cortile de San
Dámaso me llevaba a la sala del consistorio a oír el decreto Tuto
procedi de los 136 mártires ingleses (8 de diciembre de 1929). Un
camarlengo de la corte pontificia decía a un suizo de la guardia a mi
lado: «Ese… es uno de los más grandes escritores de Europa» .
Miré curioso a un gigantesco gentleman , corpulento y leonino
que subía delante de mí, casi levantando en vilo a una anciana, delgada,
distinguida señora de negro, tan evidentemente inglesa como un tarro de pikles.
¿Dónde he visto yo esta melena blanca y estos bigotes caídos, esta carota
radiante y jovial y estos hombros cuadrados? Señor, en el dibujo de Barnes que
tengo sobre mi mesa, regalo del padre Furlong, con los perfiles del más popular
y pintoresco de los escritores católicos de hoy: Gilbert Keith
Chesterton.
Cabe destacar esta aptitud
digamos «definitoria» de Chesterton. Castellani tenía su retrato sobre el
escritorio, regalo de otro hombre bien definido: el padre Furlong. Un amigo de
Medrano y mío, que murió joven, nos contó que, viviendo en los Estados Unidos,
se acercó al catolicismo a través de los escritos de Chesterton. Cuando, hace
ya años, un grupo de muchachos acometimos la empresa de editar nuestra primera
publicación, incluimos en sus páginas el poema Parábola de un
cruzado , dedicado a Chesterton por Miguel Ángel Etcheverrigaray. En
la biblioteca del primer departamento que tuve en mi vida quise colocar un
retrato de Chesterton: como no lo conseguí opté por copiarlo, a plumín, de la
tapa de su autobiografía. Chesterton Fernández se llama uno de los personajes
de mi última novela, de sesgo futurista. El primer tomo de la colección Aproximaciones que
pergeñé para la editorial de la UCA tuvo por autor a Eduardo Allegri y su
título fue: Aproximación a Chesterton .
Capacidad definitoria que no
contradice el hecho de que las definiciones deducidas a partir de la obra y la
figura de nuestro autor presenten matices diferentes, tal como acaba de
observar Eduardo Allegri.
Pero, volviendo a Castellani,
recordemos que castellanizó el nombre de Chesterton,
transformándolo en Gilberto, y que acriolló al Padre Brown, transformándolo en
el Padre Metri. Y que tuvo el acierto, original sin duda, de compararlo con Don
Bosco cuando escribió: Dichoso aquel que ha recibido de Dios la
habilidad de malabarista y prestidigitador, de saber contar chistes... Así Don
Bosco un día, santo hombre, enseñó catecismo en su terruño.
IV
Tal vez porque está de moda
denigrar a los militares, tal vez porque últimamente han estallado guerras que
nada tienen de justas, tal vez por otra razón, un pacifismo irrestricto ha
sentado plaza en el cine, el teatro y la literatura. El oficio de las armas es
presentado como una profesión poco menos que indigna y la guerra como el peor
de los flagelos que puedan azotar a la humanidad. Olvidando que, como decía
Martín Fierro, las armas son necesarias pero naides sabe cuando. Que
en otros siglos hubo santos que convocaron a la pelea. Y que Jesucristo no le
echó en cara al centurión su calidad de oficial de infantería.
¿Y por qué traigo a colación
este asunto? Porque me parece oportuno destacar un par de cosas referidas a
Chesterton y la guerra, claramente diferentes a aquel pacifismo irrestricto que
acabo de mencionar.
Informo, por lo pronto, que
cuando Chesterton inició su viaje de luna de miel se detuvo en una tienda para
comprar un revólver y en otra para adquirir las balas correspondientes al arma
recién adquirida. ¿Para qué compró Gilbert ese revólver? Pues, como explica
Maisie Ward, para defender a la novia de posibles peligros. Por
otra parte, así como Lugones habitualmente llevaba cuchillo a la cintura, uno
de los bastones que utilizaba Chesterton albergaba la afilada hoja de un
estoque.
Nuestro escritor, en efecto, era
un hombre pacífico pero no un pacifista a todo trance. Dibujaba castillos y
guerreros, describía fantásticos combates, era hermano de Cecil, que murió en
el frente ocupando una plaza que pudo haber eludido, y era íntimo amigo de
Belloc, un experto en temas bélicos. Y cabe recordar por último que la más
famosa de sus poesías está dedicada a la batalla de Lepanto, donde se jugó con
fortuna el destino de la Europa Cristiana, se comprobó la eficacia del rosario
y se añadió una invocación a las Letanías Lauretanas: Auxilium
Christianorum.
Chesterton estuvo del lado de
Inglaterra cuando la Primera Guerra Mundial y, en vísperas de la segunda,
consideró necesario enfrentar a Alemania o, según su opinión, a Prusia y al
prusianismo, que no le gustaban nada.
Pero, en cambio, se pronunció
enérgicamente contra la guerra emprendida por Gran Bretaña contra los boers. De
donde infiero yo que, en 1982, no habría estado de acuerdo con Margaret
Thatcher y lo hubiéramos tenido de nuestro lado en la Guerra de las Malvinas.
Que aquí es donde quería llegar al referirme a las posiciones de Chesterton
ante esa instancia tremenda que es el combate.
V
Durante los años en que escribí
semanalmente en La Prensa toqué múltiples temas, asumiendo
muchas veces posturas discordantes con las mayoritariamente aceptadas. Pese a
ello, fueron escasos los contradictores que me salieron al cruce y muy pocas
las polémicas que debí sostener con motivo de afirmaciones contenidas en mi
columna. Hubo un tema, sin embargo, que me valió réplicas airadas y un diluvio
de cartas adversas.
El tema que desató el escándalo
era, a primera vista, inofensivo. Por lo menos así lo consideré yo cuando
resolví abordarlo. Pero me equivoqué al suponerlo trivial. ¿Cuál fue aquel
tema? Una tímida defensa de los fumadores.
Yo fumaba por entonces y
reivindiqué mi derecho a hacerlo. Señalando que los fumadores no éramos parias
ni delincuentes irrescatables. Pero mis encabritados lectores no lo entendieron
así y, como dije, pusieron el grito en el cielo.
Eso ocurrió a fines de los
ochenta o a principios de los noventa. Y, desde entonces, el apostolado
antinicotínico se ha exacerbado, llegando al punto que, en algunas partes del
mundo, ya no se puede fumar ni en la propia casa.
Esta manía puritana me pone de
mal humor, aunque haya dejado de fumar. De manera que se pueden imaginar la
satisfacción que me reporta saber que Chesterton era un fumador empedernido.
Más aún, un hombre justo que combinaba armónicamente su piedad con su gusto por
el tabaco. Pues, en los últimos tramos de su vida, a modo de bendición o
jaculatoria, solía trazar una cruz en el aire con el humo del cigarro.
Tal vez consideren ustedes
excesivo llamar manía puritana a la lucha emprendida contra el
hábito de fumar. Pero ocurre que la misma tiene, como dije, un cierto cariz
desmesurado y apostólico que me parece intolerable. Sobre todo si observamos
con qué indulgencia se juzga al consumo de drogas, de efectos morales y
sociales enormemente más dañinos que la costumbre de fumar.
¿Qué tiene que ver esta afición
con el tema de nuestro panel ? Muy poco, desde luego. Si bien,
para justificar su introducción aquí, podría aducir que Etcheverrigaray, en el
poema ya aludido, citando a Mario Mendióroz lo definió a Chesterton como
un San Agustín con pipa. Definición sin duda atractiva, aunque
suponga yo que Gilbert estuvo más cerca de Santo Tomás que de San Agustín, por
realista y por gordo. Cosa que no dejó de advertir el mismo autor cuando dijo
de él:
Trocó la lanza, que es estorbo,
por pluma en ristre y tinta en pluma.
pues se acordaba de otro gordo
que a pluma de ave hizo la Suma.
Y así concluyo, ya que se agotó
el tiempo previsto para mi intervención.
* Publicado en el sitio web http://www.juanluisgallardo.info/index.htm, con el siguiente subtítulo: «Apunte para mi intervención en el congreso sobre Chesterton, a realizarse en la UCA entre el 21 y el 26 de septiembre del 2005».
blogdeciamosayer@gmail.com