«Historia de la canción de guerra y de amor de la Falange»-Francisco Bravo (1901-1968)
«Siempre he dicho que nuestro himno
no será engolado ni excesivamente solemne. La juventud de nuestro Movimiento
exige que cantemos una canción alegre, risueña, exenta de odio para los que nos
combaten. Una canción de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, otra a
los caídos por nuestra España y una que remate con aire seguro de triunfo».
–Imagínate lo que sería el final
del mitin si, además de este bosque juvenil de brazos en alto, un coro ardiente
y unánime hubiese cantado un himno de combate y de esperanza.
–Te aseguro que vamos a hacerlo
en seguida. Voy a reunir a una escuadra de nuestros poetas y hasta que no lo
hagamos no los suelto. Te doy la seguridad de que, muy pronto, nuestros
muchachos han de tener una canción de guerra y de amor. Porque no quiero que el
himno sea demasiado pretencioso.
Y como lo que José Antonio decía
y ordenaba se cumplía siempre, bien pronto supimos en provincias que la Falange
tenía ya el himno deseado por todos, para rematar poéticamente aquellos mítines
nuestros, de aquel entonces magno, que solían terminar con una sinfonía de
pistoletazos.
La decisión de José Antonio se
produjo en casa de Marichu Mora, al día siguiente del estreno en la capital de
España de la famosa película «La Bandera»[1],
estando allí Sánchez Mazas, Ridruejo y Alfaro.
–Os espero mañana por la noche
en la cueva del Or-kompon[2].
Irá el músico. Si falta alguno, mandaré que se le administre el ricino.
Y, efectivamente, los ya
nombrados, obedientes siempre a José Antonio, se pusieron a la obra[3].
–Cuando el músico se puso al
piano, las notas que interpretaban sus dedos de «virtuoso» nos gustaron a
todos. Caímos en seguida en un estado febril, propicio a la creación. Era
difícil que, entre tantos, salieran unos versos que tuvieran el decoro
literario indispensable para ser cantados por nuestros abnegados y valientes
camisas azules. La magia del músico y la presencia de José Antonio hicieron el
milagro.
Para adaptarnos a la música
cantamos valiéndonos de un «monstruo» que llevaba compuesto un amigo. Y tuvimos
en cuenta la idea general que nos sugirió José Antonio, el cual nos dijo:
–Siempre he dicho que nuestro
himno no será engolado ni excesivamente solemne. La juventud de nuestro
Movimiento exige que cantemos una canción alegre, risueña, exenta de odio para
los que nos combaten. Una canción de guerra y amor. Haremos una estrofa a la
novia, otra a los caídos por nuestra España y una que remate con aire seguro de
triunfo. Este cantar nuestro tiene que ser breve, ingrávido, sonriente; para ser gritado con el brazo en alto y con el fusil en la mano. Porque no se os olvide
que con ella haremos muy pronto nuestra insurrección, nuestra lucha por la
conquista y salvación de la Patria.
Y luego –prosigue Ridruejo– nos
anticipó que él traía ya dos versos hechos:
–No olvides decir –agrega mi
interlocutor– que aquella noche nos leyó José Antonio las pruebas del magnífico
artículo que dedicó a don José Ortega y Gasset y que publicó «Haz», el
semanario del S. E. U.
Los autores de la primera
estrofa fueron Foxá, José Antonio y Alfaro, que juntos, y después de una ligera
lima, nos dieron los cuatro versos iniciales:
A todos nos pareció bien la
estrofa, incluso a Sánchez Mazas, que era el crítico y que revisaba lo que los
demás proponíamos.
La segunda estrofa nos costó más
esfuerzos y más tiempo. José Antonio y yo, en una mesa central, discutíamos con
empeño para lograr las palabras y la entonación dignas de exaltar a los que
daban su vida por la Falange. Foxá, retirado aparte, ponía bridas a sus nervios
inquietos. Alfaro fumaba incesantemente; él fue el verdadero ajustador de las
piezas que los demás acoplábamos, y el amanuense. El gran Mourlane, con su
silencio de sabio y de hombre bueno, remansaba nuestras voces de discusión.
Pero aquella noche la segunda estrofa quedó por hacer. Fue al día siguiente
cuando Foxá la logró, mereciendo en seguida nuestro asentimiento:
A Foxá se debe también, con
alguna ayuda de Alfaro, los versos que enlazan las cuatro estrofas de la
canción, como un puente audaz y frágil puesto por la música:
Y como José Antonio había
aportado los dos siguientes, a todos nos pareció que quedaba bien.
Hay que tener en cuenta que la
música era difícil. Posiblemente, si José Antonio no lo hubiera hecho cuestión
a realizar como una orden y un acto del servicio, y si Aznar y Aguilar no
hubieran estado a la puerta, el himno no habría salido de aquella noche
memorable.
«Volverá a reír la primavera».
Y entonces el gran don Pedro
Mourlane nos regaló el segundo verso:
«Que por cielo, tierra y mar espera».
Y como una respuesta y una
afirmación tajante, Alfaro remató:
–Está bien, mi escuadra de
poetas. Lo que hemos hecho esta noche logrará con el tiempo, no lo dudéis, la
importancia de algo maravilloso. Estoy seguro de que la «Canción de guerra y de
amor» de la Falange tendrá pronto acompañamiento de pistolas. Y un poco más
tarde, tamborileo de ametralladoras, y la lanzarán fieros en la guerra nuestros
camaradas, mientras el bordón del cañón siembra la muerte.
El himno se cantó por primera
vez en el mitin del Cine Europa del 2 de febrero de 1936, dos semanas antes de
las elecciones. Su difusión fue rapidísima. Y los disparos que presentía el
Ausente sonaron tras de las estrofas el día que en público se cantó de nuevo;
en la calle de Alcalá, a la salida de los funerales por uno de nuestros
primeros caídos, dos o tres días después de que el sufragio abriera a la
Falange sus posibilidades de lucha y de ambición. En el Madrid consternado y
lívido, que aterrorizaban ya las furias callejeras del Frente Popular, sonó el «Cara
al sol» desafiador y optimista. Las pistolas rojas le pusieron un subrayado de
sangre.
El Ausente pasó a la Cárcel
Modelo, y con él los más caracterizados dirigentes de toda España. Y mientras,
en labios entusiastas, el himno se fue divulgando, pero con versiones distintas
de la real. Indudablemente el autor de la música hubiera padecido al escuchar
lo que cantábamos en las diversas provincias, siguiendo a los camaradas que nos
llevaron el «Cara al sol» a la par que su mal oído y su incapacidad musical.
Vino el 19 de julio y los
camisas azules empuñaron el fusil y comenzaron a lanzar las estrofas del himno
(me gusta, sobre todo –decía José Antonio– porque no hay en él ni una palabra
de odio ni de venganza para el enemigo) a su manera. Cada provincia y aun cada
localidad empleaban un estilo distinto. Hasta la letra sufrió mutilaciones y
cambios. Pero de nuevo Ridruejo pudo prestar un servicio en pro de la fidelidad
de la música y de la letra de la canción.
–A mí me pilló la insurrección
en Segovia. Hasta allí llegaron camaradas de Valladolid que entonaban el «Cara
al sol» con un aire que no era el ortodoxo. Y cuando supo de mi desesperación,
mi hermana Angelita, que guardaba una copia del original regalada por Pilar
Primo de Rivera, la sacó del escondite donde había desafiado los registros
policíacos y me la entregó. Salí con ella a toda prisa para Valladolid y allí
se reeditó, tal como el músico la había compuesto y nosotros adaptado la letra.
(«Fotos».– Septiembre 1937.)
NOTA.– Cuando este reportaje se
publicó no podía decirse que el autor de la música de nuestra Canción era el
camarada Juan Tellería, cuyo prestigio artístico no precisa encomio, y que
entonces se hallaba prisionero de los rojos.