«Historia de la canción de guerra y de amor de la Falange»-Francisco Bravo (1901-1968)

«Siempre he dicho que nuestro himno no será engolado ni excesivamente solemne. La juventud de nuestro Movimiento exige que cantemos una canción alegre, risueña, exenta de odio para los que nos combaten. Una canción de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, otra a los caídos por nuestra España y una que remate con aire seguro de triunfo».

El 17 de noviembre de 1935, en el mismo cine de Madrid donde doce mil camisas azules habíamos ovacionado hasta el delirio a José Antonio –espectáculo inolvidable–, yo le dije al Jefe:

–Imagínate lo que sería el final del mitin si, además de este bosque juvenil de brazos en alto, un coro ardiente y unánime hubiese cantado un himno de combate y de esperanza.

–Te aseguro que vamos a hacerlo en seguida. Voy a reunir a una escuadra de nuestros poetas y hasta que no lo hagamos no los suelto. Te doy la seguridad de que, muy pronto, nuestros muchachos han de tener una canción de guerra y de amor. Porque no quiero que el himno sea demasiado pretencioso.

Y como lo que José Antonio decía y ordenaba se cumplía siempre, bien pronto supimos en provincias que la Falange tenía ya el himno deseado por todos, para rematar poéticamente aquellos mítines nuestros, de aquel entonces magno, que solían terminar con una sinfonía de pistoletazos.

Precisemos detalles exactos.
Recordando a Sthendal, precisemos aquí unos cuantos detalles exactos. El himno de Falange nació el 3 de diciembre del año antedicho, en la cueva del Or-kompon, bar vasco de la calle de Miguel Moya, en Madrid. La música ya estaba compuesta precisamente. La letra, es decir, las estrofas aladas que tantos camaradas cantaron después, frente al riesgo y a la muerte, la hicieron José Antonio, José María Alfaro, Agustín de Foxá, Mourlane Michelena y Dionisio Ridruejo. Guardaban la puerta, para que los poetas no desertasen, dos hombres de guerra: Agustín Aznar y Luis Aguilar. Hizo de crítico Rafael Sánchez Mazas.

La decisión de José Antonio se produjo en casa de Marichu Mora, al día siguiente del estreno en la capital de España de la famosa película «La Bandera»[1], estando allí Sánchez Mazas, Ridruejo y Alfaro.

–Os espero mañana por la noche en la cueva del Or-kompon[2]. Irá el músico. Si falta alguno, mandaré que se le administre el ricino.

Y, efectivamente, los ya nombrados, obedientes siempre a José Antonio, se pusieron a la obra[3].

Ridruejo recuerda aquella noche.
Quien nos facilita estas notas es Dionisio Ridruejo, a quien a mí me gusta llamar el Goebbels de la vieja guardia –menudito, nervioso, buen orador–, a lo que él replica poniéndome otro mote. Con Agustín Foxá –magnífico camarada y altísimo poeta– y con Aznar es uno de los protagonistas del hecho que andan por aquí. Sus palabras tienen toda la autoridad necesaria para que este reportaje pueda ser una página de historia:

–Cuando el músico se puso al piano, las notas que interpretaban sus dedos de «virtuoso» nos gustaron a todos. Caímos en seguida en un estado febril, propicio a la creación. Era difícil que, entre tantos, salieran unos versos que tuvieran el decoro literario indispensable para ser cantados por nuestros abnegados y valientes camisas azules. La magia del músico y la presencia de José Antonio hicieron el milagro.

Para adaptarnos a la música cantamos valiéndonos de un «monstruo» que llevaba compuesto un amigo. Y tuvimos en cuenta la idea general que nos sugirió José Antonio, el cual nos dijo:

–Siempre he dicho que nuestro himno no será engolado ni excesivamente solemne. La juventud de nuestro Movimiento exige que cantemos una canción alegre, risueña, exenta de odio para los que nos combaten. Una canción de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, otra a los caídos por nuestra España y una que remate con aire seguro de triunfo. Este cantar nuestro tiene que ser breve, ingrávido, sonriente; para ser gritado con el brazo en alto y con el fusil en la mano. Porque no se os olvide que con ella haremos muy pronto nuestra insurrección, nuestra lucha por la conquista y salvación de la Patria.

Y luego –prosigue Ridruejo– nos anticipó que él traía ya dos versos hechos:

«Traerán prendidas cinco rosas,
las flechas de mi haz».

–No olvides decir –agrega mi interlocutor– que aquella noche nos leyó José Antonio las pruebas del magnífico artículo que dedicó a don José Ortega y Gasset y que publicó «Haz», el semanario del S. E. U.

Los poetas ponen mano a la obra.
Repitió el compositor la música al piano, para tomar nosotros la medida, y nos pusimos cada uno a la tarea. A la puerta, enérgicos y terminantes, Aznar y Aguilar vigilaban para que nadie abandonase la cueva del bar.

Los autores de la primera estrofa fueron Foxá, José Antonio y Alfaro, que juntos, y después de una ligera lima, nos dieron los cuatro versos iniciales:

«Cara al sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver».

A todos nos pareció bien la estrofa, incluso a Sánchez Mazas, que era el crítico y que revisaba lo que los demás proponíamos.

La segunda estrofa nos costó más esfuerzos y más tiempo. José Antonio y yo, en una mesa central, discutíamos con empeño para lograr las palabras y la entonación dignas de exaltar a los que daban su vida por la Falange. Foxá, retirado aparte, ponía bridas a sus nervios inquietos. Alfaro fumaba incesantemente; él fue el verdadero ajustador de las piezas que los demás acoplábamos, y el amanuense. El gran Mourlane, con su silencio de sabio y de hombre bueno, remansaba nuestras voces de discusión. Pero aquella noche la segunda estrofa quedó por hacer. Fue al día siguiente cuando Foxá la logró, mereciendo en seguida nuestro asentimiento:

«Formaré junto a los compañeros
que hacen guardia sobre los luceros,
impasible el ademán,
y están presentes en nuestro afán».

A Foxá se debe también, con alguna ayuda de Alfaro, los versos que enlazan las cuatro estrofas de la canción, como un puente audaz y frágil puesto por la música:

«Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí».

La tercera estrofa.
Ridruejo continúa diciéndome: –De la tercera estrofa yo hice los dos primeros versos:

«Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz».

Y como José Antonio había aportado los dos siguientes, a todos nos pareció que quedaba bien.

Hay que tener en cuenta que la música era difícil. Posiblemente, si José Antonio no lo hubiera hecho cuestión a realizar como una orden y un acto del servicio, y si Aznar y Aguilar no hubieran estado a la puerta, el himno no habría salido de aquella noche memorable.

«Volverá a reír la primavera».
Nos faltaban los versos finales, los que habían de expresar la confianza en el triunfo decisivo y final, que la Falange tuvo siempre y tendrá. Alfaro –fino poeta siempre– fue el autor del hallazgo:

«Volverá a reír la primavera».

Y entonces el gran don Pedro Mourlane nos regaló el segundo verso:

«Que por cielo, tierra y mar espera».

Y como una respuesta y una afirmación tajante, Alfaro remató:

«¡Arriba, escuadras, a vencer!
Que en España empieza a amanecer».

Y ya estaba la canción nacionalsindicalista, sin la cual el Movimiento nacional, al menos para nosotros, no hubiera tenido el sentido ambicioso, alegre y afirmativo que a través de dolores, sangre y trabajos supo portar la Falange como un airón altivo, desafiador de tempestades y de huracanes.

Una predicción del Ausente.
Durante aquella noche febril de creación conjunta, José Antonio –poeta también y de los más finos– estuvo malhumorado. Temía que el contraste de los puntos de vista de cada cual demorase la composición del himno, que los camisas azules de toda España demandaban unánimes y como si les faltara algo decisivo para la acción. Cuando todo estuvo hecho y el músico descansó sus manos nerviosas sobre el teclado y bebimos alegres y cansados unas copas de buen vino jerezano, nos dijo:

–Está bien, mi escuadra de poetas. Lo que hemos hecho esta noche logrará con el tiempo, no lo dudéis, la importancia de algo maravilloso. Estoy seguro de que la «Canción de guerra y de amor» de la Falange tendrá pronto acompañamiento de pistolas. Y un poco más tarde, tamborileo de ametralladoras, y la lanzarán fieros en la guerra nuestros camaradas, mientras el bordón del cañón siembra la muerte.

El himno se cantó por primera vez en el mitin del Cine Europa del 2 de febrero de 1936, dos semanas antes de las elecciones. Su difusión fue rapidísima. Y los disparos que presentía el Ausente sonaron tras de las estrofas el día que en público se cantó de nuevo; en la calle de Alcalá, a la salida de los funerales por uno de nuestros primeros caídos, dos o tres días después de que el sufragio abriera a la Falange sus posibilidades de lucha y de ambición. En el Madrid consternado y lívido, que aterrorizaban ya las furias callejeras del Frente Popular, sonó el «Cara al sol» desafiador y optimista. Las pistolas rojas le pusieron un subrayado de sangre.

El himno pudo perderse.
No obstante las órdenes de José Antonio, no fue posible editar el himno o impresionar un disco, pues la persecución contra los camisas azules comenzó tan pronto como las izquierdas subieron al Poder. Es decir: se acentuó la que llevábamos afrontando desde 1933, a cargo de quienes bien pronto pusieron en la osadía y la bravura de los nacionalsindicalistas toda su esperanza.

El Ausente pasó a la Cárcel Modelo, y con él los más caracterizados dirigentes de toda España. Y mientras, en labios entusiastas, el himno se fue divulgando, pero con versiones distintas de la real. Indudablemente el autor de la música hubiera padecido al escuchar lo que cantábamos en las diversas provincias, siguiendo a los camaradas que nos llevaron el «Cara al sol» a la par que su mal oído y su incapacidad musical.

Vino el 19 de julio y los camisas azules empuñaron el fusil y comenzaron a lanzar las estrofas del himno (me gusta, sobre todo –decía José Antonio– porque no hay en él ni una palabra de odio ni de venganza para el enemigo) a su manera. Cada provincia y aun cada localidad empleaban un estilo distinto. Hasta la letra sufrió mutilaciones y cambios. Pero de nuevo Ridruejo pudo prestar un servicio en pro de la fidelidad de la música y de la letra de la canción.

–A mí me pilló la insurrección en Segovia. Hasta allí llegaron camaradas de Valladolid que entonaban el «Cara al sol» con un aire que no era el ortodoxo. Y cuando supo de mi desesperación, mi hermana Angelita, que guardaba una copia del original regalada por Pilar Primo de Rivera, la sacó del escondite donde había desafiado los registros policíacos y me la entregó. Salí con ella a toda prisa para Valladolid y allí se reeditó, tal como el músico la había compuesto y nosotros adaptado la letra.

Final.
Este reportaje lo brindamos a los miles de camaradas que con el «Cara al sol» en los labios han sabido afrontar la muerte por el Imperio, la Patria, el Pan y la Justicia. Merced a ellos volverá en España a reír la primavera. Ridruejo como relator y el que esto firma transcribiendo las palabras, sólo han procurado divulgar este capítulo tan interesante de nuestra historia falangística. De esa historia que yo llevo haciendo –en un tono menor– exhumando mis recuerdos de «camisa vieja».

(«Fotos».– Septiembre 1937.)

NOTA.– Cuando este reportaje se publicó no podía decirse que el autor de la música de nuestra Canción era el camarada Juan Tellería, cuyo prestigio artístico no precisa encomio, y que entonces se hallaba prisionero de los rojos.

* En «José Antonio – El Hombre, el Jefe, el Camarada», Ediciones Españolas S.A., Madrid, 1939, pp. 171-178.
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[1] Película, estrenada en 1935, dirigida por Julien Duvivier y protagonizada por el famoso Jean Gabin, quien interpreta a Pierre Gilieth, un francés que, tras haber cometido un crimen en París, huye a Barcelona y termina alistándose en La Legión Española. (Nota de «Decíamos ayer…»).
[2] Agustín de Foxá, que narra también la creación del Cara al Solen versión novelada, en su magnífico libro «Madrid, de Corte a Checa» -del cual hemos publicado hace tiempo un fragmento que puede verse AQUÍ-, describe así el subsuelo o «los bajos» del bar Or-kompon, donde se llevó a cabo la histórica reunión: «...Era una especie de cueva vasca, con acuarelas de Guipúzcoa en los zócalos. Carros de bueyes rojos con lana sobre la testuz, caseros de boina, frontones, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola...» (Nota de «Decíamos ayer…»).
[3] Felipe Ximénez de Sandoval, en su excelente libro «José Antonio (Biografía apasionada)», aclara, respecto de la creación del Cara al sol, que «Hay, por lo menos, cuatro o cinco versiones diferentes –de Bravo (relato de Ridruejo) (que es el que aquí transcribimos), de Foxá, de Miquelarena, del Marqués de Bolarque y de Tellería, el autor de la música–. Todos -agrega-, variando en detalles accesorios y de aportación personal a la genial canción, coindicen en que gran parte de ella es de José Antonio». (Nota de «Decíamos ayer…»).

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