«Declaración Dominus Iesus» (fragmento) - San Juan Pablo II (1920-2005)
A propósito de ciertas declaraciones del Santo Padre Francisco en el «encuentro interreligioso con jóvenes en el Catholic Junior College de Singapur», el 13 de septiembre de 2024, es bueno recordar la verdadera doctrina de la Iglesia.
«El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia del día 16 de junio de 2000, concedida al infrascrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con ciencia cierta y con su autoridad apostólica, ha ratificado y confirmado esta Declaración decidida en la Sesión Plenaria, y ha ordenado su publicación».
[…]
La Iglesia y las religiones
en relación con la salvación
20. De todo lo que ha sido antes recordado, derivan también algunos puntos necesarios para el curso que debe seguir la reflexión teológica en la profundización de la relación de la Iglesia y de las religiones con la salvación.
Ante todo, debe ser firmemente
creído que la «Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación,
pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros
en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la
necesidad del bautismo (cf. Mt 16,16; Jn 3,5),
confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran
por el bautismo como por una puerta»[1]. Esta
doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios (cf. 1
Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario, pues, mantener unidas estas dos
verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los
hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación»[2].
La Iglesia es «sacramento
universal de salvación»[3]
porque, siempre unida de modo misterioso y subordinada a Jesucristo el
Salvador, su Cabeza, en el diseño de Dios, tiene una relación indispensable con
la salvación de cada hombre[4]. Para
aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, «la salvación
de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa
relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los
ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia
proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu
Santo»[5]. Ella
está relacionada con la Iglesia, la cual «procede de la misión del Hijo y la
misión del Espíritu Santo»[6], según
el diseño de Dios Padre.
21. Acerca del modo en
el cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por medio de Cristo
en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la Iglesia, llega a los
individuos no cristianos, el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios
la dona «por caminos que Él sabe»[7]. La
Teología está tratando de profundizar este argumento, ya que es sin duda útil
para el crecimiento de la compresión de los designios salvíficos de Dios y de
los caminos de su realización. Sin embargo, de todo lo que hasta ahora ha sido
recordado sobre la mediación de Jesucristo y sobre las «relaciones singulares y
únicas»[8] que
la Iglesia tiene con el Reino de Dios entre los hombres –que substancialmente
es el Reino de Cristo, salvador universal–, queda
claro que sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un
camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras
religiones. Éstas serían complementarias a la Iglesia, o incluso
substancialmente equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella en pos
del Reino escatológico de Dios.
Ciertamente, las diferentes
tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que
proceden de Dios[9] y
que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la
historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones»[10].
De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación
evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de
los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios[11]. A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen
divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de
los sacramentos cristianos[12]. Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no
cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1
Co 10,20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación[13].
22. Con la venida de
Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los
hombres (cf. Hch 17,30-31)[14]. Esta
verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones
del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad
indiferentista «marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que
“una religión es tan buena como otra”»[15]. Si
bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también
es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria
si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los
medios salvíficos[16]. Sin
embargo es necesario recordar a «los hijos de la Iglesia que su excelsa
condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial
de Cristo; y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las
obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad»[17]. Se
entiende, por lo tanto, que, siguiendo el mandamiento de Señor (cf. Mt 28,19-20)
y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia «anuncia y tiene la
obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y
la Vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de
la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas»[18].
La misión ad gentes,
también en el diálogo interreligioso, «conserva íntegra, hoy como siempre, su
fuerza y su necesidad»[19]. «En
efecto, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
pleno de la verdad” (1 Tm 2,4). Dios quiere la salvación de todos
por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los
que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la
salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha
sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela.
Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser
misionera»[20]. Por
ello el diálogo, no obstante forme parte de la misión evangelizadora,
constituye sólo una de las acciones de la Iglesia en su misión ad
gentes[21]. La paridad,
que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad
personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a
Jesucristo –que es el mismo Dios hecho hombre– comparado con los fundadores de
las otras religiones. De hecho, la Iglesia, guiada por la caridad y el respeto
de la libertad[22], debe
empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad
definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la
conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los
otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la voluntad salvífica
universal de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio
de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo.
[…]
* En el sitio oficial de la Santa Sede. Para ver el texto completo, puede descargarse AQUÍ.
También puede descargarse AQUÍ un comentario al magistral documento: «Un pequeño gran documento: la Declaración Dominus Iesus», del P. Carlos M. Buela V.E.
[1]
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,14. Cf. Decr. Ad
gentes,7; Decr. Unitatis redintegratio, 3.
[2]
Juan Pablo II,Enc. Redemptoris missio, 9. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
846-847.
[3]
3 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm., Lumen gentium, 48.
[4]
Cf. San Cipriano, De catholicae ecclesiae unitate, 6: CCSL 3, 253-254;
San Ireneo, Adversus Haereses, III, 24, 1: SC 211, 472-474.
[5]
Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 10.
[6]
Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2. La conocida fórmula extra Ecclesiam
nullus omnino salvatur debe ser interpretada en el sentido aquí explicado
(cf. Conc.Ecum. Lateranense IV, Cap. 1. De fide catholica: DS 802). Cf.
también la Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston: DS 3866-3872.
[7]
Conc. Ecum. Vat.II, Decr. Ad gentes, 7.
[8]
3 Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio, 18.
[9]
Son las semillas del Verbo divino (semina Verbi), que la Iglesia
reconoce con gozo y respeto (cf. Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes,
11, Decl. Nostra aetate, 2).
[10]
Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 29.
[11]
Cf. Ibíd.; Catecismo de la Iglesia Católica, 843.
[12]
Cf. Conc. de Trento, Decr. De sacramentis, can. 8 de sacramentis in
genere: DS 1608.
[13]
Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55.
[14]
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 17; Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris missio, 11.
[15]
Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 36.
[16]
Cf. Pío XII, Enc. Myisticis corporis, DS 3821.
[17]
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
[18]
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, 2.
[19]
Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 7.
[20]
Catecismo de la Iglesia Católica, 851; cf. también, 849-856.
[21]
Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55; Exhort. ap. Ecclesia
in Asia, 31, 6-XI-1999.
[22]
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, 1.
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