«El catolicismo en nuestra historia» - Juan Vázquez de Mella (1861-1928)
He aquí una maravillosa página de este gran pensador español, cuyos términos, ciertamente, bien le caben a nuestra dolida Argentina y a toda Hispanoamérica, pues hijos somos de esa nación, que nos ha fundado con el bautismo de la misma Fe.
Pero ¿es verdad que la religión
católica constituye el elemento predominante y directivo de la Patria y de la
Nación española? Para negarlo, a fin de eludir la consecuencia de la enseñanza religiosa
obligatoria, hay que negar su historia, es decir, negar a España. No tengo más
que trazar ante vosotros las líneas más grandes y más generales de esa historia
para demostraros que la religión católica es la inspiradora de España, la informadora
de toda su vida, la que le ha dado el ser, y que sin ella no hay alma, ni carácter,
ni espíritu nacional.
Salimos de la unidad externa y
poderosa de Roma, que tendió su manto por España, cerca de seis siglos, pero ni
con su inmensa red administrativa y militar, ni con la transfusión de su lengua
y de su derecho, ni con terribles hecatombes que dejaron pavesas y escombros en
los lugares que fueron ciudades heroicas, pudo salvar las diferencias de las
razas iberoceltas y de las colonizadoras fenicias y helénicas, que, apoyadas en
la diversidad geográfica, latían bajo su yugo, recibiendo su poderosa
influencia, pero también devolviéndola y comunicándola en la literatura y en el
imperio. Fue necesaria una unidad más fuerte y más íntima que llegase hasta las
conciencias y aunase en un dogma, en una moral y en un culto las almas, y las
iluminase con la palabra de los apóstoles, y las ungiese con sangre de
mártires, y las limpiase de la ley pagana en los circos y en los concilios,
estrechándolas con una solidaridad interna, que, por ministerio de la Iglesia y
del tiempo, se convertirá en alma colectiva. Por eso, cuando el caudillaje
militar de los bárbaros se repartió los jirones de la púrpura imperial sobre el
cadáver de Roma, la Iglesia se interpuso entre el godo, arriano y rudo, y el
hispano-romano, católico y culto, y venció a los vencedores, infundiéndoles la
fe y el saber de los vencidos.
Cegó en los concilios toledanos
el abismo que los separaba, formando aquel código singular, el mejor de su
época, el Fuero Juzgo, donde brotaba ya, rompiendo la corteza
absolutista, el germen de la monarquía cristiana, con la diferencia del rey y
del tirano, y se armonizaban los tres grandes elementos de la civilización que
empezaba: el romanismo, el germanismo y el cristianismo,
superior y más poderoso que los dos. Suprimió la ley de castas y la separación
familiar, sembrando la semilla de la nacionalidad en un surco tan hondo que
podrá crecer y prosperar bajo las olas de la invasión musulmana. Y cuando esa
invasión se desborda y las legiones sarracenas se apoderan de las islas y de
las grandes ciudades del Mediterráneo, y saltan el Pirineo y hacen temblar a
Europa, ¿quién salva la civilización de una catástrofe, organizando la lucha
secular de la Reconquista? ¿Quién la dirige? ¿De dónde salen los grandes
ejércitos que van a pelear desde las montañas hasta las llanuras y desde las
llanuras hasta el mar? Salen de las cuevas de los eremitas y tienen su base de
operaciones en los monasterios de las montañas. Esa reconquista, que es la cruzada
de Occidente, no es una serie de guerras como las cruzadas de oriente, es
una sola campaña, un inmenso campo de batalla, donde se dan cita las
generaciones y los siglos, guiados por el mismo plan que va trazando la Iglesia
con la cruz en el suelo peninsular. El ejército central sale de la cueva del
Auseva; el de la izquierda, baja de los santuarios de la Burunda y de San Juan
de la Peña; el de la extrema izquierda recibe su impulso de los que se
extienden por la Marca Hispánica y acampa en Ripoll, y el de la derecha
aparecerá en la frontera de Portugal más tarde, sembrando de templos las etapas
de su jornada.
La Batalla de las Navas de Tolosa - Augusto Ferrer Dalmau |
Y no se parará allí a dormir el
sueño de la victoria realizada, bajo pabellones de laurel; se asomará al mar
para cultivarle y educarle con su fe y con su genio, y se detendrá un momento a
descansar en el pórtico de la Rábida para convertirle en pórtico de un Nuevo
Mundo, y, por medio de un sublime terciario, Colón, que anda buscando dinero
para una nueva cruzada, protegido por tres frailes, fray Juan Pérez, fray
Antonio de Marchena y fray Diego de Deza, y por una reina que lleva por
apellido el de la Iglesia, cruzará por rumbos desconocidos el Océano y pondrá
el nombre de la Virgen, ofreciéndole su empresa, a la carabela que dirige; el
de San Salvador a la primera isla que descubre, el de Santa Cruz a la primera
nave que construye en la Isabela; y al desembarcar en Cádiz, después del segundo
viaje, cubrirá su cuerpo con el sayal del franciscano. Y será entonces cuando
los guerreros emularán la fe de la legión de misioneros más heroicos que el
mundo ha conocido, y, con el ardor del P. Olmedo o el P. Zumárraga, de Anchieta
y Montoya, el gran Cortés, apenas pasado Tabasco, pondrá el nombre de Veracruz
a la primera ciudad que levante en el Continente mejicano.
La marcha de Tenochtitlán - Augusto Ferrer Dalmau |
Por la Iglesia fuimos con el P.
Urdaneta y Elcano a dar la vuelta al planeta, y con San Francisco Javier a
evangelizar millones de hombres más allá de las fronteras donde pararon las
victorias de Alejandro.
Por la religión fuimos a pelear
en los pantanos de Flandes, para contrabalancear el poder de la Protesta, que
hubiera sucumbido sin la hora trágica en que se hundió la Invencible;
por ella hicimos la última cruzada en Lepanto; fue nuestra nación, como
se ha dicho muy bien, la amazona que salvó a la raza latina de la servidumbre
protestante, y la libertad y la moral del servo arbitrio, de la fe
sin obras, de la predestinación necesaria, con los teólogos de Trento
y con los tercios que pelearon en todos los campos de batalla de Europa; y
nosotros fuimos los que todavía, al comenzar el siglo XIX, en las luchas napoleónicas,
salvamos a Europa de la tiranía revolucionaria del césar, como se ha reconocido,
pues fue un francés, Chateaubriand, quien dijo con razón que los cañones de
Bailén habían hecho temblar todos los gabinetes europeos.
Y en las contiendas de los
siglos XIX y XX, ¿no es verdad que todo gira alrededor de la Cruz? Nuestras
luchas civiles, nuestras contiendas políticas, o por afirmaciones o por
negaciones, todas se refieren a la Iglesia; y nuestros enemigos de hoy mismo,
si se suprimiera el catolicismo en España, se quedarían asombrados, se
quedarían absortos mirándose uno a otros, al encontrarse sin programa. El grado
de odio y de opresión a la Iglesia, lo que se ha de cercenar de sus derechos,
lo que se han de limitar sus facultades, ése es el programa de los que se
llaman anticlericales, de modo que aun como negaciones viven en esa afirmación
soberana, que es el soporte espiritual de la Patria.
Del
discurso en la Real Academia de Jurisprudencia, 17 de mayo de 1913.
Otra publicación anterior vinculada con la presente, puede verse AQUÍ
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