«Misión de Pedro: confirmar a sus hermanos» - San Juan Pablo II (1920-2005)
Una enseñanza actual, y apremiante: «El cometido de Pedro, como cabeza de
los Apóstoles, consistirá en sostener en la fe a sus “hermanos” y a toda la
Iglesia...».
(Lectura: evangelio de san Lucas,capítulo 22, versículos 28-32)
1. Durante la última cena Jesús
dirige a Pedro unas palabras que merecen atención particular. Sin duda se refieren
a la situación dramática de aquellas horas, pero tienen un valor fundamental
para la Iglesia de siempre, pues pertenecen al patrimonio de las últimas
recomendaciones y las últimas enseñanzas que dio Jesús a los discípulos en su
vida terrena.
Al anunciar la triple negación
que hará Pedro por el miedo durante la Pasión, Jesús le predice también que
superará la crisis de esa noche: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado
el poder cribaros como trigo, pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.
Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,
31-32).
En esas palabras Jesús le
garantiza una oración especial por su perseverancia en la fe, pero también le
anuncia la misión que le confiará de confirmar en la fe a sus hermanos.
La autenticidad de las palabras
de Jesús no sólo nos consta por el cuidado con que Lucas recoge informaciones
seguras y las expone en una narración que también es válida desde el punto de
vista crítico, como se puede apreciar por lo que dice en el prólogo de su
evangelio, sino también por esa especie de paradoja que encierran: Jesús se
queja de la debilidad de Simón Pedro y, al mismo tiempo, le confía la misión de
confirmar a los demás. La paradoja muestra la grandeza de la gracia, que actúa
en los hombres –y en este caso en Pedro– muy por encima de las posibilidades
que le ofrecen sus capacidades y virtudes, y sus méritos; y muestra, asimismo,
la conciencia y la firmeza de Jesús en la elección de Pedro. El evangelista
Lucas, cuidadoso y atento al sentido de las palabras y de las cosas, no duda en
referirnos esa paradoja mesiánica.
2. El contexto en que se
encuentran esas palabras, dirigidas por Jesús a Pedro, es decir, dentro de la
última cena, es también muy significativo. Acaba de decir a los Apóstoles: «Vosotros
sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte,
dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22,
28-29). El verbo griego diatithemai (que significa: preparar,
disponer) tiene un sentido fuerte, algo así como disponer de una manera eficaz,
y alude a la realidad del reino mesiánico establecido por el Padre celeste y
participado a los Apóstoles. Las palabras de Jesús se refieren sin duda a la
dimensión escatológica del reino, cuando los Apóstoles serán llamados a «juzgar
a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 30), pero tienen valor también
para su fase actual, para el tiempo de la Iglesia aquí en la tierra. Y éste es
un tiempo de prueba. A Simón Pedro Jesús le asegura, por eso, su oración, a fin
de que en esa prueba no venza el príncipe de este mundo: «Satanás ha solicitado
el poder cribaros como trigo» (Lc 22, 31). La oración de Cristo es
indispensable, especialmente para Pedro, a causa de la prueba que le espera y
del encargo que Jesús le confía. A ese cometido se refieren las palabras:
«Confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32).
3. La perspectiva en que se ha
de contemplar el cometido de Pedro –como toda la misión de la Iglesia– es, por
consiguiente, a la vez histórica y escatológica. Es una misión en la Iglesia y
para la Iglesia en la historia, donde se deben superar pruebas, se han de
afrontar cambios, y es preciso actuar en particulares situaciones culturales,
sociales y religiosas, pero todo ello en función del reino de los cielos, ya
preparado y dispuesto por el Padre como término final de todo el camino
histórico y de todas las experiencias personales y sociales. El «reino»
transciende la Iglesia en su peregrinación terrena, y transciende sus tareas y
poderes. Transciende también a Pedro y al colegio apostólico y, por tanto, a
sus sucesores en el episcopado. Y, a pesar de ello, está ya en la Iglesia, ya
actúa y se desarrolla en la fase histórica y en la situación terrena de su
existencia, por lo cual ya existe en ella algo más que una institución y estructura
social. Existe la presencia del Espíritu Santo, esencia de la nueva ley, según
san Agustín (cf. De spiritu et littera, 21) y santo Tomás de Aquino
(cf. Summa Theologiae, I-II, q. 106, a. 1), pero esta
presencia no excluye, sino que por el contrario exige, a nivel ministerial, lo
visible, lo institucional, lo jerárquico.
Todo el Nuevo Testamento,
custodiado y predicado por la Iglesia, está en función de la gracia, del reino
de los cielos. En esta perspectiva se coloca el ministerio petrino.
Jesús anuncia esta tarea de servicio a Simón Pedro después de la profesión de
fe que hizo como portavoz de los Doce: fe en Cristo, Hijo de Dios vivo
(cf. Mt 16, 16), y en las palabras que anunciaban la
Eucaristía (cf. Jn 6, 68). En el camino de Cesarea de Filipo,
Jesús aprueba públicamente la profesión de fe de Simón, lo llama piedra
fundamental de la Iglesia y le promete que le dará las llaves del reino de los
cielos, con el poder de atar y desatar. En ese contexto se comprende que el
evangelista ponga especialmente de relieve el aspecto de la misión y del poder,
que atañe a la fe, aunque en él se hallan encerrados otros aspectos, que
veremos en la próxima catequesis.
4. Es interesante notar que el
evangelista, aún aludiendo a la fragilidad humana de Pedro, que no está exento
de las dificultades, sino que es tentado como los demás Apóstoles, subraya que
goza de una oración especial por su perseverancia en la fe: «He rogado por ti».
Pedro no fue preservado de la negación, pero, después de haber experimentado su
debilidad, fue confirmado en la fe, en virtud de la oración de Jesús, para que
pudiera cumplir su misión de confirmar a sus hermanos. Esta misión no se puede
explicar por medio de consideraciones puramente humanas. El apóstol Pedro, que
se distingue por ser el único que niega –¡tres veces!– a su Maestro, sigue
siendo el elegido por Jesús para el encargo de fortalecer a sus compañeros. Los
juramentos humanos de fidelidad que hace Pedro resultan inconsistentes, pero
triunfa la gracia.
La experiencia de la caída sirve
a Pedro para aprender que no puede poner su confianza en sus propias fuerzas y
en cualquier otro factor humano, sino que ha de ponerla únicamente en Cristo.
Esa experiencia nos sirve también a nosotros, pues nos impulsa a ver a la luz
de la gracia la elección, la misión y el mismo poder de Pedro. Lo que Jesús le
promete y le confía viene del cielo y pertenece –debe pertenecer– al reino de
los cielos.
5. El
servicio de Pedro al reino, según el evangelista, consiste principalmente en
confirmar a sus hermanos, en ayudarles a conservar la fe y a desarrollarla.
Es interesante destacar que se trata de una misión que se ha de cumplir en
la prueba. Jesús es muy consciente de las dificultades de la fase histórica
de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la cruz, que él recorrió. El
cometido de Pedro, como cabeza de los Apóstoles, consistirá en sostener en la
fe a sus «hermanos» y a toda la Iglesia. Y, dado que la fe no se puede
conservar sin lucha, Pedro deberá ayudar a los fieles en la lucha por vencer todo
lo que haga perder o debilitarse su fe. En el texto de Lucas se refleja la
experiencia de las primeras comunidades cristianas, pues es consciente de la
explicación que esa situación histórica de persecución, tentación y lucha
encuentra en las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles y principalmente
a Pedro.
6. En esas palabras se hallan
los componentes fundamentales de la misión de Pedro. Ante todo, la de confirmar
a sus hermanos, con la exposición de la fe, la exhortación a la fe, y todas las
medidas que sea preciso tomar para el desarrollo de la fe. Esta acción se
dirige a aquellos que Jesús, hablando a Pedro, llama «tus hermanos»: en el
contexto, la expresión se aplica en primer lugar a los demás Apóstoles, pero no
excluye un sentido más amplio, extendido a todos los miembros de la comunidad
cristiana (cf. Hch 1, 15). Y sugiere también la finalidad a la
que Pedro debe orientar su misión de confirmar y sostener en la fe: la comunión
fraterna en virtud de la fe.
Más aún: Pedro –y como él cada
uno de sus sucesores y cabeza de la Iglesia–, tiene la misión de impulsar a los
fieles a poner toda su confianza en Cristo y en el poder de su gracia, que él
experimentó personalmente. Es lo que escribe Inocencio III en la carta Apostólicae
Sedis primatus (12 de noviembre de 1199), citando el texto de Lucas 22,
32 y comentándolo así: «El Señor insinúa claramente que los sucesores de Pedro
no se desviarán nunca de la fe católica, sino que más bien ayudarán a volver a
los desviados y afianzarán a los vacilantes» (DS 775). Aquel Papa
del Medioevo consideraba que la declaración de Jesús a Pedro se veía confirmada
por la experiencia de un milenio.
7. La misión confiada por Jesús
a Pedro se refiere a la Iglesia en su extensión a través de los siglos y las
generaciones humanas. El mandato: «Confirma a tus hermanos» significa: enseña
la fe en todos los tiempos, en las diversas circunstancias y en medio de las
muchas dificultades y oposiciones que la predicación de la fe encontrará en la
historia; y, al enseñarla, infunde valor a los fieles. Tú mismo has
experimentado que el poder de mi gracia es más grande que la debilidad humana;
por ello, difunde el mensaje de la fe, proclama la sana doctrina, reúne a los
«hermanos», poniendo tu confianza en la oración que te he prometido. Con la
virtud de mi gracia, trata de que los que no creen se abran y acepten la fe, y
fortalece a los que se hallen vacilantes. Ésta es tu misión, ésta es la razón
del mandato que te confío.
Esas palabras del
evangelista Lucas (22, 31-33) son muy significativas para
todos los que desempeñan en la Iglesia el munus petrinum, pues les
recuerdan sin cesar aquella especie de paradoja original que Cristo mismo ha
puesto en ellos, con la certeza de que en su ministerio, al igual que en el de
Pedro, actúa la gracia especial que sostiene la debilidad del hombre y le
permite «confirmar a sus hermanos»: «Yo he rogado por ti» –es la palabra de
Jesús a Pedro, que vale también para sus humildes y pobres sucesores–, para que
tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc. 22,
32).
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