«El descubrimiento de América» - Revista Sol y Luna
El descubrimiento de América se sitúa
en el filo de estas dos últimas etapas. La empresa de Colón y de Isabel prolonga
todavía la línea de las Cruzadas: es la última gran tentativa que la Europa
evangelizadora emprende con conciencia de europeidad. Pero el genio que impulsó
las carabelas de Castilla no dio estilo a toda la ocupación del Nuevo Mundo. La
conquista de América está escindida, como estaba escindida Europa al tiempo del
Descubrimiento. No toda ella recibió el signo que llevaba el «Cristóforo». La
colonización de la otra América pertenece a la otra Europa, a la Europa
traidora de Lutero y de Enrique VIII. Por eso la unidad de América, esa unidad
que ahora –illecebris libidis num multis– se nos quiere imponer es imposible.
Nacidas de dos madres, de bien distinto decoro, no puede haber entre las dos
Américas otras relaciones que las que cuadran entre Isaac e Ismael.
La bendita fidelidad de España
que la mantuvo en la unidad católica, en los días de Bacón y de Richelieu, nos regaló
una América hispánica que ensamblaba con la Cristiandad. Una América sin
parlamentos ni unión panamericana, pero con próspera y ordenada vida civil y
respeto por la dignidad del ser racional y caridad hacia ese indígena al que
España no creyó necesario exterminar.
Hoy se pregona por ahí un credo de
América y hasta se insinúa una mística de América. Pero la América que inventa
estas cosas no es –ella– ninguna creación original. Es la mala Europa que
derrotada –o a punto de serlo en el viejo solar– cruzó el mar, buscando como
punto de apoyo en el Nuevo Mundo su única creación real. El mito de América
empezó a prosperar cuando la realidad de América empezó a decaer. Mito feo y
vulgar, mito sin poesía, mito que no posee ni siquiera la gracia artificial del
siglo que le vio nacer.
Colón descubrió estas tierras en nombre de Cristo para que sus habitantes diéramos testimonio de Él. La otra América habla en nombre de los derechos del hombre y proclama el falso evangelio de todos los profetas fracasados de Europa. Porque no nos avergonzamos de la verdadera Europa, porque nos sentimos orgullosos de nuestra filiación, somos verdaderos americanos tal como lo quisieron el pueblo y el hombre que el 12 de octubre de 1492 clavaron la Cruz en la en la playa de Guanahani.
* En «Revista Sol y Luna», n° 9,
Buenos Aires 1942.
Otras publicaciones anteriores vinculadas con la presente, pueden verse AQUÍ, AQUÍ y AQUÍ.
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