«El descubrimiento de América» - Revista Sol y Luna

En un nuevo «Día de la Hispanidad», aniversario de la gesta incomparable de España, que conquistó para Dios, para la Iglesia y para el Reino un nuevo continente, publicamos este pequeño pero substancial texto, escrito, a modo de editorial, en la prestigiosa revista «Sol y Luna».

El milagro de Europa es el milagro de una constante y renovada donación de sí. Donación de inteligencia con Grecia, donación de orden con Roma, donación de inteligencia y de orden elevados al plano sobrenatural en la Catolicidad medioeval. Cuando Europa dejó de ser íntegramente católica, conservó sin embargo su habitus misional. Pero entonces su expansión, promovida por exigencias de la materia, fue tarea de mercaderes, no de señores. La factoría fue la meta que sustituyó, allende los mares, a la ciudad patricia e imperial.

El descubrimiento de América se sitúa en el filo de estas dos últimas etapas. La empresa de Colón y de Isabel prolonga todavía la línea de las Cruzadas: es la última gran tentativa que la Europa evangelizadora emprende con conciencia de europeidad. Pero el genio que impulsó las carabelas de Castilla no dio estilo a toda la ocupación del Nuevo Mundo. La conquista de América está escindida, como estaba escindida Europa al tiempo del Descubrimiento. No toda ella recibió el signo que llevaba el «Cristóforo». La colonización de la otra América pertenece a la otra Europa, a la Europa traidora de Lutero y de Enrique VIII. Por eso la unidad de América, esa unidad que ahora –illecebris libidis num multis– se nos quiere imponer es imposible. Nacidas de dos madres, de bien distinto decoro, no puede haber entre las dos Américas otras relaciones que las que cuadran entre Isaac e Ismael.

La bendita fidelidad de España que la mantuvo en la unidad católica, en los días de Bacón y de Richelieu, nos regaló una América hispánica que ensamblaba con la Cristiandad. Una América sin parlamentos ni unión panamericana, pero con próspera y ordenada vida civil y respeto por la dignidad del ser racional y caridad hacia ese indígena al que España no creyó necesario exterminar.

Hoy se pregona por ahí un credo de América y hasta se insinúa una mística de América. Pero la América que inventa estas cosas no es –ella– ninguna creación original. Es la mala Europa que derrotada –o a punto de serlo en el viejo solar– cruzó el mar, buscando como punto de apoyo en el Nuevo Mundo su única creación real. El mito de América empezó a prosperar cuando la realidad de América empezó a decaer. Mito feo y vulgar, mito sin poesía, mito que no posee ni siquiera la gracia artificial del siglo que le vio nacer.

Colón descubrió estas tierras en nombre de Cristo para que sus habitantes diéramos testimonio de Él. La otra América habla en nombre de los derechos del hombre y proclama el falso evangelio de todos los profetas fracasados de Europa. Porque no nos avergonzamos de la verdadera Europa, porque nos sentimos orgullosos de nuestra filiación, somos verdaderos americanos tal como lo quisieron el pueblo y el hombre que el 12 de octubre de 1492 clavaron la Cruz en la en la playa de Guanahani.

* En «Revista Sol y Luna», n° 9, Buenos Aires 1942.

Otras publicaciones anteriores vinculadas con la presente, pueden verse AQUÍ, AQUÍ y AQUÍ.

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