«Sobre Esquiú, Más y lo Mismo» - P. Leonardo Castellani (1899/1981)

Nuestro colaborador el Cura Niño, responde hoy a Fray Antonio de Santa Clara, edición de ayer.

Sr. D. J. M. F. U. – Estimado Director:

La publicación del artículo (o lo que sea) titulado «¡Irresponsable!» y firmado con el nombre (que ojalá sea un seudónimo) de Fray Antonio de Santa Clara, Franciscano, Córdoba, es de lamentar; pero si en realidad se trata de una petición con carácter de exigencia, ¿qué le vamos a hacer? Penitencia. Pero nadie me hará creer a mí que sea un franciscano de verdad.

Me servirá para repetir lo dicho en mi ensayo del 8-X-46 en forma más clara, ya que por lo visto hay una persona por lo menos, a quien no me he dado bien a entender. Ando escaso de temas: me servirá esto de tema para otro artículo, cuyo estilo no será como «un armónico coro de exultantes voces», ni tan esplendoroso como «el sol que arroja su refulgente lumbre desde el Oriente», después de haber bañado un Continente, exclamando a su paso: ¡Libertad!; pero al menos será claro, exacto y tranquilo.

Lo dividiremos en tres partes como los sermones: primero, lo que yo no he dicho; segundo, lo que yo he dicho; tercero, lo que yo he querido decir. Omitiré por superfluo explicar lo que soy, porque eso lo hace con abundancia mi religioso contrincante, que solamente en la primera parte de su artículo (o lo que sea) me llama «irresponsable, destemplado, infeliz, carcomido de envidia, escudado en el pseudónimo, impotente, enlodador, incapaz de imitar a Esquiú, el colmo de la audacia, de la inconsciencia y de la perversión...». Vean el número de ayer, a ver si no es cierto. Lo único que no me dice es asesino y ladrón; que es justamente lo que yo soy, aunque en sentido metafórico. Fray Mamerto Esquiú ¿estará gozoso en el cielo de que le haya salido un defensor tan fervoroso? Yo dudo mucho que el Pobrecito de Asís le celebre el vocabulario.

¡A la obra! 1º Lo que yo no he dicho. – He vuelto a leer mi ensayo. Hay muchas erratas de imprenta, pero ¡loado sea Dios! no está nada de lo que contra Esquiú su defensor ha leído, si es que realmente leyó el artículo, cosa que se puede poner en duda. ¿Dije yo que Esquiú no era virtuoso? Dije lo contrario. ¿Dije que no era santo? Dije lo contrario. ¿Dije que era liberal? Ni por sueños. Estoy sospechando que mi acusador no recibe Tribuna, sino que algún malintencionado le sopló una falsa información, y el tipo agarró y montó el picazo, el cual se le desbocó inmediatamente. Si es de veras un franciscano, el hombre le debe tener rabia a Esquiú y a su propia benemérita orden. Ningún franciscano de los que yo conozco (y amo) en la Argentina es capaz de escribir una cosa semejante; no digamos nada de mi maestro en Italia, Fray Agostino Gemelli. Hace poco he viajado a Córdoba junto con dos estudiantes franciscanos del convento de San Antonio y eran dos espléndidos mozos, llenos de discreción y de piedad religiosa. Siempre ha habido de todo en la viña del Señor; pero lo malo es cuando sube a la superficie y se produce en público, en predicador, escritor y superior, lo que no ha sido hecho para la vista del gran público. Cosa que por desgracia está pasando un poco por todo en la Santa Iglesia, en nuestros calamitosos tiempos; y hemos de rogar a Dios que se corrija. La «rebelión de las masas» que dice Ortega, no ha perdonado del todo al mecanismo corporal de la Iglesia, como no era posible que lo perdonase. Así que, por amor de Dios, no vayan a juzgar a todos los franciscanos, y mucho menos al santo catamarqueño, por este defensor e «imitador» que le ha salido.

2º Lo que yo he dicho –Si el autor del «armónico coro de exultantes voces» hubiese suprimido la mitad de sus adjetivos, hubiera tenido espacio para transcribir los textos donde yo habría dicho todas esas atrocidades del Santo catamarqueño, al cual he dedicado ya en 1941 un elogio mejor que el suyo –que está en la pág. 197 del libro Las Canciones de Militis[1] –, y una moción de que lo canonizaran. Y si hubiera suprimido la mitad de sus metáforas y un tercio de sus insultos, hubiera tenido tiempo el amigo de leer mi artículo y encontrarse con asombro que todo lo elogioso que él dice de Esquiú («virtuoso, humilde, santo prelado, patriota, espejo clarísimo rodeado de aureola más brillante que el sol, asceta de fe profunda, parecido a un santo», etc., etc.), lo digo yo también en mi modesto ensayo, aunque, eso sí, sin metáforas. Lo único que él añade son las metáforas y dos o tres faltas de ortografía. Entonces ¿para qué tanto barullo?

No tema que peligre la canonización del «primer santo argentino» por artículo periodístico más o menos, si la Divina Providencia lo quiere y él hace tres milagros. Dios no precisa de nuestras mentiras. Si Esquiú no fue un genio intelectual, Dios tuvo la culpa. Si no estuvo al tanto de la polémica religiosa contemporánea, él no tuvo la culpa. Si se aprovecharon de eso los enemigos de la Iglesia, es más bien una señal de mérito que otra cosa.

3º Lo que quise decir – Una canonización es una cosa importante, donde no debe hallarse ni sombra de contaminación. Si Roma no tiene información completa, no puede hacer nada; o si hace algo, la emboca mal, y sufrimos todos. Lo que mi contrincante llama «salivazo» (él lo escribe con b larga) «inmundo», está dirigido a favorecer ese merecido triunfo de los franciscanos.

He tenido ocasión de examinar el catálogo de la Biblioteca del convento de Catamarca en los tiempos de Esquiú. La gran mayoría de los libros eran Derecho Canónico y Liturgia. Las pocas obras de Teología no son contemporáneas: algunos antiguos tratados escolásticos, como Escoto, y algunos manuales comunes. Y es natural que así sea. Una colonia (una pequeña villa de una colonia) no tiene por qué hacer investigaciones científicas. La doctrina les viene hecha de la metrópoli y ellos deben cuidarse de las aplicaciones, para lo cual sirve el Derecho Canónico. Tampoco hoy día, con ser una nación libre, hay casi nada de investigación teológica en la Argentina. Justamente por el hecho de habernos vuelto semicoloniales, hay poca investigación original en todos los órdenes. Prueba de ello es la poca suerte del libro argentino y la balumba de traducciones de libros anglosajones mezcolados y en gran parte dañinos con que nos inundan actualmente las editoras, como Losada, Sudamericana, Lautaro, Esplendor, Prometeo, Claridad, etcétera.

Esquiú «profesó a los 16 años y a los 17 concluyó Teología» –dice él mismo en las notas autobiográficas que con el nombre de Historia de Mi Entendimiento escribió a los 27 años. Sus escritos solos, por lo demás, testimonian de la brevedad de su Teología, así como también, por otra parte, de su familiaridad con la Sagrada Escritura y la solidez dogmática elemental de su piedad. No pudo, pues, estar al día, hasta su vuelta de Europa, de la polémica religiosa de su tiempo, que es la piedra de toque del teólogo; porque se puede decir que todo el inmenso acervo doctrinal de la Iglesia está viviendo entero en cada momento de la historia en el punto preciso e indivisible donde ataca la Anti-Iglesia; así como el poderío de un ejército está resumido en la trinchera actualmente atacada. El «Doctor» en Teología es el que lucha con los herejes de su tiempo; y haciendo eso, es una especie de mártir, dice Santo Tomás de Aquino.

Sus adversarios porteños estaban al día por desgracia; estaban empapados de Michelet, Hugo, Mazzini, De Savigny, Saint-Simon, Fourier, etc. De su poca preparación, que él deplora, le vinieron sus grandes disgustos. Importante lección sobre la necesidad del estudio para todo el clero, empezando por mí y acabando por mi vehemente contrincante.

«Para terminar: sepa el autor del infame escrito (que sabemos perfectamente de dónde viene) que le negamos... que sea cura, porque ningún prelado habría cometido el desatino de confiarle un puesto de tanta responsabilidad...».

Para terminar: sepa el autor del fogoso escrito (y ya lo debe saber, si me conoce, como él dice) que el Prelado de los Prelados me ha confiado el título de Doctor en Filosofía y Sacra Teología por la Universidad Eclesiástica Primera del mundo, la Gregoriana de Roma, «cum licentia ubique docendi», puesto de más responsabilidad que el de Cura Párroco, pues que Santo Tomás de Aquino lo compara al de Obispo. Y que si él, por el hecho de ser «esquiuista» (?) se considera autorizado a insultarme (cosa que desde ya olvido en lo posible), no tiene derecho a eliminar al Sumo Pontífice. Aprenda a respetar la Jerarquía Eclesiástica, en la cual el «Doctor» tiene un lugar, conforme está escrito en I Corintios 12.

P.D. –Yo soy asesino de necedades, ladrón al revés y loco, loco de atar… Yo ¿para qué nací? Para salvarme – Que tengo de morir es infalible. – Dejar de ver a Dios y condenarme, – Dura cosa será, pero posible. – ¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible? – ¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto? – Loco soy en verdad, pues no soy santo.

Pero… me avisan de mi Curia que no use más el pseudónimo El Cura Loco (inocente sobrenombre impuesto por un politicastro al finado mi tío) pues dicen allí con mucha razón: «Un cura, si está loco, no debe escribir; debe irse al manicomio». Así que gracias a mi caro hermano en Cristo, Fray Antonio O.F.M., ya que los locos y los niños son los que dicen las verdades, cambiaré de pseudónimo y firmaré en adelante:

El Cura Niño

* En “Tribuna”, octubre de 1946.


[1] «Carta del Obispo de Córdoba, Mamerto Esquiú, al Presidente Ramón S. Castillo», también en Seis Ensayos y Tres Cartas, Dictio, Buenos Aires, 1973, pp 222-226. Cfr. también Lugones, Dictio, Buenos Aires, 1976, pp 120-121.

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