«La Patria es la historia verdadera de la Patria» (fragmento) - Jordán Bruno Genta (1909-1974)
En nuestra
lengua castellana hay una palabra que significa, como ninguna otra, la
condición humana. Es la palabra hidalgo, cuyo prestigio antiguo la
preserva del uso vulgar a través de los siglos. Hidalgo quiere decir hijo de
algo, de alguien, de bien; y el hombre es en su origen, raíz y dignidad,
hijo de alguien y con una triple filiación: divina, histórica y carnal. Hijo
del Padre que está en los cielos en cuanto es criatura y por adopción en
Cristo; hijo de sus padres y de la Patria.
Quiere decir
que el hombre no es principio primero ni comienzo absoluto, sino que viene
de otro u otros, de quienes recibe un patrimonio de bienes
espirituales y materiales superior, abrumadoramente superior, al que puede
llegar a adquirir y retribuir por sí mismo. Y todavía lo que logra con su
propio esfuerzo, lúcido y voluntario, es con la ayuda de Dios y de sus prójimos.
Tan sólo la
materialidad que pone en nosotros el olvido y nos aísla en el egoísmo y en la
ingratitud, puede suscitar la estúpida ficción del self made man o la
fatuidad burguesa que no se cansa de repetir: «Yo no le debo nada a nadie».
En el
castellano antiguo de las PARTIDAS de
Alfonso el Sabio, el significado metafísico de la palabra hidalgo se completa
con la de rico home, el hombre que nace y muere en nobleza.
Ni Dios, ni
la Patria, ni la Familia son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y
debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Desertar, olvidarlos o
volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes.
Asumir
conciencia de nuestro divino origen, de que Dios mismo ha venido en la carne
para inmolarse en la Cruz por amor a los hombres; asumir conciencia de la
verdadera historia de la Patria; saberse heredero, continuador responsable de
una gran empresa nacional y del honor familiar, es proclamar la nobleza de
origen, el blasón del hidalgo, sea rico o pobre de bienes materiales. El
general San Martín, como Don Quijote, era hidalgo pobre y expresión cabal del
caballero cristiano.
Empeñar
lúcida y libremente la vida en la imitación de Cristo y de María, de los
santos, de los héroes, de los arquetipos divinos y humanos, es querer vivir y
morir en nobleza, como un rico home.
El Derecho
español, que integra nuestra auténtica tradición occidental, nos ha dejado la
más pura y plena afirmación de la dignidad de la persona humana.
La Ley de
Partida dice: «Nobles son llamados de dos maneras, o por linaje o por
bondad; y como quiera que el linaje es noble cosa, la bondad pasa y vence; más
quien las ha de ambas, éste puede ser dicho en verdad rico home, pues que es
rico por linaje y es home cumplido por bondad...
»Y pues a ninguno dieron elección de
linaje cuando nació, y a todos se dio elección de costumbre cuando viven, no parece
fuera de razón ser el bueno admitido a la honra, y el malo privado de tenerla,
aunque sus primeros la hayan tenido...
»De suerte
que se debe llamar verdaderamente noble, no al que nace en nobleza, sino el que
muere en ella»[1].
Patria,
etimológicamente, es lo que refiere al padre o a los padres, no en la
generación carnal sino en la continuidad solidaria de las generaciones, de
familias que se han esforzado, disfrutado y sufrido juntas, edificando sus
hogares, sus iglesias, sus ciudades, sus instituciones, sus usos; esto es, todo
lo que promueve y preserva una buena vida humana. Patria es una tierra y sus
muertos; una tierra cultivada y una tradición que dura, donde se hunden las
raíces del hombre real, de cada uno de nosotros. Sin Patria se es desarraigado,
sin esa memoria colectiva que es la historia verdadera, sustancia misma de la
Patria. Por esto es que Pío XII, en su alocución del 20 de febrero de 1946, nos
enseña que «el hombre, tal como Dios lo quiere y la Iglesia lo abraza, no se
sentirá jamás firmemente consolidado en el espacio y en el tiempo sin
territorio estable y sin tradiciones».
Y subraya que
la Iglesia «tiene el cuidado de unir, de todas las maneras posibles, la vida
religiosa con las costumbres de Patria».
Nación significa
lo mismo que Patria; pero no del mismo modo. Hay un matiz diferencial. Patria
se refiere propiamente a la herencia común, al patrimonio de bienes
espirituales y materiales comunes. Nación son los herederos; el conjunto
de familias y de generaciones contemporáneas, continuadoras y solidarias con el
pasado, que deben procurar defender, consolidar y hacer prosperar el Bien Común
temporal, en la línea misma del Bien Común trascendente y eterno que es Dios.
Pueblo es
la multitud que integra una nación; pero la multitud organizada, disciplinada,
jerarquizada. La multitud informe, anarquizada y subvertida no es pueblo, sino masa.
El sentido de
Patria tiene primacía sobre el de Nación o de pueblo, porque se refiere a la
esencia y al fin de una individualidad histórica o «unidad de destino en lo
universal». Y como enseña Santo Tomás, el culto de la Patria es un acto de la
virtud de la piedad, subordinado al culto de la Religión.
El amor a la
Patria, el sentimiento del patriotismo en su expresión más elevada, es la
abundancia del corazón en la piedad hacia el pasado, en el orgullo de proseguir
en el presente y con la esperanza de un futuro de grandeza, el cumplimiento de
un destino histórico intransferible asumido desde el principio por los padres
de la Patria.
Quiere decir
que la Patria es una esencia fija e inmutable como la Bandera de Guerra que es
su símbolo y el precio de su existencia soberana. Y esa esencia de destino, de
misión, se revela y se hace conciencia en su historia verdadera, porque la
Patria es la historia de la Patria.
La verdad
histórica es la exigencia primera del patriotismo. «Comete una infidencia el que
la falsifica, convirtiendo los sucesos del pasado en armas para los combates de
hoy: La historia es la Patria. Si nos falsifican la historia es porque quieren
robarnos la Patria»[2].
La piedad
argentina exige, en primer término, el reconocimiento pleno y la gratitud
nacional hacia la obra civilizadora de España en América a lo largo de más de
300 años. Sentir, comprender y amar a la Patria en su historia verdadera nos
lleva a la Madre España y a la misión universal cumplida por el Imperio de los
Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II. Integramos el Occidente Cristiano
porque España cultivó esta tierra en el espíritu de las dos Romas, la humana de
César y la divina de Pedro.
La herencia
recibida en bienes espirituales, culturales, políticos, sociales, etcétera, es
parte constitutiva esencial del ser de la Patria: la Religión Católica, la
lengua castellana con su tesoro inagotable de sabiduría divina y humana, las
instituciones fundamentales de una sociedad cristiana, el sentido de Justicia y
de Derecho que consagra la hidalguía para todos los hombres y su posibilidad de
salvación.
Ramiro de
Maeztu en DEFENSA DE LA HISPANIDAD sintetiza este
legado de un sentido y de un estilo de hidalguía en la valoración universal del
hombre: «Este humanismo es una fe profunda en la igualdad esencial de los
hombres, en medio de las diferencias de valor de las distintas posiciones que
ocupan y de las obras que hacen...
»A los
ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su deber, su
carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre... No hay pecador que no
pueda redimirse, ni justo que no esté al borde de un abismo… Este humanismo
español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia
Católica».
De ahí la
suprema exigencia de un trato de honor para toda criatura, así como la
disposición caballeresca para cubrir toda indigencia y proveer la necesidad del
prójimo con la abundancia del corazón.
Las
destrucciones del espíritu jacobino, la ruptura con el pasado, el egoísmo
burgués, el resentimiento marxista del proletariado, la moral del éxito y la
demolición constitucional, obradas por el Liberalismo en nuestra Patria a
partir de Caseros, no han conseguido borrar del todo ese sentido de hidalguía
en los argentinos.
La Caridad de
Dios proyectada en la conducta personal se traduce en la hidalguía del
caballero cristiano, cuyo arquetipo ideal es Don Quijote de la Mancha. Y proyectada
en las relaciones humanas, la institución jurídica de la hidalguía es la
verdadera justicia social.
Lo que hace
falta en todo; lo que la Caridad exige, por ejemplo, en las relaciones del
capital con el trabajo, es un trato de honor a todos los que participan en la
empresa; y, en primer término, a los que no tienen más propiedad que su
idoneidad manual o técnica y su capacidad de trabajo.
La Argentina
fue tierra de hidalgos y ricos hombres en sus gloriosos orígenes, en sus
momentos de grandeza: las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo, la Guerra
de la Independencia, la consolidación de la unidad nacional y la defensa de la
soberanía contra la agresión extranjera en tiempo de Rosas y de la
Confederación. Nuestra Argentina tiene que volver a ser cabalmente, tiene que
ser siempre una tierra de hidalguía, de verdaderos señores, caballeros gauchos
como aquellos manchegos.
La Patria no
se elige; tampoco su soberanía política se logra por elecciones. No se afirma
ni se sostiene sobre las urnas, sino sobre las Armas.
La historia
patria es propiamente la historia de la soberanía que es la plenitud de su
existencia y su posición como unidad de destino en lo universal. Hay una guerra
justa en la conquista del derecho a la soberanía. El sacrificio
de la sangre generosa, la vida que se inmola en el campo de batalla es el
precio de la regeneración política de la Patria como la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo ha sido el precio de la Redención del hombre.
Expresión
carnal, concreta, viviente de la Patria en soberanía, son las Fuerzas Armadas;
con ellas ingresa en la Historia Universal y con ellas perece. Misión
específica de las Armas es la defensa de la unidad, de la integridad y del
honor, así como de todo lo que es esencial y permanente en la Patria: los
supremos intereses de la Nación. Y es la herencia sagrada del primer Ejército
patricio que comandó don Cornelio Saavedra y del Ejército de la Independencia
que organizó y condujo a la victoria el héroe nacional don José de San Martín.
La Revolución
de Mayo fue un pronunciamiento militar. Así lo declaran solemnemente los
miembros de la Primera Junta, en la PROCLAMA Y REGLAMENTACIÓN DE LA MILICIA, fechada el 29 de mayo de 1810:
«¡Cuerpos
Militares de Buenos Aires! La energía con que habéis dado una autoridad firme a
nuestra Patria no honra menos vuestras armas que la madurez de vuestros pasos
distingue vuestra generosidad y patriotismo... un heroico esfuerzo se
propuso vengar tantas desgracias, enseñando al opresor general de la Europa que
el carácter americano opone a su ambición una barrera más fuerte que el inmenso
piélago que ha contenido hasta ahora sus empresas. ¿Quién no respetará en
adelante los cuerpos de Buenos Aires?... Conservad siempre unida la oliva de
los sabios al laurel de los guerreros y esperad de la Junta un celo por vuestro
bien, igual al que habéis manifestado para formarla...»[3].
[...]
[...]
* En «Guerra Contrarrevolucionaria»,
4ª edición publicada en «Jordán Bruno Genta», Biblioteca del Pensamiento
Nacionalista Argentino, T° VII – Ediciones Dictio – 1976.
[1] Licenciado Castillo de
Bovadilla, Política de los Corregidores, Libro I, Capítulo IV.