El hombre en el caos (fragmento)
TEODORO HAECKER (1879-1945)
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En verdad, ¡qué cruel contradicción la que aquí denuncia el
lenguaje! La contradicción entre acción creadora y caos en sentido de desorden,
que no se da en Dios, el único creador auténtico, pero
sí en el hombre, que dentro de su condición de ser creado puede llegar a ser
creador, no de un modo real, sino por una débil analogía, lo cual le confiere
el poder de transformar en caos el cosmos original y despeñar el orden natural
en la sima del desorden antinatural.
El caos de este tiempo es obra del hombre; en la Naturaleza
misma no se da el caos; todavía no se da: porque también es posible que se
inserte en la Naturaleza misma, por haber sido el hombre erigido por el Creador
en su dueño. No hay falsa modestia que pueda eximirnos de esta tarea y de esta
responsabilidad. El origen del caos de este tiempo radica en la subjetivización
y desorientación del entendimiento humano, la claudicación del corazón, la
falsedad y superficialidad del conocimiento, la perversión y debilidad de la
voluntad y, por supuesto, en primer término, en la falta de amor. Pues, en
definitiva, todo se reduce a esto. «No os engañéis, hermanos míos, dice S. Juan
de la Cruz, vosotros seréis juzgados según vuestro amor». Todas las faltas
provienen de una falta. Incluso el pecado de Adán, nuestro pecado original, fue
en principio una falta de amor.
El caos de este tiempo comienza con el desconocimiento de lo
que es la auténtica libertad. Esta época opina que la libertad se torna tanto
más perfecta cuanto más se acerca a la anarquía o cuanto más poder tiene para
hacer el mal, sea un individuo particular, un pueblo, una nación o un Estado.
Esto es para nuestro tiempo la cumbre de la libertad. Lo cual es completamente falso.
Ser libre es ser señor. Cierto, pero señor se es solamente a través del ordo y en el ordo. Libre en un sentido perfectamente trascendente es Dios, el
Señor, que no puede por esencia hacer el mal. Libertad es señorío. Pero la
libertad del hombre tiene un trasfondo intelectual, que es el conocimiento de
la verdad, o dicho con más precisión, el conocimiento del orden verdadero. Y el
orden verdadero es un orden sagrado, es jerarquía. El verdadero señorío es el
señorío del «santo», jerarquía, algo santo: sanctus, sanctus, sanctus Dominus. En Dios se da la identidad de
ambos conceptos: es santo, porque es señor, y es señor porque es santo. La
verdad nos hace libres, la verdad, es decir, la revelación, justamente, de este
orden ontológico, según el cual Dios es santo, el santo Señor, y todo verdadero
señorío es jerarquía.
Esta revelación del ser verdadero aclara la escalofriante
paradoja, de que el más obediente de los hombres, el obediente hasta la muerte
en cruz, el Hijo del Hombre sea al mismo tiempo la segunda Persona de la
Santísima Trinidad, el «Señor» absoluto; aclara también la amable paradoja de
que la ancilla domini, la esclava del
Señor, sea al mismo tiempo y precisamente por eso la Señora creada de todas las
creaturas, la más libre, la Regina coelorum;
aclara también, naturalmente, la paradoja en general de que cada grado superior
de santidad, es decir, de obediencia para con Dios signifique en el hombre un
grado superior de libertad auténtica y de señorío.
Donde reina este señorío sagrado y, por tanto, este género
de libertad, no existe el caos en el sentido de confusión y perversión. El caos
de este tiempo es consecuencia de una falsa libertad, que lleva a la anarquía y
al despotismo, fenómeno que siempre la acompaña, precediéndola o sucediéndola,
alternativamente. A él conduce el camino que está siguiendo nuestra época, y no
lentamente, sino de modo abrupto, en proceso vertiginoso.
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