«Los tres Magos» - Giovanni Papini (1881-1956)
Casi mil años
antes que ellos, una reina de Oriente había venido en peregrinación a Judea,
trayendo ella misma sus dones: oro, aromas y piedras preciosas. Pero había
encontrado a un gran rey en el trono, al rey más grande que haya reinado en
Jerusalén y de sus labios había aprendido lo que antes nadie había sabido
enseñarle.
En cambio,
los Magos, que se creían más sabios que los reyes, habían encontrado a un niño
de pocos días, a un niño que no sabía aún preguntar ni contestar, a un niño,
que hecho hombre, había de desdeñar los tesoros de la materia y la ciencia de
la materia.
Los Magos no
eran reyes, pero en Media y en Persia eran los señores de los reyes. Los reyes
mandaban a los pueblos y los Magos guiaban a los reyes. Sacrificadores,
intérpretes de los sueños, profetas y ministros, eran los únicos que podían
comunicarse con Ahura Mazda, el Dios bueno; sólo ellos conocían lo futuro y el
destino. Mataban con sus propias manos los animales dañinos, los pájaros de mal
agüero. Purificaban las almas y los campos; ningún sacrificio era grato a Dios
si no le era ofrecido por sus manos; ningún rey hubiérase atrevido a declarar
la guerra sin haberlos previamente consultado. Eran poseedores de los secretos de la tierra y
del cielo; prevalecían entre toda su gente en nombre de la ciencia y de la
religión. En medio de un pueblo que vivía para la Materia representaban al
Espíritu.
Los Magos de Belén significan las antiguas teologías reconociendo la revelación definitiva, la Ciencia que se humilla en presencia de la Inocencia, la Riqueza que se postra a los pies de la Pobreza.
Ellos ofrendan a Jesús ese oro que Jesús hollará; no lo ofrecen porque María es pobre y puede necesitar de él para el viaje, sino para acatar, con antelación, los consejos del Evangelio: «vende todo lo que tienes y dalo a los pobres». No ofrendan el incienso para mitigar la hediondez del establo, sino porque sus teologías se aproximan a su ocaso y no necesitarán más humo ni perfumes para sus altares. Ofrendan la mirra, que sirve para embalsamar a los muertos, porque saben que este niño morirá joven y la Madre, que ahora sonríe, necesitará de aromas para embalsamar su cadáver.
Arrodillados
dentro de sus mantos suntuosos, reales y eclesiásticos, sobre la paja que cubre
el pavimento, ellos, los poderosos, los doctos, los adivinos, se ofrendan
también ellos mismos como prenda de la sumisión del mundo.
Jesús ha
obtenido ya todas las investiduras a que tenía derecho. Partidos apenas los
Magos, empiezan las persecuciones de aquellos que lo odiarán hasta la muerte.
* En «Historia de Cristo», Ed. Mundo
Moderno, Buenos Aires, 1951.
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