«Un poeta contra la usura» - Rubén Calderón Bouchet (1918-2012)
Los males de nuestro tiempo son
muchos, pero uno de los más funestos es, indudablemente, el papel determinante
que asumió la economía en el proceso de todas las actividades del espíritu.
Ezra Pound lo vio así desde que comenzó la difícil tarea de pensar por su
cuenta y se hizo conscientemente fascista contrariando los sentimientos de su
pueblo y de su educación. El fascismo representó para él el único camino
transitable para devolver a la economía su situación de sierva en el orbe de
nuestra civilización.
Nació en Idaho, Estados Unidos,
el 30 de octubre de 1885 y luego de realizar estudios en la Universidad de
Pensilvania y en el Hamilton College, fue encargado del curso de literatura
romántica en la misma universidad donde estudió. A partir de 1910 vivió más en
Europa que en los Estados Unidos. Sus continuos viajes a Italia lo pusieron en
contacto con Mussolini y se convirtió en un admirador entusiasta de su régimen
político. Indudablemente, los norteamericanos nunca pudieron entender por qué
razones, un hombre que había bebido la leche y la miel de sus instituciones
mostraba, en plena madurez, preferencias tan extrañas a la ideología de su
propia patria.
Durante la última guerra mundial
trabajó para una emisora de Roma e hizo propaganda a favor del fascismo.
Inculpado de traición a la patria por el Tribunal del distrito de Columbia, es
arrestado por el ejército de los Estados Unidos y exhibido en una jaula de
acero, como si fuera un mono, en los alrededores de Pisa. Juzgado en
Washington, fue declarado loco e internado diez años en un manicomio. De
acuerdo con los cánones de normalidad psíquica estilados en los Estados Unidos,
nunca recuperó su cordura porque jamás logró adaptarse a las exigencias del
modelo social impuesto en su nación y cuando salió de su encierro, en 1958,
volvió a Italia donde vivió con una hija suya hasta 1972, año de su
fallecimiento en Venecia.
Eugenio Montale sostiene que Ezra
Pound, filósofo, economista, esteta y desesperadamente individualista y egocéntrico,
fue un socialista aristocrático que vomitaba a Marx, los derechos del hombre,
la democracia, el capitalismo, a toda América y al judaísmo con ella. Se aferró
con fuerza al mito inventado por Mussolini y por unos años, los mejores de su
vida según su propia confesión, soñó con una civilización de la que habría sido
eliminado el pecado capital de nuestro mundo: la usura.
Ezra Pound veía en el sistema
capitalista, tal como se daba en las naciones sedicentes democráticas, una
organización para explotar a los hombres y someterlos al monstruo de la usura.
Resultaba imposible luchar por un orden justo mientras subsistieran las
condiciones impuestas por ese sistema en la elección de los gobernantes. En
tres días, los canallas, los monopolizadores, los mercaderes encontrarán alguna
astucia para estafar al pueblo.
«En 1860 –continuaba Pound en un
escrito ocasional– uno de los Rothschild tuvo la delicadeza de admitir que el
sistema bancario sostenido por él era contrario al interés del pueblo y esto
antes que las sombras de las prisiones hitleristas se abatieran sobre la fortuna
o parte de la fortuna de esta acaudalada familia.
»Es la tarea de esta generación
hacer lo que no han hecho los primeros demócratas. El sistema corporativo que
concede al pueblo poderes en relación con su trabajo y vocación les proporciona
también medios para protegerse eficazmente contra las potestades del dinero.
»Si os gusta la idea corporativa
–agregaba Ezra Pound– buscad otro sistema eficiente, pero no perdáis la cabeza,
no olvidéis lo que busca la gente honrada. No os mintáis a vosotros mismos, no
cambiéis el arado por una hipoteca, ni la hipoteca por un arado».
Ezra Pound |
Las fuerzas económicas deben ser
disciplinadas para que sirvan las necesidades de la nación, y el principio
áureo de la economía no puede ser enriquecimiento, sino alimentos sanos, techo
decente, vestidos apropiados. Quien habla del trabajo como fuente de riqueza y
no como medio de vida es un estafador. Tiene el propósito de hacerse rico, no
con su trabajo, sino con el manejo de las transacciones a costa de lo producido
por otros.
«La historia de ese maldito
siglo XIX no nos enseña más que la violación de ese principio por la
usurocracia liberal. En suma, la doctrina del capital ha mostrado por sí misma
que se la podía resumir con un permiso concedido a los ladrones sin escrúpulos
y a los grupos antisociales de corroer los derechos de la propiedad».
Esta tendencia es muy vieja.
Moisés la llamaba Neshek. Podemos
llamarla usura, aunque el término capitalismo le permite aspirar a un premio de
virtud.
Entre las acusaciones que
llovieron sobre Ezra Pound, una de las más eficaces para malquistarlo con la
opinión pública norteamericana fue la de antisemita. Acusación gratuita y
maligna porque en su actitud nunca fue un racista y lo dijo con toda claridad
en un artículo publicado por Greater
Britain Publications en 1939.
En ese artículo sostenía, con la
intrépida decisión que caracterizó siempre su posición intelectual, que no
estaba contra el judío como hombre, sino por su particular vocación al
ejercicio de la usura.
«Aquí y para que nadie intente salirse
del tema –afirmaba– quiero distinguir entre la prevención contra el judío como
tal y la actitud que el judío adopta frente a su propio problema.
»¿Desea como individuo observar
la ley de Moisés? ¿O se propone seguir robando a los demás, por medio del mecanismo
de la usura y queriendo, no obstante, ser considerado como un buen vecino? Este
último es el tipo de criterio que una innoble delegación británica intentó
poner en vigencia mediante la correspondiente Sociedad de las Naciones. La
usura es el cáncer del mundo, sólo el bisturí del fascismo puede extirparla de
la vida de las naciones».
Los zurdos han pretendido que
solamente ellos tenían la receta para curar el mal. La prueba de lo contrario
está en la opípara alianza que hicieron con las usurocracias en contra de los
países fascistas. ¿Existe una connivencia fundamental y más allá de las luchas
entre sus testaferros entre los países capitalista y los comunistas? Ezra Pound
lo creía así, y los fascistas, en general, estaban convencidos de la existencia
de este entendimiento en el nivel internacional.
* En «Una introducción al mundo del
fascismo», Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires, 1989, pp.180-184.