Elogio de la ira
JOSEF PIEPER (1904-1997)
El cristiano normal y
corriente identifica frecuentemente la «sensualidad», la «pasión» y el
«apetito» con sensualidad enemiga del espíritu, con pasión desordenada y con
apetito irracional. Esta forma de estrechar unos conceptos, que originariamente
tuvieron un significado mucho más amplio, ignora el hecho de que tales
expresiones, lejos de ser negativas, representaron las fuerzas vitales de la
naturaleza humana, puesto que la vida del hombre consiste en el ejercicio y
desarrollo de esas energías.
Esta verdad general ha de
aplicarse también a la pasión de la ira. El indignarse no es otra cosa para el
cristiano en general que una falta de dominio, algo ciego y altamente negativo.
Pero también la ira pertenece a las potencias constitutivas y «constructoras»
del ser humano, como pertenecen las apetencias de los sentidos y las demás
pasiones.
En la capacidad de
irritarse es donde mejor se manifiesta la energía de la naturaleza humana. La
ira va dirigida hacia objetivos difíciles de alcanzar, hacia aquello que se
resiste a los intentos fáciles; es la energía que hace acto de presencia cuando
hay que conquistar un bien que no se rinde, bonum
arduum. «La capacidad de irritarse fue dada a los seres sensibles para que
dispongan de un medio de derribar obstáculos, cuando la fuerza volitiva se ve
impedida de lanzarse hacia su objeto, a causa de las dificultades que se
ofrecen para conseguir un bien o evitar un mal[1].
La ira es esa fuerza que acomete contra lo que se nos opone[2].
La capacidad de enojarse es la verdadera fuerza de resistencia del alma»[3].
El que habla o piensa mal
de la facultad de enojarse, como si se tratara de algo que por su misma
naturaleza va contra el espíritu, comete el mismo error que si pretendiese
desterrar la sensibilidad, los apetitos y las pasiones; se ofende al Creador,
que, como dice la liturgia, «tan maravillosamente ha creado la dignidad de la
naturaleza humana». De esa ira en su sentido
más propio, que se revuelve apasionadamente exigiendo justicia por un derecho
atropellado, dice Santo Tomás, dirigiéndose a los estoicos: «Puesto que la naturaleza del hombre está
compuesta de alma y cuerpo, de espíritu y materia, es algo bueno para él el que
se entregue a la virtud de forma integral, es decir, con el espíritu, con los
sentidos y con la propia carne. Por eso la virtud, que ha de ser humana, exige
que el deseo de justa reparación no venga solamente del alma, sino que ocupe
también los sentidos y se extienda a todo el cuerpo». Estas palabras están
tomadas de la obra tardía de Santo Tomás Sobre
el mal, de un artículo de la misma, titulado: «¿Es la ira siempre mala?»[4].
La ira es buena cuando se
echa mano de ella, según el orden de la razón, para que sirva al fin del hombre[5];
lo mismo que es más de alabar la persona que hace el bien con toda la carga
emocional de que es capaz, que aquella otra que no se entrega del todo al
empeño, es decir, que no pone a contribución todas las energías de que dispone
su mundo sensible[6]. San Gregorio Magno
agrega: «La razón hace frente al mal con
gran acometividad si la ira contribuye poniéndose de su parte»[7].
Por lo que respecta al
efecto cegador de la ira, hay que decir lo mismo que sobre el deleite en el
acto sexual, durante el cual queda nublada la razón: «No es contra la razón el
que ésta suspenda sus funciones mientras se pone en práctica lo que ella ya
tiene regulado. También el arte se vería impedido en su eficacia si tuviera que
pensarse lo que hay que hacer en el mismo momento de hacerlo»[8].
Si estas expresiones llegaran
a causarnos extrañeza, sería ello una señal de que estamos todavía muy lejos de
tener una idea clara de lo que es el bien moral. Este consistirá, en
definitiva, en que en los actos imputables esté presente todo el hombre. Y
siempre será una equivocación integral identificar lo «típicamente humano» con
lo «puramente espiritual». En la forma de entender la totalidad del ser
creacional en el hombre y en el mundo pueden enseñarnos mucho los «antiguos».
Claro que es mala, e
incluso es un pecado, la ira desmedida que trastorna el orden de la razón. Las
explosiones de indignación, el rencor y el deseo de venganza manifiestan una
ira viciosa y constituyen en sí las tres formas de ira carentes de templanza[9].
La cólera turba la mirada del espíritu, antes de que éste haya sido capaz de
captar la situación y formar un juicio. El rencor y el ánimo vengativo se
cierran con el gozo siniestro de no dar entrada a una palabra de reconciliación
y de amor[10] y envenenan de ese modo
el alma, como una herida que se ha cerrado en falso[11].
Finalmente hay que calificar como ira mala la que no tiene una motivación
justa. Esto es claro en sí y no necesita de comentario.
* “Las Virtudes Fundamentales”,
Ediciones Rialp, Madrid, 6ª edición, pág.282-284.
[1]
S. Tomás de Aquino, S. T. 1-2, 23, 1 ad 1.
[2] Ad invadendum malum laesivum idem, idem,
1-2, 23, 3.
[3]
Idem, 1, 81, 2.
[4]
Mal. 12, 1.
[5]
Idem, S. T. 2-2, 158, 1.
[6] Ex passione agere diminuit et laudem et vituperium; sed cum passione
agere potest utrunque augere (Ver. 26, 7 ad 1).
[7]
Moralia in Job 5, 45.
[8] S. T., 2-2, 158, 1 ad 2; vid. Mal, 12, 1 ad 4.
[9]
Idem, 2-2, 158, 5.
[10]
Idem 2-2, 157, 4 ad 1.
[11]
Tumor mentis. Mal. 12, 5.