El Movimiento del Tercer Mundo en la Argentina
CARLOS ALBERTO SACHERI (1933-1974)
A partir de 1967 se constituye en nuestro país un movimiento de sacerdotes denominado “Movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo” (M. S. T. M.). El mismo dice inspirarse en el Manifiesto de los obispos, antes comentado y, en efecto, retomará las principales afirmaciones del Manifiesto difundiéndolas a través de publicaciones de todo tipo y, sobre todo, en “declaraciones de prensa”, ampliamente publicitadas. Al mismo tiempo que difunde las tesis del Manifiesto, las radicaliza, esto es, las expresa en forma más neta y más extrema, llevando hasta sus últimas consecuencias los errores doctrinales y los juicios prudenciales contenidos en el documento.
En los últimos dos años, el MSTM
publicita sus declaraciones en nombre de “los
400 sacerdotes del tercer mundo”. Esta fórmula, repetida hasta el cansancio
tiene mucho de slogan publicitario para crear una imagen de representatividad
que, por consideraciones que luego se harán, dista mucho de tener realmente. La
temática abordada en tales declaraciones es casi sin excepción la misma; parten
de ciertos problemas sociales existentes en el país: hambre, miseria,
desocupación, etc., como base para una crítica vehemente pero formulada en términos
siempre abstractos de las “fallas estructurales” y de la “estructura
capitalista” –presentada constantemente como única causa de todos los males o problemas
del país– para terminar proponiendo invariablemente como soluciones el “cambio
de estructuras”, el socialismo, la estatización de los bienes de producción, la
violencia organizada, etc. El esquema es de sobra conocido: 1) se parte de un
hecho real y manifiesto; 2) se atribuye en forma simplista toda la
responsabilidad del mismo a una única causa, y 3) se enuncia una solución,
consistente en la destrucción de la “causa” invocada. Partir de un hecho real,
garantiza frente al lector desprevenido el aire de seriedad y de objetividad;
esto da pie a que se acepte con facilidad la atribución de la responsabilidad a
la “causa” denunciada y así se logra la adhesión a una solución siempre
enunciada en forma vaga, sin matices y sin explicitación de programa alguno.
Este movimiento sacerdotal tiene,
en consecuencia, como finalidad aparente, la de expedirse sobre temas del orden
temporal y sobre situaciones internas de la Iglesia en relación a los primeros.
La existencia de un movimiento de este tipo es totalmente excepcional dentro de
la Iglesia. Desde el punto de vista del Derecho canónico, no existe prohibición
expresa para una organización sacerdotal, totalmente desvinculada de la
jerarquía eclesiástica y persiguiendo fines no específicamente sacerdotales; no
obstante ello, varios canonistas sostienen fundadamente que tales
organizaciones no son admisibles dentro de la Iglesia, por implicar la
constitución o, al menos, el peligro de constituir una jerarquía paralela, que
organice acciones y persiga objetivos diferentes de los juzgados importantes o
urgentes por la jerarquía, o fines ajenos a los específicamente sacerdotales o
utilice métodos criticables.
No obstante la discutible
legitimidad de una organización como la descripta, resulta evidente que es el
propio Episcopado quien tiene exclusivamente la facultad para autorizar y
desautorizar su existencia y funcionamiento. En el debido respeto del ámbito
específico del poder espiritual, debemos dejar a la autoridad religiosa que
asuma y ejerza su facultad de gobierno y control. Sin embargo, es deber
ineludible de los laicos –como también de todo miembro responsable de la
Iglesia– advertir a la autoridad competente y a sus hermanos en la Fe de
aquellas doctrinas, personas o circunstancias que ponen en peligro la salvación
de las almas y el cumplimiento de los deberes de estado. Hablando de “los
límites de la paciencia”, el Cardenal Daniélou describe diversos errores del
progresismo postconciliar y dice: “Estas
son cosas que deberían provocar reacciones de cólera. En realidad nos están
estafando y engañando... Hemos llegado a tal extremo que se trata de una
cuestión de vida o muerte para conservar el mínimo de juicio intelectual y de
vida moral sin los que no puede haber fe. Estamos –y sopeso mis palabras– en el
tiempo de la cólera. Hay una manera de aguantar indefinidamente sin protestar
nunca que, en un momento dado, equivale al suicidio. Es curioso comprobar que
aceptamos la cólera en todos los dominios salvo en éste. En una época de reivindicaciones
en todos los sectores, nosotros nada hacemos en éste. Algo se puede hacer,
porque no es seguro que no se den reacciones sanas, especialmente en el pueblo
que, en el fondo, sigue siendo más sano que las clases intelectuales. Nos sería
perfectamente posible reaccionar, SI TUVIERAMOS CORAJE”. La virtud cardinal
y cristiana de fortaleza –a la cual se refiere Daniélou– es una de las más
necesarias en la hora actual, sobre todo para aquéllos que tienen la
crucificante responsabilidad del gobierno espiritual. La “falta de coraje” que
Daniélou denuncia es –sin lugar a dudas– una de las deficiencias más dolorosas
del presente. Sin valentía no puede haber hoy recto y eficaz ejercicio de la
autoridad, en cualquier orden que sea, aún en el espiritual. Ya he señalado en
otro trabajo[1] que el drama del
catolicismo en estos momentos de subversión organizada y clandestina reside en
que un reducido número de clérigos y de laicos corrompe gravemente a la Iglesia
y confunde a tantas almas fieles, ante la inoperancia de quienes podrían poner
fácil coto a tales excesos.
En razón de lo expuesto y por las consideraciones
que se exponen en los puntos siguientes, considero que el M. S. T. M. configura una de las versiones actuales de la IGLESIA
CLANDESTINA en la Iglesia de hoy, y, sin duda alguna, el movimiento subversivo
más peligroso de esa índole en la Argentina.
[1]
Cf. la Declaración de fecha 25-5-69, hecha en vísperas del “Cordobazo”,
reproducida en VERBO, n° 91, junio/69, pág. 3/5 y el editorial “A nuestros
Padres en la Fe”; crónicaVERBO, n° 92/93, julio-agosto, 1969, pág. 3/11. (Ver
Anexo Documental, pág. 145, de esta edición).