«Arenga» - José María Pemán (1897-1981)
Ante un nuevo aniversario del
«Alzamiento Nacional», origen de la gloriosa Cruzada Española, vayan estas esclarecedoras líneas, y sirvan también para refrescar la «memoria histórica».
No; era demasiada la podredumbre
de la vida oficial española, para que se regenerase sin dolor. Un golpe
feliz y rápido era un precio demasiado barato para un tesoro tan espléndido
como es esta España grande y resurgida que queremos y soñamos. Su precio tenía
que ser más caro. Teníamos que pagar por ella, porque bien lo vale, todo el
dolor de una guerra.
Una guerra, que por dura que
sea, yo os digo que era necesaria y era conveniente.
Primero necesaria: porque
el marxismo, por lo que tiene en su raíz profunda de Antipatria, de
extranjería, de invasión, no podía ser vencido más que así, en los campos de
batalla.
La lucha contra el marxismo
tenía que ser guerra: guerra que, por la categoría internacional de los
enemigos que teníamos enfrente, tuviera anchura de reconquista y magnitudes de
guerra de Independencia; guerra santa en que el Ejército y el pueblo puesto
unánimemente de pie, vuelvan a gritar a todos los vientos que si ayer la Virgen
del Pilar no quería ser francesa[1], menos quiera ser ahora rusa ni judía.
Afortunadamente, la elocuencia
brutal de los hechos ha comprobado esto con una luminosidad tan cegadora que ya
nadie lo dudará en adelante. En estos días hemos visto al fin, actuar al
marxismo, sin máscaras, en toda su desnudez antinacional, en toda su sinceridad
de enemigo interior de la Patria. Eso que tenéis enfrente, españoles, eso es el
marxismo en toda su desnuda verdad; eso que incendia, eso que asesina,
eso que viola. Su contenido y su programa, no es, como querían fingir, una
lista de postulados ideológicos, sino una simple lista de delitos comunes. Está,
por esencia, no ya fuera de la ley, sino fuera del derecho natural. Todas
aquellas posturas histriónicas o parlamentarias de sus Prietos, todas aquellas
untuosidades semíticas de sus Fernandos de los Ríos, no eran más que máscara y
antifaz. Ahora, españoles es cuando está el marxismo en toda la verdad desnuda
de su contenido y su sustancia; ahora, asesinando mujeres y niños, quemando
personas vivas, bombardeando la Alhambra de Granada o el Pilar de Zaragoza. La
lección ha sido bien clara y dura. Creo que ya a nadie se le ocurrirá en
adelante dar trato de convivencia legal a semejantes horda de bárbaros
invasores. Creo que ya a nadie se le ocurrirá, como pasaba ayer, como remedio
ante sus desmanes, hablar de una clausura temporal de las Casas del
Pueblo, como a nadie se le ocurrió hace un siglo pensar en una expulsión
temporal de los franceses o en una clausura temporal de sus campamentos. No; la
guerra, con su luz de fusilería, nos ha abierto los ojos a todos. La idea de
turno o juego político, ha sido sustituida para siempre, por la idea de exterminio
y de expulsión, única válida frente a un enemigo que está haciendo en España un
destrozo como jamás en la Historia nos lo causó ninguna nación invasora.
Por eso es por lo que decía que
esta guerra además de necesaria era conveniente.
Era conveniente, porque nos
íbamos consumiendo en la languidez y el abandono; porque la locura de los sin
Dios y sin Patria, encontraba una demasiado fácil complicidad en el egoísmo y
en la complacencia de los demás. Nos íbamos durmiendo: pero el Dios de los Ejércitos,
nos ha hecho a tiempo el generoso regalo de un supremo dolor. Nos ha despertado
con mano dura, pero mano bendita de padre.
Nos habíamos llegado a creer que
la civilización, y el orden y la autoridad y la Patria, eran cosas gratuitas y
derecho debidos, que habíamos de recibir pasivamente; nos habíamos olvidado que
todas esas cosas son tarea y esfuerzo, logros que hay que ganar cada día como
se gana el pan. Nos habíamos creído que vivir es sentirse socio de una
cooperativa de derechos, de intereses y de beneficios, ¡cuando vivir es
sentirse partícipe de la peligrosidad de un campamento que nunca estará del
todo libre de enemigos!
Sublime enseñanza del dolor;
divino aprendizaje de la guerra: ya no te olvidaremos nunca.
Tierra morena de España, ganada
palmo a palmo; carne de novia en flor, conquistada caricia a caricia… ¡Cómo te
vamos a defender ahora que, por todo lo que nos estás costando, sabemos ya todo
lo que vales! ¡Cómo te vamos a sentir de nuestra, ahora que hemos pagado
por ti precio de muerte, y cómo, después de estas bodas de sangre, te vamos a
guardar, con hosquedad de marido celoso, frente a los que te rondan con
balalaikas orientales o serenatas de ultrapuertos! ¡Cómo, frente a las
dejadeces de ayer, vamos a valorar ahora, que ya conocemos su precio, la paz y
el orden, la civilización y la autoridad!, y frente a los despilfarros de
antaño, ¡cómo vamos a mimar cada árbol y cada río y cada pedacito de tierra y
cada piedra de arte, ahora que las sabemos sustentadas sobre estacas de huesos
de mártires, sobre cuerpos rotos de hermanos y de amigos!
Se acabó ya, España mía, ser
hospedería del que primero llega, arrendamiento del que mejor paga, subasta del
que más fuerte puja. Ya no serás más de éste ni de aquél; ya no serás más de
izquierdas ni de derechas. Ya no serás más que de los que te han comprado, pedazo
a pedazo, con moneda de dolor. Las cicatirces gloriosas de aquel soldado, la
frente encanecida de aquel padre, el brazalete negro de aquel hermano, las
tocas de luto de aquella viuda, esos serán en adelante los títulos de propiedad
que frente a todos los postores advenedizos y extraños, gritarán al mundo:
España es nuestra porque hemos sufrido por ella y porque la hemos hecho nacer a
una nueva vida con una nueva maternidad de amor y de dolor.
Y mientras llega la hora de
sacar esas últimas gloriosas y definitivas consecuencias de la guerra, saquemos
las menudas y cotidianas. Recordemos a cada instante: «vivimos en una guerra»;
y la guerra no es sólo empuje heroico; la guerra es un tono distinto y una vibración
general que ha de estremecer todas las zonas de la vida. La guerra no es sólo
movilización militar de tropas, sino paralela movilización de corazones, de
generosidades y de sacrificios. La guerra no ha de estar únicamente en las
líneas de combate: ha de estar en cada uno de nuestros actos y de nuestros
pensamientos. Así como los cuerpos, los espíritus han de tener ahora también su
uniforme que ha de ser un tono unánime de optimismo y de entusiasmo, que donde
quiera que estén, en la oficina, en el cuartel, en la calles, nos haga en todo
momento, solidarios del esfuerzo de los que combaten y de la responsabilidad
histórica de esta gran hora que España está viviendo.
Hombres y mujeres que me
escucháis. Lo que dije al empezar: Esto no es un golpe; esto es una guerra.
Cada uno, pues, a su puesto. Unos al combate, otros a los servicios ciudadanos,
otros al amparo de los niños y de los hambrientos… Y yo, hoy aquí, como ayer en
Sevilla o como mañana en Córdoba, a gritar por los campos de España mi pobre
palabra encendida, que nunca como ahora quisiera yo que tuviera músculo y
nervio, para que el ¡Arriba España! que me sale del hondo del corazón, no fuera
viento en el viento, sino realidad de ascensión y de empuje que levantara mi
Patria más allá de las últimas estrellas.
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