Primera parte - El Alzamiento (fragmento)
ROBERT BRASILLACH (1909-1945) y MAURICE BARDECHE (1907-1998)
Ante un nuevo aniversario del
“Alzamiento” del 18 de julio, que diera origen a la última Cruzada, “Decíamos
ayer...” quiere recordarlo con este pequeño fragmento del espléndido libro
“Historia de la Guerra de España”, escrito en 1939 cuando aún se oían los ecos
del fragor del combate y comenzaba a brillar en España la luz de una victoria
sin par.
Fue en Navarra
donde la sublevación fue más sencilla. Navarra es la provincia más
tradicionalista de España, la tierra de elección del carlismo, la que más chocó
con el anticlericalismo republicano. En la noche del 18 al 19 de julio, el
general Mola, comandante de la subdivisión, reunió a sus oficiales y les dio
cuenta de la situación. Las tropas, inmediatamente informadas por los jefes,
aclaman al Movimiento. Al mismo tiempo, las organizaciones monárquicas y
católicas reciben la orden de movilizar a sus afiliados. A las seis de la
mañana, en la plaza del Castillo, Mola proclama la ley marcial. Se arrancan las
banderas tricolores y se iza la bandera roja y oro de la Monarquía. La Guardia
Civil casi por entero se une a las tropas, salvo un comandante que intenta
requisar camiones para alejar a sus hombres de Pamplona. Es muerto y el coronel
Beorlegui asume el mando de la Guardia Civil y de los guardias de asalto. Los
aviones del aeródromo de Noaín se unen al Movimiento. En algunas horas, en medio de un entusiasmo inmenso, toda Pamplona
está en armas.
H abía hecho
falta para esto que aquel hombre taciturno, misterioso, lúcido y pobre, cuyas
amistades políticas eran mal conocidas, aquel flaco personaje con gafas, en
algo parecido a un responsable del Soviet ruso, cualesquiera que fueran sus
afectos hacia el régimen, en 1933 hubiese descubierto que la democracia «tenía
por base un absurdo»[1],
y llevase todo su saber militar a la causa de la revolución. Mola estaba en
Pamplona desde febrero de 1936 y Sanjurjo exiliado en Lisboa, Franco en
Canarias; era, pues, el mejor situado para preparar el Movimiento en la
Península. Él no quería hacer de este Movimiento un banal pronunciamiento
parlamentario, sino el alma de una revolución más profunda. «72 horas antes a
la fecha secretamente fijada por el general, los últimos mensajes transmitían
las órdenes siguientes: «Los jóvenes, a los cuarteles», «Los políticos, a
Burgos, bajo mis órdenes, para que nadie diga que se trata de un
pronunciamiento»[2].
Sólo que ni el
orden, ni la voluntad, ni la inteligencia bastan. Pamplona, fácil de
conquistar, tuvo un instante en que, sin noticias de otros jefes, aplastada
bajo los comunicados de la radio gubernamental, Mola pudo creer que todo estaba
perdido. «Y después, en la noche, al amanecer, se vio cómo los caminos de la
montaña se animaban. Eran los labriegos que llegaban. Habían abandonado los
campos al cuidado de las esposas y de las hijas, y llegaban todos, padres e
hijos, muchachos y viejos, cubiertos con la boina roja, en alpargatas o en
albarcas, sin equipo, sin uniforme, con sus alcaldes, por granjas o por aldeas.
Venían a batirse por Dios y por el Rey»[3].
Eran estos hombres de la montaña los que, armados con el fusil que poseía cada
jefe de familia, daban desde el segundo día 10.000 hombres a Mola. Llevaban sus
curas con ellos, llevaban la cruz bordada o el escapulario. A las cuatro de la
tarde, pasa revista en la Plaza del Castillo a tres batallones de requetés que
parten en la noche, en camiones, hacia los puertos de la sierra. Es, gracias a
ellos, que la sublevación triunfará. Es porque ellos esperaban, desde hacía un
siglo, el momento de volver a coger las sendas de la guerra, cantando el «Oria
Mendi», el viejo canto de las batallas carlistas.
Y los niños en
seguida improvisan en las calles estribillos:
«España libre, España
bella
con requetés y
Falange
con el Tercio muy
valiente...»
Es porque los
soldados no tienen más que reemplazar en las antiguas canciones la palabra
«liberales» por la de «rojos», que la guerra va a tomar su aspecto popular y
antiguo.
«Tráeme las alpargatas
dame la boina y el
fusil
me voy a matar más
rojos
que flores tiene
mayo y abril...»
La sublevación
de Navarra es la alianza de esta fidelidad labriega y unánime y de la voluntad
organizadora de un gran jefe. Las jornadas siguientes, faltos de toda
comunicación, traen noticias de fracasos en Valencia, Bilbao, Santander, San
Sebastián, de la resistencia en Madrid. Mola no tiene armas, carece de mandos.
Pero están los navarros y él sonríe con su flaco y frío rostro y dice que hará
la guerra, la hace, tiene la montaña y espera; y la fe carlista, que nadie ni
nada puede quebrantar, salva las provincias del Norte y salva también a España.
[1]
Mola, Doctrinal de un héroe.
[2]
Luis M. de Zunzunegui, Je suis partotut,
15 julio 1938.
[3]
Pierre Gaxotte, Je suis partotut, 15
julio 1938.