«Toque de diana» - Rafael García Serrano (1917-1988)
El próximo domingo –18 de julio– se cumple un nuevo aniversario del Alzamiento Nacional producido en España en 1936. Vaya, pues, esta publicación en homenaje a todos aquellos jóvenes que aquel día, con entusiasmo y valor, empuñaron las armas en defensa de Dios y de la Patria.
–Si estos chicos no fuesen tan poco católicos.
El joven penetró, después de alzar su brazo frente a la
Capitanía, intentando causar sus ganas de saludo, en una Iglesia. Oró brevemente.
Con lágrimas. Porque al decir la frase graciosa: Y bendita Tú eres entre
todas las mujeres, pensó en la Madre y en la Hermana y en la Novia. Las
tres recién levantadas y alegres e ignorantes, casi la tarde anterior se había confesado.
El sacerdote, que era sabio y viejo le dijo:
–Los que vais a morir en defensa de la Patria lo hacéis en
el Santo Nombre de Dios Padre. Aprende hijo mío la consigna de la oración. Y
que ningún peligro te sorprenda en pecado de cobardía o de vicio.
Por eso el joven oró brevemente y salió, otra vez a la
calle. Porque ya se oían cánticos y era preciso andar y andar. Y reunirse en el
punto que los jefes señalaron en días anteriores.
Esto lo aprovechó el señor del bastón para gritar Viva
España y volver a decir:
–Bastón amigo: si estos jóvenes no fueran tan poco
católicos...
En la Plaza Circular ya sonaban frases exactas y ardían
iluminados brazos en alto. Allí estaba el joven –todos los jóvenes de la
Ciudad–. Ignorante del juego abría la prensa con avidez. El General Franco y el General Mola. Burgos es
nuestro. Y Asturias. Por fin lo que expresaba: Esta tarde saldrán hacia Madrid
fuerzas del Ejército, de la Falange y del Requeté. Y entonces hubo un gozoso
advenimiento de despedidas. Todos estaban conformes en la misma frase: Adiós.
Esta tarde voy a Madrid. Pero no sé quién dijo: Mañana a la mañana entraremos
en Madrid. Habrá tiros urbanos. Largo Caballero decretó anoche la huelga.
(El joven se acordó de la nerviosa tarde anterior. Estuvo
esperando la cita suprema, completa su tensión de ansiedades heroicas. Y no
llegó. Aquella noche había verbena madrileña o epitafio con olor a churros, de
las fiestas. Por si acaso se entrenó en las casetas de Feria tirando con
humilde carabina. Decía: Escucha; este es el que vende Mundo Obrero: este el chulo
que quiso matar a un camarada. Y hacía completa diana. Después la verbena no
vino. Pero el joven se acordará toda la vida de unos disparos. Y del paso de
cuatro Guardias civiles y un corneta por la Calle Mayor hacia la Capitanía).
Cruzó una bandera, doblada, en las manos de un camarada. Y
el joven buscó el asta. Por fin la Cámara del Comercio, que estaba en las horas
de la limpieza la dio al joven, y con la bandera al frente, marcharon los
camisas azules hacia su objetivo de desahuciados: buscar un hogar. Y aquel había
de ser, por imperativo de la madrugada este: Izquierda Republicana. También
allí se necesitaba la escoba. Nadie sabía si aquel centro estaba o no ocupado.
Dos pistolas ametralladoras, pues, delante. Y más adelante la bandera. La puerta
cedió de una patada solemne, casi protocolaria. Y los ocho primeros camaradas
llenaron de gritos el local vacío. No tuvieron coraje, sus dueños, ni para
defenderlo. Y luego el balcón, sobre la Plaza. Con manos gozosas e indignadas
un estúpido letrero cayó, roto, sobre el asfalto. Y un retrato. Y un busto
excitante. Y una bandera. Ya estaba limpio el local y la Falange tenía abierta
su casa para recibir a los camaradas de los pueblos que venían, por escuadras,
en camiones descubiertos. Todos con el mismo himno y el mismo gesto y el mismo
grito: ¡Arriba España! Fueron aquellas siete de la mañana las horas más
gloriosas que jamás vio el cielo despejado.
* En «Revista Jerarquía», Número 1, Invierno MCMXXXVI
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