«La Verdadera Revolución de Mayo» - Roberto Horacio Marfany (1907-1989)
«La erección de la Junta Patria fue
un acto de fidelidad a los valores tradicionales y trascendentes que es
necesario mantener en vigilia siempre como únicos principios verdaderos de
nuestra nacionalidad…»
Tal versión ha tergiversado, a
sabiendas o por ignorancia, los hechos, las causas y los fines que la
promovieron y no ha logrado incorporar a la vida argentina esa supuesta
iniciación democrática que, para desgracia nuestra, se ha practicado después
con mucho menos perfección y eficiencia de los que encarecen las declamaciones subalternas.
La verdad de la Revolución de Mayo es otra. La reacción porteña sobreviene a consecuencia del progreso de la invasión a España por los ejércitos franceses, la disolución de la Junta Central de Sevilla, que gobernaba a nombre del rey Fernando VII, prisionero de Napoleón, y la creación precipitada c irregular, en enero de 1810, de un Consejo de Regencia instalado en Cádiz y refugiado poco después en la Isla de León, donde apuró su desprestigio.
La falta de Gobierno legítimo y competente
en España, de cuyo Imperio formábamos parte, y la creencia de que difícilmente
se libraría del poder de Napoleón al que serían irremisiblemente incorporados
los Dominios de América, –intención ésta que anticipó el emisario francés
Felipe de Sassenay desembarcado en Buenos Aires en 1808–, crearon un estado de
honda zozobra.
El anticipado anuncio de anexión
a Francia había incitado el juramento de fidelidad a Fernando VII, en agosto de
aquel año, que llevaba implícito el repudio a aceptar el dominio extranjero, de
que Manuel Belgrano dio testimonio al general Crawford en la primera invasión
británica a Buenos Aires; «O el amo viejo o ninguno».
Pero la defensa del país en su
integridad física y moral, sin que existiera intención de separarse del Imperio
español, no admitía la subsistencia del virrey, subordinado a la suerte de la Península,
maltrecha por la adversidad de la guerra y la consecuente inestabilidad política.
El reemplazo del virrey por una Junta tuitiva fue el plan de unos pocos ciudadanos con el apoyo de las fuerzas
armadas. La convocatoria a cabildo abierto –reunido el 22 de mayo de 1810– para
decidir en la emergencia, demuestra la falta de agitación multitudinaria, como
quiere la historia liberal, que hubiera provocado el cambio por las vías de
hecho, sin recurrir al procedimiento institucional. Y ese cabildo abierto, con
251 asistentes, estuvo mayormente integrado por abogados, comerciantes,
sacerdotes, militares y funcionarios, cuyos nombres y profesión constan en
actas. El pueblo anónimo reunió 600 personas –ese número exacto está probado–
en la Plaza frente a las casas consistoriales, bajo la dirección y consignas de
French y Beruti, y cuya movilización no era mayoritaria en una ciudad que con
sus aledaños reunía 60.000 habitantes. El distintivo de una cinta blanca, símbolo
de unión de americanos y peninsulares y el retrato de Fernando VII, que
adoptaron por divisa, demuestra la adhesión al Estado español.
La idea de independencia que
propiciaba la Revolución no tuvo la extensión que suponen los historiadores
liberales. El alcance de esa independencia está contenido en la primera fórmula
que se puso a votación en el cabildo abierto. Hela aquí: «Si se ha de
subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el excelentísimo señor virrey,
dependiente de la Metrópoli salvándose ésta, o independiente siendo del todo
subyugada». Y aunque esta fórmula fue rechazada para «que se procediese
a otra proposición más sucinta», queda definida en aquella el alcance con
que se pensó la independencia, esto es, condicionaba al sometimiento de España
a Napoleón. Por eso, la Junta Patria erigida el 25 de Mayo, asumió el Gobierno «a
nombre de Fernando VII».
Los historiógrafos liberales han
motejado de «máscara» la representación monárquica de la Junta Patria,
considerando a los patriotas, quiérase o no como unos hipócritas. La simulación
que con agravio se atribuye a los «Padres de la Patria», es una falsedad que la
misma Junta impugnó a sus detractores coetáneos y en cuyo círculo debe incluirse
a esa posteridad malintencionada.
La erección de la Junta Patria
fue un acto de fidelidad a los valores tradicionales y trascendentes que es
necesario mantener en vigilia siempre como únicos principios verdaderos de
nuestra nacionalidad, y con mayor energía en esta hora de confusión en que circulan
de contrabando ideologías excéntricas que quieren subvertir el orden social
para convertirlo en un organismo gregario, desjerarquizado y sin originalidad.
Que el nuevo aniversario de la Revolución de Mayo despierte las conciencias de los argentinos honrados.
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