«Polémicas y prohibiciones» - Aníbal D'Angelo Rodríguez (1927-2015)
«...Como tantas veces se ha dicho, en el mundo del siglo XX hay muertos de primera y muertos de segunda...».
Como pasa –ay– tan seguido con
los diarios y sus titulares, la lectura de lo escrito bajo el título bajaba
mucho los decibeles del asunto. La «polémica» quedaba reducida a la opinión,
vertida a pedido del diario, de don Marcos Aguinis y don Osvaldo Bayer,
escritores ambos de mucha fama en nuestro teatrillo de las letras.
El primero no está muy seguro, y
tras afirmar que «el nazismo no es sólo una ideología política, sino una
organización genocida», se pregunta si «es correcto volver a estimular la
discriminación, la tortura, el abuso, los genocidios», pero reconoce que «se
debe respetar la libertad de expresión» y en una vuelta de tuerca más se
pregunta si «es saludable permanecer indiferentes ante un arma de destrucción
masiva y su bandera». O sea que don Marcos no sabe qué hacer. Distinto es el
caso de Bayer, que se decanta por la libertad y se opone claramente a la
prohibición.
Como se verá, como polémica es
más bien modesta. Pero lo interesante vino a continuación. En días siguientes,
algunos lectores, en cartas al diario, participaron en tan escueta discusión.
Había de todo, pero predominaba la opinión contraria a la prohibición. Ninguno,
claro, por defender el libro, sino todos por privilegiar –como Bayer– la
libertad. Una sensata señora planteaba que el problema es que si se prohíben
libros, hay que determinar quién tiene la facultad de hacerlo. En tiempos de la
cristiandad, la Iglesia Católica tenía esa potestad, pero ahora ni los
cristianos la acatarían (ni acatan el más tibio consejo, como se vio con el
caso Dan Brown).
La pregunta de la Señora
(«¿quién prohíbe?») es sensata pero anticuada, como se vio en el mismo diario,
al día siguiente, cuando el Presidente de la DAIA se pronunció, con aire
dogmático, por la inmediata prohibición del libro, «como ya existe en numerosos
países de Europa». De modo que de todo esto sólo cabe una conclusión. No se
pueden prohibir libros, pero si se prohíben, entonces el brazo dogmático y
definidor son los judíos.
Esta conclusión se ve abonada
por dos cosas que no pueden dejar de anotarse. Libros que incitan al crimen, y
no a crímenes en abstracto sino realizados, hay muchos. Uno podría empezar por
innumerables textos del marxismo-leninismo (por ejemplo, las memorias del Dr.
Guevara) hasta llegar a las defensas del aborto. Pero los «prohibibles» son
–por lo visto– sólo aquellos que incitan a liquidar judíos (supuesto que «Mein
Kampf» dijera tal cosa, que no lo dice). Como tantas veces se ha dicho, en el
mundo del siglo XX hay muertos de primera y muertos de segunda. Campesinos
ucranianos, chinos o albaneses son material descartable. Y que se los haya
matado en nombre del «hombre nuevo» proporciona una razón más para que sus
muertes no pesen en la memoria de la humanidad.
La segunda cosa es un hecho del
que me informa un volante que me remite ARP desde España. En él se relata que
la policía irrumpió en la Librería Europa, de Barcelona, Cataluña (antes,
España) y se llevó «alrededor de seis mil libros, ocho grandes cajas de
documentación, cientos de carpetas y miles de fotos y diapositivas» confiscando
de paso seis computadoras con decenas de libros en proceso de edición y trece
mil catálogos. De paso, se llevaron fotografías colgadas en las paredes,
banderines de diversas regiones de Europa, todos los discos duros y las copias
de seguridad, libretas personales de ahorro, documentos y contratos personales
o empresariales, vaciando los archivadores metálicos sin apenas comprobar su
contenido. Entre los libros, secuestraron ejemplares de Degrelle, Bochaca,
Rassinier y hasta del psicólogo inglés Eysenck.
Permítanme repetir algo que he
escrito muchas veces como «aviso a los navegantes». El paradigma cultural del
mundo moderno era, hasta 1945, una frase de Voltaire: «No creo en lo que dices,
pero daría mi vida por asegurar tu libertad de decirlo». Desde 1945, el nuevo
paradigma es: «No creo en lo que dices y como intentes publicarlo te voy a
perseguir hasta hacerte la vida imposible».
* Publicado en el blog «Cuaderno de bitácora» el 7 de agosto de 2011.
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