«Los Pobres» - José María de Estrada (1915-1997)

Los pobres de mi Señor Jesucristo no tienen donde apoyar su cabeza,
como mi Señor, tampoco tenía dónde; ni en un respaldo de piedra.
Ellos ambulan las noches frías de invierno de puerta en puerta
pidiendo un poco de pan o un poco de leche que dé calor a sus manos yertas.

 No tienen elegancia ni agradable aspecto, sus ojos están hendidos por el llanto;
y saben que muy pocos se compadecen de su falta de higiene y de su quebranto;
son muy pocos los que ven bajo sus manos sucias la divina mano;
son muy pocos los que enjugan sus lágrimas con un respeto santo.

Ellos van de puerta en puerta, golpeando en las noches crueles;
pero hay más frío en el corazón de los ricos que escuchan cómodamente
ese quejido del que está crucificado entre el ludibrio de los infieles
y que no han oído lo del avaro y lo del leproso doliente.

 Porque ellos no saben quién es ese Visitante que llama todas las noches
y que espera en las puertas de las iglesias cuando las campanas amanecen en su cántico de bronce;
no saben de quién es esa boca sedienta que pide lo que los perros no comen
y que tiene más sed de amor que de los manjares mejores.

 ¿Por qué no pide el rico también un poco de limosna?
¿Por qué no inclinarse ante los andrajos de ese pobre que llora
y que sólo tiene un atadijo con su pan duro y su ropa
y que tiene por encima de todas las cosas hambre de misericordia?

¿Por qué no pide un poco de pan ese rico desamparado?
¿Por qué está solo, sin el Pan de vida, en su silencio solitario?
¿Por qué no cambia su tristeza y su aburrimiento amargo
por la sonrisa de aquel pobre que nada tiene pero que todo lo ha ganado?

¡Oh! vosotros los pobres, que llegáis a mí en busca de hospedaje,
dadme un poco de vuestra riqueza y de vuestra humildad y de aquella sencillez que tienen los de vuestra clase;
no creáis que soy mejor que vosotros porque doy lo que me sobra y porque os compadezco por algunos instantes,
más bien tened compasión de mí y no dejéis de venir de cuando en cuando a despertarme.

Pero no basta para ser pobre tener los bolsillos vacíos;
hay que tener vacío el corazón y ofrecerlo como un vaso que se brinda a los labios de un amigo
para que beba en él todas nuestras lágrimas y todo nuestro agradecimiento infinito
y para que nos dé también un poco de aquella agua que se nos dio en el bautismo.

Porque no es lo mismo ser pobre que ser un rico miserable;
aquellos ricos llenos de harapos pero con los ojos encendidos en venganzas terrenales,
aquellos que maldicen la pobreza que santificó un Niño cubierto con unos pobres pañales
cuando el Mundo llegaba a la mitad de su carrera infatigable.

Es verdad que por aquellos ricos tiene Dios un poco más de misericordia,
al fin y al cabo ellos también tienen hambre y frío y quizá no le conozcan;
si le hubieran conocido, sin duda le hubieran amado como se ama a un compañero que padece las mismas cosas,
como se ama a un camarada que viaja a nuestro lado en un camino de congojas.

Pero Jesucristo conoce a sus pobres como un pastor conoce a su aprisco
y conoce a aquellos que no niegan el agua a la sed de sus hijos,
a aquellos que no niegan el llanto al dolor de sus pobrecitos,
a aquellos que han de estar a su diestra en el día grande del Juicio.

* En Revista Sol y Luna, N°6, Buenos Aires, 1941.

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