«La tecnología y sus efectos en la estructura temporal de la existencia» - Abelardo Pithod (1932-2019)
«La prioridad absoluta sobre la que hay que volcarse en el nivel
individual y grupal es la familia. Allí debe darse la batalla. Pero las
familias no se sostendrán si no se agrupan y se sostienen mutuamente mediante
diversas formas de asociación…».
Pensemos en Internet, la telefonía celular, la TV, la electrónica en general, sus aplicaciones en medicina, los avances genéticos, las neurociencias, etc. Por su índole propia y su extrema aceleración, no son cambios externos a la persona sino que la alcanzan de lleno, incluso en su interior.
La insólita compactación
temporal ha quebrado la secuencia del devenir humano natural, o lo que creíamos
tal. El momento presente gana en intensidad a costa del pasado que perdió peso
y del futuro que poco sirve para guiarse al arrojársenos encima de manera
invasiva. El instante presente lo devora todo como los agujeros negros devoran
las estrellas y hasta a la propia luz en el espacio sideral.
La razón es que el tiempo afecta
una estructura esencial de la existencia, pues el tiempo es un proprium del compuesto humano in status praesentis vitae. El cambio
que estamos experimentando hoy nos afecta de una manera total, personal y
socialmente, porque la existencia humana está entretejida de tiempo, y éste no
alcanza sólo nuestra parte consciente sino que penetra nuestra vida
no-consciente. Lo consciente del hombre es apenas la punta del iceberg, para
usar la metáfora de Ratzinger.
Aquello que ha cambiado la
estructura temporal de la existencia es el cambio, porque lo que estructura el
tiempo humano son los cambios. El tiempo es una medida de la duración y está
afectado por la rapidez de los cambios. La tecno-ciencia ha modificado de
manera exponencial el ritmo de los cambios
e intercambios. Observemos el fenómeno de la llamada quiebra generacional.
Lo que va de padres a hijos (y a fortiori
de abuelos a nietos) en términos de cambios es inconmensurable. En pocos años
este niño, este adolescente, ha cambiado de estructura de vida a una velocidad
tal que le resulta difícil entender a sus padres y sus padres a él. Se
distancian, poco se hablan, aunque se guarden las buenas maneras.
¿Y entre los sexos? Mi impresión
es que la mujer se está adaptando mejor al cambio actual y estaría superando
(en dirección desconocida) su crisis de identidad de los años sesenta y
siguientes. Tengo también la impresión de que la crisis actual de la masculinidad
es más severa, de que hay una pérdida de identidad varonil. Por eso, creo, es
mayor la crisis de la paternidad que de la maternidad, y que por ello preocupa
hoy tanto el extraño fenómeno del padre
ausente.
El filósofo Franco Volpi[1]
ha hecho un análisis del tiempo presente a través del fenómeno del nihilismo.
En primera lectura parece similar al nuestro. Pero Volpi se mantiene en el
nivel filosófico y atribuye el derrumbe de los valores y creencias
tradicionales, de la moral y la ética, al nihilismo
en el que se precipitó el pensamiento moderno. Es un derrumbe del paradigma que
nos orientó en la existencia. Nosotros aceptamos que ha habido el derrumbe de
un paradigma cognitivo y axiológico. Pero, en el nivel biopsíquico ha habido
otro cambio, un cambio en la estructura de la temporalidad provocado por la
rapidación a la que nos ha lanzado la tecnología científica, según hemos
tratado de mostrar.
Surgen algunas preguntas frente a esta afirmación, preguntas que van más allá de lo psicológico y lo social. Si, como creemos, la rapidación científico-técnica está afectando hasta semejante punto al hombre actual ¿cuál es su efecto entitativo? ¿Se trata de un cambio sólo cuantitativo? ¿Es un proceso deshumanizador, y si lo es, afectará al futuro de la existencia humana sobre la tierra?
En efecto, los contactos que tenemos hoy con la realidad resultan de una gran superficialidad. Reiteradamente se ha hablado de un desmedro en nuestra vinculación con la naturaleza y con los demás. Vivimos apiñados en las grandes ciudades sin siquiera mirarnos o saludarnos, sin reconocernos aunque habitemos el departamento contiguo. Una suerte de autismo nos cierra y nos incomunica, los demás se tornan fantasmales, están «de más». En cuanto a los valores, la miopía es creciente, en particular en los jóvenes, y nos estamos volviendo sordos a sus llamados. El pasado como tradición nos provoca más extrañeza o curiosidad que auténtico interés, y miramos al futuro temiendo sus trampas imprevisibles. Nos vamos sumiendo en la inmanencia intracorporal debido a la búsqueda maníaca del placer y el bienestar y nada trascendente nos convoca. En síntesis, la rapidación está unida a la superficialidad que van adquiriendo nuestras vivencias, a la levedad de lo real y al descompromiso, el not-involved con que nos acorazamos.
Se aprecian particularmente en los jóvenes pero no sólo en ellos. A éstos uno los ve como disminuidos metafísicos, indiferentes morales, apáticos desvitalizados, sin poesía en sus vidas y aburridos. Los mayores les resultan insustanciales e in-significantes. Mi experiencia personal en mis últimos años de docencia universitaria me produjo esta creciente impresión. Me pasó en una capital europea en la que debí dar clase en primer año de psicología. Aquellos jóvenes –en su mayoría chicas– carecían de interés, no era posible motivarlos y su atención era dispersa. Traían un mediocre background cultural, excepto en capacidad lingüística y expresiva, quizá porque eran capitalinos. Indiferentes a casi todo lo académico, no resultaban, sin embargo, agresivos; carecían, eso sí, de buenas maneras y el profesor como figura y rol no les despertaba ningún deseo de comunicación o interacción.
En una reunión de profesores de
curso me sorprendió que un colega psiquiatra dijera que varios de ellos tenían
síntomas depresivos. Ante mi extrañeza explicó: «¡Es que tienen unos follones
en sus casas!»... Aludía, obviamente, a las graves crisis que sufrían sus
familias.
Lo positivo de esta historia y
lo paradójico se presentó en su desenlace. Al promediar el curso y sin saber
qué hacer ya con estos chicos, se me ocurrió darles a ellos mayor
responsabilidad y protagonismo. Les propuse que, los que quisieran, podían
buscar un tema psicológico cualquiera, en un film, una novela, un caso real o
ficticio y exponerlo comentándolo en clase. Una alumna alemana abrió el fuego
de manera brillante exponiendo el Demian
de H. Hesse, donde aparece la influencia del psicólogo Carl Gustav Jung. Otra
chica, con dotes histriónicas, despanzurró la Psicopatología de la vida cotidiana de Freud (si en alguna parte
Freud parecía estar muerto y enterrado era en aquel país europeo). Otro se
animó con La familia de Pascual Duarte,
del Nobel Camilo José Cela.
Se habían transformado. Lo
hacían bien y como entre bueyes no hay cornada, el resto atendía y algunos
participaban formulando preguntas u opinando, en fin, una verdadera sorpresa.
Me pregunté: entonces, ¿son chicos perdidos para la cultura o simplemente pertenecen
a otra cultura?
En cualquiera de las opciones no aparecían como jóvenes que pudieran considerarse cultos, al menos en el sentido tradicional del término, lo que poseían culturalmente era poco, pero eso poco, además, pertenecía a un mundo distinto, el mundo de la actual sub-cultura joven, con lo que volvemos al principio del presente apartado. Un mundo intelectualmente anémico, para nada motivador, que no les despertaba tampoco demasiado interés. El mundo de lo efímero, de lo trivial, de cierta insuperable apatía y tedio[3].
La estructuración existencial de
los tiempos que vivimos comporta un cambio que va más allá del cambio moral,
espiritual o, como dice Volpi, del paradigma cognitivo-evaluativo. Se da a un
nivel entitativo que compromete dicho paradigma
pero que alcanza estratos biopsíquicos más profundos.
El desafío parece alcanzar el
destino mismo de la hominidad sobre la tierra.
La pregunta es ¿qué hacer
entonces?
Humanamente, lo sincero sería aceptar que no podemos hacer casi nada. A un buen filósofo político tomista le preguntaron en Mendoza, luego de una conferencia, qué podíamos hacer en política. El respondió: Nada, cosa que enfureció a algunos jóvenes militantes de orientación social cristiana (la conferencia había versado sobre la política en Santo Tomás). Por cierto siempre se puede hacer algo. Si se me trasladara la pregunta me vería obligado a confesar que no visulaizo mucho más que atrincherarse en la familia y, de ser posible, mantener con vida la escuela católica. La prioridad absoluta sobre la que hay que volcarse en el nivel individual y grupal es la familia. Allí debe darse la batalla. Pero las familias no se sostendrán si no se agrupan y se sostienen mutuamente mediante diversas formas de asociación (escuelas, centros de formación, clubes, actividades sociales y apostólicas, etc.). Fuera de tales recintos las tinieblas son demasiado densas y contagiosas. Salvo intervención divina esos ámbitos no parecen ser por ahora revertibles [4].
En cierta medida el tiempo presente, con sus caracteres de instantaneísmo, rapidación y compactación de la estructura temporal de la existencia y sus corolarios de superficialidad y trivialidad, forman parte del mismo paquete nihilista. También entran en él la prisa patológica, su consecuencia de estrés, aburrimiento y tedio. La violencia desatada en el mundo tiene mucho que ver, según nos parece, con estos males del alma y del ánimo. Pero este tema, inmenso, sólo podemos anotarlo.
* En Revista «Gladius», Año 25, N° 68, Pascua 2007.
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