«Los dos Mayos» - P. Leonardo Castellani (1899-1981)
Hay más cosas en la «penumbra de
la historia argentina» de las que enseña la escuela laica.
Y esas cosas que no se enseñan
son muy interesantes.
Por ellas nuestra pequeña
historia se vuelve grande, pues se conecta de golpe con la ecumenicidad de la
Historia con mayúscula; y se empobrece para la reflexión filosófica; y aun
teológica.
Federico Ibarguren en su reciente
libro Así fue Mayo explica con claridad, vigor y amenidad una de esas
cosas incontables o incontadas, en una coyuntura que hasta ahora no había sido
tratada monográficamente; pues son tres las coyunturas de nuestra breve historia
ocultas con el velo poco espeso de un misterio fabricado, a saber: la Colonia,
la «Revolución» de Mayo y Rosas; y esta última es la que hasta ahora ha sido
más trabajada por los que empezaron a ver a través del velo.
Con el libro de Ibarguren
sabemos por fin a punto fijo lo que fue el cisnerismo, el morenismo y
el saavedrismo; y que la «revolución» de Mayo no fue una cosa monódica,
como nos contaban, sino dual. Estas tres facciones o movimientos eran
enteramente e históricamente lógicos: por un lado los que querían mantener a
toda costa la colonia española, por otro, los que no; estos a su vez se
dividieron (encarnizadamente) entre los que querían mantener el modo
tradicional de la vida, cortándose de España si acaso, y otros que querían
aquí un cambio de vida, a saber, el advenimiento de la revolución mundial,
inaugurada en Europa en el siglo XVI, o sea, lo que podemos denominar el «progresismo».
Por esta segunda división, el fenómeno histórico supera lo meramente político y
penetra en lo teológico.
Ya el viejo Aristóteles notó que
todas las guerras tienen dos raíces: una económica (causa material) y otra
religiosa (ideológica, decimos hoy) que es su causa formal. El antiguo piensa
en la guerra de Troya, de la cual el rapto de Elena sabe bien que no fue sino
la ocasión. Ese puerto mercantil de Troya hacía desde hace mucho atrás opresión
económica a las nacientes comunidades helénicas, y su religión asiática opuesta
a la griega; por lo cual Homero en su poema divide a los dioses entre
los dos contendientes poniendo a Venus, Mercurio y Neptuno de parte del emporio
comerciante y navegante; y de parte de los griegos a Athenea (diosa del saber),
a Febo (de la poesía) y a Ares (del valor militar).
No escapa a esta ley la
revolución de Mayo: el mito infantil de la «fiera opresión» de España, y la
prócer, pura y profiláctica rebelión de los criollos contra la «tiranía», es un
cuento chino que ya no pasaría ni en la China. Los dos factores constantes de
todas las guerras están presentes ya en la Colonia, con la presencia de la
política inglesa, ganosa de ganancias comerciales; y del galicanismo y
liberalismo «afrancesado» de los Borbones y sus ministros volterianos, autor de
medidas antirreligiosas en nombre de la Corona, que culminaron en el despojo,
expulsión y supresión de los Jesuitas. Los dos factores se pusieron bruscamente
en claro con la invasión napoleónica en la Madre Patria; y amalgamados causaron
la emancipación de las Colonias Hispanas.
José María Rosa (h.) en su
monografía Defensa y pérdida de nuestra independencia económica ha
dilucidado definitivamente el factor material que juega sin cesar en la
historia argentina. Ibarguren en este escueto y nutrido librito dilucida además
el factor ideológico o teológico. Hubo «realistas» leales al rey Fernando, que
fueron dominados en la lucha armada, y hubo americanistas que se dividieron al
instante en (digamos) jacobinos y girondinos. Me atrevo a decir que ya al pisar
los españoles el Nuevo Mundo bajaron de las carabelas los dos tipos de hombre;
simbolizados en el misionero y en el encomendero.
Ibarguren ha tenido la coquetería
y se ha dado el lujo de avalar sus asertos con referencias numerosas de los
historiadores argentinos «no revisionistas».
Los «historiadores» liberales
adaptaron las tres coyunturas de la historia argentina a sus esquemas
ideológicos «progresistas»; es decir, al único esquema sumamente simple de que
el género humano progresa de continuo (saltando gallardamente los obstáculos
que son las tiranías, las dictaduras, los totalitarismos, el oscurantismo y la
superstición) en la línea recta que lleva a la realización suprema de la
Libertad y la Democracia; que son lo que ustedes saben. De manera que: la
Colonia fue una «fiera opresión» de España a estas tierras, ruin, violenta y cruenta
para cuya descripción fantasiosa los historiógrafos protestantes les suministraron
los materiales de su «Leyenda Negra». La Independencia fue el heroico avance a
la Libertad conforme a los módulos e ideales de la Revolución Francesa. Rosas
fue otro tirano horroroso, peor que Cisneros y Hernandarias, que resultó, en
cuanto a tiranía, más español que todos los españoles juntos. Es natural pues
que por esta coyuntura la más próxima y dolorosa comenzara la reconsideración
histórica. Por otra parte, la Colonia ha sido ya vindicada por Vicente D.
Sierra, entre otros. Mayo debe ser objeto del mismo estudio completo; y
entonces la historia argentina se convertirá en un tema digno de ser enseñado
en las escuelas; y los pobres chicos no sufrirán una especie de embotamiento
mental, que los expone al morbo del «macaneo», desde los siete años.
La gente se admira de la
cantidad extraordinaria de poetas (malos) y de historiadores (malos y buenos)
que pululan en estos reinos; y la escasez de teólogos, moralistas, filósofos,
humanistas, publicistas, críticos, etcétera. La abundancia de poetastros
explicaremos otro día; pero la de «historiadores» es obvia: es que entre
nosotros la historia es teología; queremos decir, que por medio de ella se
debaten aquí los problemas superiores (incluso antes de resolver los
inferiores, que son los estrictamente históricos), comenzando por los políticos
y acabando por los teológicos, conforme a la idiosincrasia hispana, que es
teológica. La teología se hace aquí en forma implícita; los artículos de la Revista
de Teología acerca de la Transubstanciación, el Paráclito y el Sursum Corda
no son teología propiamente, sino remasco; la teología más real se halla
implícita en otras partes, incluso en algunos novelistas; lo cual es propio de
una cultura por una parte muy adelantada (problemas teológicos), que por otra
parte ha sufrido una interrupción y regreso al embrión total, a la manera de la
famosa Ascidia Clavellina de Hans Driesch Ph. D.
Así que hay dos Mayos, hay dos
tendencias implícitas inconciliables ya el 25 de Mayo de 1810, helas. «Aquí
el fiero opresor de la patria / su cerviz orgullosa dobló…». No existía
entonces sino en aspiración la Patria. Se ha dicho con bastante razón que la Independencia
no fue sino «una guerra civil entre españoles»; pero detrás de esa guerra local
existía un fermento internacional. «El fiero opresor de la patria»… más bien que
los modestos funcionarios locales de Carlos III y Fernando VII (si bien
bastante abusadores en ese entonces) eran en realidad los españoles y criollos
afrancesados y anglicados del «iluminismo» (que Menéndez y Pelayo llama con
ferocidad «viles ministros de la impiedad francesa»), mucho más distantes del
genuino ser nacional que los otros; lo cual explica la actitud defensiva
instintiva del clero católico de ese tiempo… y del actual.
San Martín alcanzó la victoria
para la naciente patria en la «guerra civil»; y Rosas fue el victorioso de la
guerra extranjera que la siguió, de la cual habla una copla salteña
contemporánea: «Nuestra vida y nuestros bienes / No los contamos seguros /
Porque en trabajos y apuros / A cada instante nos tienen / Las comisiones que
vienen / Todas con crueldad nos tratan / Vacas, caballos y plata / Todo nos
quieren quitar / No nos dejan trabajar / Y vienen gritando: ¡Patria!»…
(1811).
De hecho, Rosas fue vencedor en
una pequeña guerra internacional, y fue vencido en otra: intervenciones
externas injertas en la guerra ideológica que desde Mayo hasta nuestros días no
ha cesado.
Por eso el libro de Ibarguren,
que muestra con gran nitidez las causales de la «Revolución de Mayo», y con
ellas las líneas de fuerza de toda la historia argentina, es de gran
actualidad; causales que los actuales momentos han hecho aflorar con gran
fuerza y claridad, como vemos, deploramos y… celebramos. La Argentina no está
aislada en el mundo, no lo estuvo nunca ni puede estarlo; y el proceso secular
de la Revolución Antitradición que comenzó en Europa con el estallido de la Reforma
Protestante, así se manifestó entre nosotros, en forma de «progresismo» versus
españolismo (y criollismo); y así continuó hasta hoy trabajando nuestra
historia, paralelamente a la de Europa.
Nos culpan de que «introducimos
división entre los argentinos» por el hecho de que PERCIBIMOS que hay división
entre los argentinos (cosa que quien HOY no perciba es más legañoso que el
viejo Cintes) a la manera de un enfermo que culpase al microscopio de que «introduce»
en sus esputos el bacilo de Koch. Nosotros introducimos lo único que es capaz
de vencer la secular división de los argentinos; que no es sino el odio a la
mentira y a la mistificación, modestamente hablando, el amor a la verdad.
YO NO SOY de Caseros, aunque
viva en esa calle; pero confieso que SOY de Mayo. Ahora bien, ¿de qué Mayo?
* Prólogo al libro «Así fue Mayo», de
Federico Ibarguren – Ed. Theoría, Buenos Aires, 1966. Este prólogo ha sido
incluido en el excelente trabajo de Omar González Céspedes: el libro «Los
papeles de Leonardo Castellani – Recopilación de sus prólogos y epílogos a
terceros».
blogdeciamosayer@gmail.com
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