«Naturaleza, orden político y servicio a la Patria» (I) - Héctor Hernández (1943-2021)

Ha muerto Héctor Hernández. Católico íntegro y patriota cabal, bien le cuadran los versos del poeta: «Amar la Patria es el amor primero / y es el postrero amor después de Dios; / y si es crucificado y verdadero, / ya son un solo amor, ya no son dos...». Porque su amor por la Iglesia y por la Patria fue realmente crucificado y doliente. Vayan pues en su memoria, y sirvan de homenaje, estas sabias enseñanzas que nos legó precisamente sobre esos dos grandes amores suyos, Dios y Patria. Y que por su extensión publicaremos en dos partes.    

    De entre los muchos aspectos posibles de desarrollo dentro del tema que se me ha asignado en este simposio[1], elijo hacer unas breves reflexiones centradas en esta tesis: «el orden natural de la praxis política exige la orientación de ella al bien de la Patria».

Noción y especies de orden
  El orden ha sido definido como la disposición conveniente de una pluralidad. Podemos hablar de una casa ordenada, de una exposición ordenada, de un Estado ordenado, de un hombre ordenado, según que los distintos elementos de la casa, de la exposición, del Estado, o las partes del hombre o su actividad («pluralidad»), se ubiquen o se dispongan convenientemente («relación a» o «con»), esto es, se relacionen debidamente (según el criterio ordenador). Se nos han aparecido, entonces, los elementos del orden: pluralidad, relación, criterio ordenador. Elementos que se darán sea en los órdenes estéticos (v. gr. una biblioteca o conjunto de libros, que están allí, ordenados o no) o prácticos (v. gr. una orquesta que ejecuta ordenadamente sólo si cada instrumento entra en su tiempo justo, con la fuerza justa, para que del orden de la actividad de los instrumentistas resulte una bella ejecución).

Orden político
    Una especie de orden es el orden político, que es no un orden que el hombre meramente contemple sino que él construye, o sea que es un orden práctico. Los ciudadanos integran ese orden en concreto; ellos actúan relacionados en pos del fin. Para el estudio del orden político se requiere tematizar el fin, las normas, las actividades, los sujetos, los políticos.

Orden político y libertad
    El orden político radica principalmente en la praxis política articulada según las normas y en pos del fin o los fines, que es praxis humana, o sea, libre. El orden político es, en cierto sentido «un orden de libertades».

Orden político y naturaleza
    La naturaleza del hombre es la de un ente libre. La libertad, siendo posibilidad de elección, le ha sido dada al hombre. Y, claro está, el hombre es libre pero no es libertad: hay muchos aspectos no libres en el hombre.
    La «naturaleza»; que acabo de evocar, es entendida entonces en una de sus acepciones: como «lo-dado».
    Pero en la naturaleza, así como «hay la libertad» (lo dado), hay exigencias a fines perfectivos que no son cualesquiera fines que el hombre se proponga. La perfección del hombre no se logra andando u obrando de cualquier manera sino ajustándose a ciertas normas que lo conducen a los fines. A los fines rectos, que no son cualquier fin. Aparece aquí otro aspecto de «natural», como lo dado sí pero como el fin-dado o, mejor, como fin natural debido, que en el orden político es la paz entendida en el rico sentido agustiniano, o el bien común político. No puede, entonces, moralmente el hombre, por una exigencia de su naturaleza, establecer cualquier fin a la polis sino el verdadero.
    La tarea política es cultural en el sentido de que es un cierto «cultivo» a partir de lo dado.

Naturaleza y Patria
    Y entre eso dado al hombre está, ante todo, su parte material, en la que coincide de algún modo con la naturaleza física, y de algún modo con los demás animales. De ahí que el hombre, espíritu-en-la-materia, espíritu encarnado, esté relacionado constitutivamente con la naturaleza material, con la naturaleza como lo opuesto al espíritu. Incluso, en ese sentido, necesita comer y, entre otras cosas, habitar un lugar geográfico determinado. La actividad política se asienta necesariamente en un territorio, que es desde luego algo material.
  Su condición espiritual, sin embargo, hace que la vinculación con el territorio sea la del conocimiento y la del dominio, y, por su estructura sensible, la del sentimiento.
    El hombre no nace nunca «de fojas 0»; en bella fórmula de Maurras que no hace sino evocar el tratado tomista de la piedad, nace deudor. Y las primeras deudas se manifiestan con los padres, de los cuales proviene, y con la comunidad en que nació.
    La comunidad en la que nació, asentada en el territorio, no es, claro está, la-tierra-material, pero se asienta en la-tierra-material. Pues esa comunidad se configura según la tierra, tomando aquí a «tierra» en un sentido más amplio, como el conjunto de elementos materiales en que el hombre se desenvuelve. Y un aspecto de la relación hombre-tierra y comunidad-tierra es la que aparece en la noción de «tierra de los padres», la tierra-materia-en-la-que-están-los-huesos-de-los-padres. De ahí la primera noción de Patria. Un aspecto del «descubrimiento de la naturaleza» (tema de este simposio) en el orden político, es el «descubrimiento de la patria» como tierra de los padres (Cicerón), como algo dado.
   Es por nuestra naturaleza material que los nombres que designan realidades espirituales son tomados de las materiales. Así, inteligir es «intus» «legere», leer dentro. En el mismo sentido, Patria es, primariamente, «tierra de los padres». Pero los padres, los ascendientes, los muertos, han hecho una historia, elaborado un lenguaje, constituido unas costumbres, una cultura y una tradición; ellos nos hacen un legado. Ese patrimonio espiritual es también la Patria. Es algo que cada uno de nosotros lleva consigo desde que nace, que es como una segunda naturaleza.
    Pero algo dado dirigido a entes libres que advierten en la Patria exigencias a cumplir en ejercicio de su libertad, mandatos, normas.
    La Patria está constituida ya, de algún modo, por los antepasados. Pero también por los que hoy se incorporan a ella y en ella tienen una tarea, una praxis política, que realizar.
   Esa praxis política tiene exigencias determinadas que son universales, para todos los hombres. Pero que cada hombre las realiza no en forma universal y abstracta, sino concretamente y teniendo en cuenta las circunstancias concretísimas. Porque la Patria concreta de cada hombre, que es dada y que normalmente no se elige, en eso que tiene de dado contiene exigencias concretas a realizar, contiene mandatos, contiene un legado con mandas muy fuertes, contiene exigencias finalísticas.

Patriotismo
     El patriotismo es, sí, un natural sentimiento del hombre. Sentimiento que puede hacerle llorar ante su bandera. Aquí aparece el patriotismo como «lo espontáneo» (José Antonio)[2], pero está también «el patriotismo de lo difícil» (ibídem), pues si el corazón tiene sus razones que la razón no entiende, «también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón» (ibídem). Hay un amor de la patria que tomísticamente ubicaríamos como amor-pasión, «muy dulce, como un dulce vino» (de nuevo J.A.) pero que si no se regula por un «patriotismo superior» (agregamos nosotros), «tiende a disolverse» (J.A.). Ese «amor superior», que llamamos nosotros, es el «amor a la Patria como empresa», a la Patria «como destino». Tenemos, aquí, una cierta conjunción de los aspectos dados y a construir, y, a la vez, de los elementos sensibles y los intelectuales. Y esos elementos intelectuales que no son necesariamente discursivos o de «conocimiento frío», sino «connaturales», que nos hacen «sentir la Patria», como enseña Castellani que la sentía Lugones: «el primero de todos en la Argentina sentía la Argentina D. Leopoldo Lugones. No sólo la Argentina paleontológica y aparente, pero la otra; la viva, la en marcha, la nueva Argentina»[3].
    La acentuación del «patriotismo superior» no es otra cosa que la piedad, o sea algo muy superior al sentimiento, una virtud, que es siempre el sometimiento del hombre al orden de la razón.

Continuará...

* En «Revista Gladius» Año 2 - N°4, Navidad de 1985.

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[1] Texto de la ponencia presentada al Simposio sobre «El descubrimiento del orden», desarrollada los días 5 y 6 de noviembre de 1984 organizados por OIKOS en Buenos Aires.
[2] Se refiere el autor al magnífico texto de José Antonio Primo de Rivera titulado «La gaita y la lira» el cual hace un tiempo hemos publicado en este blog y puede verse Aquí (N. de «Decíamos ayer...»).
[3] En «Sentir la Argentina», en «Leonardo Castellani, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino», T°VIII, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1976, pp. 108-117. (Nota de «Decíamos ayer...»).

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