«El enemigo más implacable de San Martín» - Jordán Bruno Genta (1909-1974)
En un nuevo aniversario del asesinato de Jordán Bruno Genta, vayan estas líneas en su memoria y como homenaje a su inclaudicable lucha por la verdad histórica de la Patria.
Mitre nos ha hecho creer durante generaciones que Don Bernardino Rivadavia fue el primer presidente de la República y «el hombre civil más grande de la historia argentina».
Fuera del dinero poco sabemos de
los grandes amores de Rivadavia; pero de sus odios rencorosos e inextinguibles,
es conocido el que sentía hacia el general San Martín:
«Ya habrá usted sabido la
renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa, y sólo ha
contribuido a dividir los ánimos; él me ha hecho una guerra de zapa, sin otro
objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro
objeto que el de establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus
groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como éste al frente
de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual
guerra contra el Brasil, y por el convencimiento en que estaba de que hubieran
sido despreciados; con el cambio de administración he creído de mi deber el
hacerlo...» (Carta de San Martín a O'Higgins, fechada en Bruselas, en
octubre 20 de 1827).
«...Por otra parte, los
autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta
los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al
resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan
despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las
precauciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario
enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado». (Carta
de San Martín a O'Higgins, Montevideo, 13 de abril de 1829).
A lo largo de su vida pública,
Rivadavia persiguió con la misma saña, a la Religión Católica como a todo lo
que tenía un sentido nacional. Antes de que San Martín regresara a la Patria
para servir a la causa de su independencia política, Belgrano fue el blanco de
sus enconados ataques.
«Rivadavia entra en la
política argentina en septiembre de 1811, como secretario del Triunvirato... Los
asuntos de la guerra se pusieron especialmente en sus manos.
Sabido es que los soldados de
la naciente Patria, en los primeros dos años de la guerra de la Independencia, no
usaban otra bandera que la española.
Nombrado Belgrano general del
ejército del Alto Perú, que en el año 11 había comenzado con poca suerte su
campaña en el norte del país, marchó enfermo y desalentado a asumir el mando.
Llevaba orden terminante de abandonar a los realistas la región del norte y no
librar batalla, para no perder los restos de aquel ejército, de antemano
condenado a la derrota.
Al pasar por Rosario... Belgrano comprendió el contrasentido de usar la misma bandera que sus enemigos...
Creó la azul y blanca que había de ser para siempre la nuestra y la enarboló en
una batería en la costa del río Paraná y la hizo aclamar por la pequeña tropa
que lo acompañaba» (H. Wast).
Rivadavia ordenó al general en
severísima nota, que arriara el pabellón argentino y enarbolase la bandera
española usada hasta, entonces.
Belgrano le desobedeció, agrega Hugo Wast, y siguió
su viaje al norte a ponerse al frente del llamado Ejército Auxiliar del Alto
Perú. Rivadavia comunicó a Belgrano con la mayor urgencia (septiembre de 1812),
que debía regresar a Buenos Aires, trayéndose al ejército y abandonando sin
defensa las provincias norteñas al invasor, que avanzaba sobre Tucumán.
Belgrano volvió a desobedecer y
merced a estas dos desobediencias, el ejército argentino combatió bajo la
bandera azul y blanca y obtuvo los dos mayores triunfos de la Independencia en
tierra argentina: Tucumán y Salta.
San Martín fue, después de
Belgrano, víctima de los furores de Rivadavia en su segunda y más funesta reaparición
en la vida pública. Su destierro de la Patria en 1823, cuya soberanía había
fundado con su espada victoriosa, fue obra del siniestro personaje que la
historia falsificada levanta como el más grande de los hombres civiles.
Rivadavia fue el difamador de
San Martín, lo mismo en tierra argentina que en Europa. Prevalido de su
posición en el gobierno de Buenos Aires, lo siguió con su odio a todas partes.
Frente a la grandeza, no hay otra alternativa que la admiración o la envidia. Rivadavia no pudo soportar la presencia de ninguna grandeza, ni divina ni humana. Se volvió contra la grandeza de la Roma de Pedro, de la unidad y de la jerarquía, pretendiendo fundar una iglesia nacional con sus reformas liberales. Ordenó arriar la bandera azul y blanca porque nunca se sintió argentino y no tuvo el sentido de la grandeza nacional. Desde la función pública se dedicó a trabar y perseguir a los grandes de la Patria naciente, como Belgrano y San Martín. Y finalmente repudió al suelo que lo vio nacer, prohibiendo en su testamento que sus restos fueran traídos a Buenos Aires.
Pero tiene un sepulcro
monumental en la Plaza Miserere, sin la Cruz de Cristo porque es de inspiración
masónica como su vida y sus hechos públicos. La principal avenida de Buenos
Aires lleva su nombre, lo mismo que una de las fundaciones de la Gran Logia de
la Masonería Argentina.
Los restos de Juan Manuel de Rosas, a quien San Martín legó su sable de Libertador de América, continúan sepultados en tierra extranjera[1]. El procerato de Rivadavia, como el de Moreno y Sarmiento, es una imposición de la masonería. Se comprende fácilmente el grado de deformación que viene sufriendo la conciencia histórica de los argentinos.
No podrá existir una política
auténticamente nacional, mientras no sea restablecida la Patria en su historia
verdadera; esto es, mientras los enemigos de la Iglesia de Cristo, de las
tradiciones legítimas y de la grandeza nacional, sean reconocidos y honrados como
sus próceres, como los modelos que deben ser admirados e imitados por las
generaciones argentinas.
Una vez depurada de errores y
falsedades, de ídolos y falsificaciones, veremos recuperar su justa proporción
a los hombres y a los acontecimientos. Y la Patria restaurada en su ser,
devuelta a la verdad de su pasado egregio, se proyectará hacia la grandeza de
su destino histórico. No puede haber un cambio en la esperanza argentina sin el
recuerdo del pasado verdadero, de lo que realmente hemos amado y servido en el
origen.
Sobre las ruinas acumuladas por
la regulación masónica de la política a partir de Caseros, debemos instaurar
todas las cosas de la Patria y la Patria misma, en Cristo, Nuestro Señor: Instaurare
omnia in Christo.
[1]
Como es sabido los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas fueron
repatriados a su tierra natal el 30 de septiembre de 1989, 24 años después de
escrito el libro cuyo fragmento aquí reproducimos (Nota de «Decíamos
ayer...»).
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