Otra «Carta al Padre Caron» - San Carlos de Foucauld (1858-1916)
Hoy, junto con otros, ha sido canonizado el P. Carlos de Foucauld. He aquí otra carta suya[1] donde se aprecia claramente su intenso amor a las almas y su obstinado empeño en la conversión de los infieles a la verdadera Fe, deber evangelizador hoy tan subestimado...
Tamanrasset, 11 de marzo 1909
Desde hace mucho tiempo,
perseguido por la idea del abandono espiritual de tantos infieles, y en
particular del de los musulmanes e infieles de nuestras colonias, viendo, al
mismo tiempo, el amor por los bienes materiales y la vanidad invadir cada vez
más al pueblo cristiano, he puesto sobre el papel, después de mi último retiro,
hace un año, un proyecto de asociación católica, teniendo el triple fin de
llevar a los cristianos a una vida de acuerdo con la del Evangelio, presentando
como modelo a Aquel que es el Modelo Único; de desarrollar entre ellos el amor de
la Santa Eucaristía, que es el bien infinito y nuestro Todo, y provocar entre
ellos un movimiento eficaz para la conversión de los infieles, y especialmente
para el cumplimiento del deber estricto que todo pueblo cristiano tiene de dar
educación cristiana a los infieles de sus colonias.
No solamente por medio de dones
materiales es como se debe trabajar por la conversión de los infieles, sino
provocando el establecimiento entre ellos, a título de cultivadores, de
colonos, comerciantes, artesanos, propietarios, etc., de excelentes cristianos
de todas las condiciones, destinados a ser preciosos apoyos para los
misioneros, a atraer por medio del ejemplo, la bondad y el contacto, a los infieles
a la fe y a ser los núcleos a los cuales puedan agregarse uno a uno los
infieles a la medida que se conviertan. La Cofradía, con la intensidad de vida
cristiana que debe desarrollar y el deber de convertir infieles, que debe
ponerse continuamente ante los ojos, es apropiada también para multiplicar las
vocaciones de sacerdotes, religiosos y religiosas misioneros. De buenos
cristianos viviendo en el mundo, la Cofradía hará una especie de misioneros
laicos; ella los llevará a expatriarse para ser misioneros laicos entre las
ovejas más perdidas, mostrándolas cómo la conversión de ellas es un deber para
los pueblos católicos y cómo es hermoso y cristiano consagrar su vida a ellas.
Los deberes de los hermanos y
hermanas que no son sacerdotes ni religiosos hacia los infieles son tanto más
graves cuanto ellos hacen a menudo más que los sacerdotes, religiosos y
religiosas. Mejor que ellos pueden entrar en relaciones, ligar lazos de
amistad, mezclarse y tomar contacto entre ellos. Como los infieles sienten una
repulsión contra los cristianos, cuando tienen una religión que les inspira una
fe profunda, los sacerdotes, religiosos y religiosas, les causan desconfianza;
frecuentemente a los sacerdotes y religiosos les faltan puntos de contacto,
ocasión de ponerse en relación con los infieles; además, la prudencia y las
reglas de sus Institutos les estorban algunas veces para sobrepasar ciertos
límites de intimidad, penetrar en el hogar familiar, entrar en relaciones
estrechas. Aquellos que viven en el mundo tienen a menudo, al contrario,
grandes facilidades para entrar en estrechas relaciones con los infieles. Sus
ocupaciones, administración, agricultura, comercio, trabajo, cualquiera que
sea, les ponen, si quieren, en cualquier momento en relación. De estas relaciones,
con la ayuda de la caridad, de la suavidad del trato que practiquen, pueden, si
quieren, hacer nacer verdaderas amistades, dándoles acceso a los hogares y a
las familias más cerradas. El trabajo de los hermanos y hermanas que no son ni
sacerdotes ni religiosos no es instruir a los infieles en la religión cristiana
ni acabar su conversión; sino de prepararla haciéndose querer por ellos,
haciendo caer los prejuicios por la visión de su vida, haciéndoles conocer, por
sus actos mejor que por las palabras, la moral cristiana; de disponerlos
ganando su confianza, su afecto, su amistosa familiaridad; de tal manera, que
los misioneros encuentren un terreno preparado, almas bien dispuestas, yendo
ellas mismas a ellos, y a las cuales pueden dirigirse sin obstáculos.
Es a los fieles de los países
cristianos a los que incumbe el deber de la evangelización de los infieles...
Cualquier retardo, cualquiera frialdad por su parte en el cumplimiento de un
deber tan grave, puesto que se trata de la salvación de tantas almas, y tan
urgente, puesto que cada día la muerte se lleva muchos delante del Tribunal
supremo, es una responsabilidad de la cual cada uno tiene una parte
proporcional. El tiempo se nos ha dado para santificarnos y santificar a los
demás, y no para ser inútiles y malos; grave es la advertencia de Jesús: «Será
pedida cuenta en el último día de toda palabra inútil». Si Dios permite que
algunos conserven riquezas, en lugar de volverse pobres materialmente, como lo hizo
Jesús, es para que ellos se sirvan de este depósito que Él les ha confiado,
como a servidores fieles, según la voluntad del Dueño, para hacer a los demás
los beneficios espirituales y temporales, dar recursos materiales allí donde
son necesarios para el cumplimiento de los bienes espirituales. Ellos deberán
dar cuenta del bien que habrían hecho y que no han hecho. De qué manera, en el
Santo Evangelio, Jesús nos lo dice y repite: «Amaos los unos a los otros...;
haced a los demás lo que quisierais que se os hiciese...; amad a vuestro
prójimo como a vosotros mismos...». Si después de estas frases, tan
frecuentemente leídas, oídas y meditadas, los fieles, y sobre todo los
sacerdotes, los religiosos y las religiosas entregados a las almas que están
cerca de ellos son negligentes y abandonan a aquellas que están más alejadas, y
de las cuales las necesidades son tan grandes y el peligro tan extremo, qué
reproches no tendrán que tener por una omisión tan grave por parte de Aquel que
ha dicho: «Cada vez que no lo habéis hecho a uno de estos pequeñuelos es a Mí a
quien no se lo habéis hecho». Más que nunca, en el siglo XX, la evangelización de
los pueblos infieles se ha convertido en un deber estricto para los pueblos
cristianos. Otras veces, la ignorancia de los lugares habitados por ellos, lo
largo de los viajes y la dificultad de las comunicaciones, la imposibilidad de
entrar en relaciones con poblaciones fanáticas o salvajes, expulsando o
martirizando a cualquier misionero, frecuentemente a cualquier europeo, eran
otros tantos motivos de excusa, retardando la evangelización. Hoy estas excusas
no existen. Los viajes, los más largos, se han convertido en cortos y fáciles.
Los pueblos infieles están en su
mayor parte sometidos a los europeos, y a los demás les han forzado a
respetarlos. Sobre todos los puntos del globo donde hay infieles, el contacto
existe entre ellos y los europeos, y allí donde un misionero quiere ir puede
hacerlo; no lo puede hacer siempre llamándose abiertamente misionero, pero
puede hacerlo en todo momento, disimulando lo que es, bajo apariencias de
comercio, agricultura u otras...
La patria es la extensión de la
familia; Dios, poniendo en nuestra vida las personas de nuestra familia más
cerca de nosotros que las demás, nos ha dado deberes especiales para con ellas;
de una manera más amplia ocurre lo mismo con los compatriotas, y, por
consiguiente, con las de las colonias de la patria, que forman parte de la gran
familia nacional. Este motivo incontestable y fortísimo es el primero por el
cual debemos trabajar particularmente por la conversión de los infieles de las
colonias de nuestra patria. Otra razón se añade, y es que si somos negligentes
hay el temor que sean totalmente abandonados. Por la misma razón que pertenecen
a nuestra patria, los cristianos de otros países no se ocuparán, dejándonos a
nosotros la carga. La conversión de los infieles es frecuentemente muy difícil.
Lo es sobre todo cuando el gobierno local pone obstáculos y es adversario de la
religión católica. Esto no debe desanimar; al contrario, esto debe hacer trabajar
con más ardor; los obstáculos demuestran que el éxito pide un mayor esfuerzo...
Cualesquiera que sean los ínfleles de las colonias de su patria, no serán más
difíciles de convertir que los romanos y los bárbaros de los primeros siglos
del cristianismo; por muy opuesto que pueda ser a la Iglesia el gobierno de su
país, no lo será más que Nerón y sus sucesores. Que los hermanos y hermanas
tengan el mismo celo por las almas, las mismas virtudes que los cristianos de
los primeros siglos, y ellos harán las mismas obras. Lo harán como ellos,
escondidos, disimulados, a ocultas, lo que no puedan hacer abiertamente. El
amor hará encontrar los medios, y Jesús hará eficaces los esfuerzos que
inspira. Digamos de nuevo: «Es necesario no medir nuestros trabajos según
nuestra debilidad, sino nuestros esfuerzos en los trabajos». Si las
dificultades son grandes, apresurémonos tanto más a ponernos a la obra y
multipliquemos más nuestros esfuerzos.
* En «Escritos Espirituales», 5ª edición, Editorial Herder – Barcelona – 1988, pp. 220-225.
[1] Con anterioridad –el 4 de diciembre de 2019– hemos publicado otra carta de Carlos de Foucauld, dirigida también al P. Caron, la cual se puede ver aquí. Asimismo, hemos publicado también un artículo de Santiago de Estrada sobre la vida del santo (ver aquí) (Nota de «Decíamos ayer...»).
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