«Signos de los tiempos» - Guillermo Gueydan de Roussel (1908-1996)
Es ciertamente probable que la
Pasión del Cuerpo Místico de Cristo bajo el reino del Anticristo, será muy
similar a la del Salvador, de igual manera que la historia del fin del mundo ha
sido estrechamente ligada en el Evangelio a la ruina y destrucción de Jerusalén.
Los principales actores de esta nueva pasión están ya en sus puestos: el gran
prelado, símbolo de la filosofía y de la duda; Pilatos, el liberal indiferente;
Judas, el apóstol traidor; los demás apóstoles, dormidos por sueños utópicos y
o bien mezclados a la multitud para pasar inadvertidos; los judíos
nacionalistas que sueñan con un reino temporal; los sabios fariseos que tienen
en su poder la llave de la ciencia y todo lo explican por causas naturales; los
herodianos, reunidos en sociedades secretas y teniendo en todas partes espías;
los saduceos materialistas, que niegan la resurrección de la carne; la
muchedumbre amenazadora, que hace oír sin cesar su voz; la soldadesca que ríe;
los santos que guardan piadosamente la imagen de Cristo y aquellos que le
ayudaron a llevar la Cruz; en fin, el Cristo simbolizado por las Iglesias
despojadas de sus ornamentos como de un vestido y terriblemente mutiladas por
el arte moderno. La misma Virgen, que no aparece durante el lapso de la vida de
Nuestro Señor, desde las bodas de Caná hasta la víspera de su Pasión, también
está allí cerca de su Cuerpo Místico: en la Salette, en Lourdes, en Fátima...
Ella tiene la corona de doce estrellas de la Mujer del Apocalipsis; Ella está
triste como en el Calvario, y, repitiendo el gesto de Jesús en la Cruz, el
Concilio acaba de nombrarla Madre de la Iglesia.
Lamennais había presentido la
semejanza de sentido de las dos pasiones: «Después de mil ochocientos años de
combates y de triunfos, el Cristianismo corre la misma suerte que su Fundador»,
escribía en su notable Ensayo sobre la
indiferencia en materia religiosa (1823).
A medida que los años
transcurren el paralelo se torna cada vez más sorprendente. Durante las dos
pasiones: la de Cristo y la de su Cuerpo Místico, las únicas armas eficaces
son, como dice San Juan, la paciencia y la fe de los santos. Después de haber
trazado la historia de la Bestia, el autor de la Revelación secreta nos
exhorta, en efecto, a abrir nuestros oídos, y repite casi textualmente las
palabras de Nuestro Señor a San Pedro en el Huerto de los Olivos: «El que mata
por la espada por la espada morirá». Hoy día, la Cristiandad, siguiendo el
ejemplo de San Pedro, ha puesto la espada en la vaina. «Durante diecinueve
siglos, gracias a la fuerte organización de los Estados católicos, el pueblo
cristiano ha estado protegido contra el odio de su hermano; mas ahora,
habiéndose derrumbado dicha organización, el pueblo judío se volvió poderoso y
audaz, y avanza, avanza». Tal fue la confesión o la amenaza de dos judíos
conversos: los abates Lemann[1].
Los oráculos anunciadores de la
aproximación del fin del mundo son numerosos. Los últimos grandes profetas de
Occidente, Joseph de Maistre, de Bonald, Donoso Cortés y Luis Veuillot
coinciden unánimemente en afirmar que tenemos que «estar preparados para un
acontecimiento en el orden divino, hacia el cual vamos con rapidez vertiginosa»[2];
que «terminamos sin gloria y sin brillo»[3];
que «la sociedad europea muere»[4];
que «el mundo se precipita a esta apostasía, donde la tiranía será tal y su
seducción tan terrible que el Hijo del Hombre tendrá que abreviar la duración
para poder hallar fe sobre la tierra»[5].
En nuestros días, Fulton y Maritain tienen el presentimiento de que llegamos a
la fase final[6].
Después del retorno de los
judíos, no hubo acontecimiento alguno tan insistentemente anunciado por los
cristianos de todas las condiciones: sabios, filósofos e historiadores. Hasta
los que perdieron la fe, como Gobineau, lo han anunciado a su manera: «Las
manos rapaces del Destino se han posado ya sobre nosotros»[7].
Encontramos la misma preocupación en los antropólogos, como Sabater: «Yo, como
cristiano, estoy seguro que el despotismo ganará la supremacía, pues si el
Evangelio es verdadero, el Anticristo es el más grande déspota y parece
anunciarse por los demócratas franceses»[8].
Y más recientemente aún en Vacher de Lapouge, leemos: «La liquidación de la
vieja Europa comienza: el rematador está en su puesto, y empieza»[9].
Todo el siglo XIX ha resonado con profetas parecidos, sin citar la enorme
cantidad de seudoprofetas quejosos, enfermizos o anormales, cuyo lenguaje es
tan atormentado como sus conciencias; y que han tratado de compadecer al mundo
por sus confesiones, sus diarios o sus cuadernos íntimos.
El resultado de sus obras es ya
prueba contundente de su decadencia. Nuestros contemporáneos se equivocan
cuando imaginan que la raza espiritual es decadente, anormal. Los mártires, los
santos, los Padres de la Iglesia han sido todos hombres fuertes, como
Jesucristo, su Modelo, verdadero Hombre y verdadero Dios. Mas, ¿dónde está hoy
la raza espiritual? Será menester otro beso de Judas para denunciar al
Anticristo.
Este ensayo de filosofía
cristiana de la Historia, que evoca a grandes rasgos la lucha secular entre el
Espíritu y la Carne, sería inútil si se concretase a mostrar solamente los
éxitos vanos de los adversarios de la raza espiritual. Ad utilitatem datur Spiritus.
Sobre el Calvario, de cada lado de la Cruz del Salvador, fueron
crucificados dos criminales. El de la izquierda desafió a Cristo que salvará al
mundo; el de la derecha, proclamaba públicamente la divinidad y la realeza de
Jesús, con gran escándalo de los espectadores. Eran probablemente asesinos,
pero la Escritura los llama ladrones. Las naciones cristianas, ensangrentadas por
guerras fratricidas, son también ladrones. Son culpables de robo hacia la raza
espiritual, de la que se han apropiado furtivamente los vestidos, la forma y el
lenguaje, y aun el signo de la Cruz. Son también culpables de robo hacia la
raza carnal, de la que han tomado las concepciones materialistas y las armas. Y
helas aquí ahora atrapadas y condenadas a muerte. Ya han quebrado sus piernas
de arcilla, y su soberanía no es más que una vana palabra. Semejantes a
cadáveres roídos por gusanos, sus cuerpos no se mueven más que bajo el impulso
de las nuevas potencias internacionales. Como los ladrones crucificados, los
hombres, puestos en la encrucijada de los caminos, tienen que elegir su rey. Unos
se unirán a los asesinos del Señor para lanzarle un supremo desafío, edificando
la nueva torre de Babel, trono del Anticristo; otros, darán testimonio de la
divinidad y de la realeza de Jesucristo en esta unidad católica del pueblo de
Dios, a la que todos son llamados[10].
Hoy la humanidad entera está reunida sobre el Calvario, donde se librará la última batalla entre el Espíritu y la carne, y, como lo anunció el profeta Joel: Congregaré a todas las gentes y las llevaré al valle de Josafat.
* En «Revista Jauja», n° 33 – septiembre de 1969; y reproducida luego en «Verdad y Mitos», Ediciones Gladius, 1987, con prólogo de Antonio Caponnetto.
[1] La causa de los restos de Israel,
introducida en el Concilio Ecuménico Vaticano (1962)
[2] Veladas de San Petesburgo, Segunda Charla.
[3] Carta a José de Maistre, 1819.
[4] L’Eglise et la Révolution, 1849.
[5] Parfum de Rome, 1860.
[6] Años después de la aparición de este artículo, el P. Alfredo Sáenz, publicó, en 1996 (Ed. Gladius), un excelente libro sobre «El fin de los tiempos y seis autores modernos», en el cual destaca y analiza profundamente la «profecía esjatológica» en Dostoievski, Soloviev, Benson, Thibon, Pieper y Castellani. Y luego, en una edición posterior incorporó a su libro a Hugo Wast (Nota de «Decíamos Ayer...»).
[7] Essai sur l’inegalité des races humanines, 1853.
[8] Letre a Bombelles, 1794.
[9] L’Aryen, son role social, 1899.
[10] Constitución De ecclesia, p. 13.
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