«La Ceniza» - Romano Guardini (1885-1968)
Hoy, 1 de marzo, «Decíamos ayer...»
cumple cuatro años de existencia. Agradecemos pues a todos sus lectores y amigos que durante este tiempo han apoyado y alentado su continuidad. Y en las vísperas de un nuevo
tiempo de Cuaresma, reproducimos este pequeño pensamiento que –propicio para la ocasión– nos
ayudará a meditar en la caducidad de la vida terrena.
Lo que el fuego aquí en breves
instantes, lo hace de continuo el tiempo con todos los seres vivientes: con el
gracioso helecho, y el altivo gordolobo, y el pujante y vigoroso roble. Así con
la leve mariposa, como con la rauda golondrina. Con la ágil ardilla y el lento
ganado. Siempre la misma cosa, ya de súbito, ya con despacio; por herida,
enfermedad, fuego, hambre o cualquier otro medio, día ha de llegar en que se
vuelva ceniza toda esa vida floreciente.
Del cuerpo arrogante, un tenue
montoncito de ceniza. De los colores brillantes, polvo parduzco. De la vida rebosante
de calor y sensibilidad, tierra mísera e inerte; aun menos que tierra: ¡ceniza!
Tal será también nuestra suerte.
¡Cómo se estremece uno al fijar la vista en la fosa abierta y ver junto a
huesos descarnados una poca ceniza grisácea!
¡Acuérdate, hombre:
Polvo eres,
Y en polvo te has de convertir!
Memento homo
Quia pulvis es
Et in pulverem reverteris.
Todo ha de parar en ceniza. Mi
casa, mis vestidos, mis muebles y mi dinero; campos, prados, bosques. El perro
que me acompaña, y el ganado del establo. La mano con que escribo estas líneas,
y los ojos que las leen, y el cuerpo entero. Las personas que amé, y las que
odié, y las que temí. Cuanto en la tierra tuve por grande, y por pequeño, y
por despreciable: todo acabará en ceniza, ¡todo!...
* En «Los Signos Sagrados», Editorial Litúrgica Española S. A. – Barcelona, España – 2ª. Edición, 1965, pp.71-72.
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