«Palabras en el sepelio de Carlos Alberto Sacheri» - Juan Carlos Goyeneche (1913-1982)
Esa juventud no le impidió ser
un brillante intelectual ni gozar de gran nombradía como profesor de filosofía
tomista.
Desde sus comienzos como
estudiante en la Universidad de Laval –en Quebec– donde de discípulo del
eminente tomista Charles de Koninck pasó al egresar a ser su colaborador en la cátedra,
hasta su actuación en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica,
Sacheri no fue un mero repetidor sino que estableció vínculos de magisterio
directo, personal y moral sobre gran número de discípulos que reconocen con
orgullo que a él le deben su formación.
Yo, personalmente, cuando lo
visité en Canadá y tuve el honor de ser su huésped, pude comprobar la alta
estima que gozaba en la Universidad de Laval donde se le reconocía su versación
en el tomismo y su aptitud para aplicarlo a la vida.
Este espíritu de entrega se puso
de manifiesto en su generosidad para pronunciar conferencias y dictar cursillos
a todos aquellos que se lo pedían movidos por inquietudes religiosas o
intelectuales.
Sus dos libros: LA IGLESIA CLANDESTINA y
LA IGLESIA Y LO SOCIAL, son
prueba de su apostolado efectivo para denunciar las adulteraciones del
pensamiento católico, las cuales no han producido sus catastróficas
consecuencias en nuestro país, debido, sin duda alguna, a aquellas oportunas
precisiones, repetidas con incansable tenacidad, en innumerables conferencias
pronunciadas por toda la República.
Pero ello no le impidió a su
pluma estar presente con brillantez en una continua actividad periodística,
donde a través de artículos de solidez doctrinaria buscaba restablecer la
Cristiandad en el orden social y el primado de la inteligencia en el orden de
las ideas.
Y así desde su primer artículo
sobre Fray Mamerto Esquiú en la revista PRESENCIA, en
1955, como luego en VERBO, UNIVERSITAS, PREMISA, CABILDO, MIKAEL, se puede decir que
no existe publicación de pensamiento católico en el país donde su seguro
magisterio no haya contribuido con importantes aportes.
Las empresas superiores como
aquellas en las que se ve envuelta la defensa de la Patria o el santo nombre de
Dios requieren pureza en la acción y en el ímpetu que la genera.
Más que un intelectual de valía,
más que un profesor de brillantes dotes, Carlos Alberto Sacheri era un
verdadero apóstol.
Nosotros vivimos urgidos por el
tiempo y la prisa con que acontecen los hechos de esta Historia convulsa y
confusa que nos tiene por sus protagonistas. Sacheri conocía muy bien las
apremiantes exigencias del apostolado de un hoy tan lleno de Judas que
traicionan lo más sagrado y de Pilatos que se lavan las manos.
Sabía que el apóstol de hoy debe
trabajar por lograr apóstoles bien formados, intelectualmente claros, apóstoles
de vida profunda. Por eso en él el intelectual, el hombre de pensamiento rico,
no se agotaba en frías exposiciones escolásticas, sino que sus alumnos eran
llevados por su ejemplo y su consejo a fortalecer su vida interior haciéndolos
participar especialmente de ejercicios espirituales para que la actividad
externa no llegara de modo alguno a debilitar la vida interior que, en última
instancia, es la que nutre de energía al combatiente y le descubre la belleza
de una total entrega y de una inmolación cada vez más profunda.
Cuando el apóstol es dócil y
fiel a la gracia, Dios lo purifica, lo afina, y lo prepara para una muerte
feliz. Parecería, quizás, esta afirmación inoportuna o aventurada en el caso
que hoy nos congrega aquí.
Pero ¿puede el cristiano –me pregunto–
aspirar a muerte más consoladora que morir por la verdad de Cristo?
¿Hay acaso una muerte más
envidiable que la del que cae luchando por el honor de Dios?
Por eso, ¡infelices asesinos!:
Han querido suprimir un jefe, y nos entregan, erguido, como una bandera de
lucha, como un lábaro orientador, a un formidable ejemplo de coherencia entre
ideales y conducta que será semilla de jóvenes esforzados y de paladines del
mañana.
Toda esa dilatada juventud que
en nuestro país se siente tentada por el desaliento ante el inacabable desfile
oficial de pícaros, granujas, logreros y mediocres tiene hoy, gracias a la
ceguera de los que matan por la espalda, en el ejemplo de fidelidad a sus
ideales del profesor Jordán Bruno Genta –ayer–, y hoy en nuestro entrañable
amigo Carlos Alberto Sacheri, guiones a los que seguir y conductas a imitar.
Ningún joven, pues, tiene ya
derecho a mirar con desesperanza a su alrededor o a lamentarse de su soledad o
de la falta de maestros. Porque ya los tiene, para siempre, cubiertos de
sangre.
Maestros que supieron dar una
impresionante lección práctica, su última y mejor lección, con sus muertes
ejemplares.
Por eso debe haber serena
alegría en nuestros corazones –tranquila paz–, como hay gozo en el cielo,
porque las tinieblas se disipan y se distinguen los bandos: uno, que agrupa a
las sectas donde se deprecia a la Patria, se niega nuestra tradición y se odia
a Dios; el otro, que une a los que no temen el riesgo ni se niegan al esfuerzo,
si son requeridos para dar un testimonio –es decir, para ser mártires– por los
más altos ideales que pueda el hombre tener: la Patria donde vio la luz y Dios
que le dio el ser.
Como sospecho, con fundamento,
que habrá aquí más de un enviado por las fuerzas asesinas para ver si la muerte
de este hombre justo que fue Carlos Alberto Sacheri nos ha dolido, a ellos me
dirijo para decirles: Pues bien, sí, nos ha dolido... y mucho. Pero no con el
dolor de bestia herida, sin esperanza y sin fe con que ustedes reciben el
sufrimiento.
El nuestro quiere ser un dolor
cristiano, trascendente, operante, creador. Sin proyectos de venganza. Porque la
venganza sacia el rencor pero debilita el ánimo. Ese ánimo que debemos tener
vigoroso y libre y dispuesto para la lucha.
¡Cuánto más se podría decir de
ti, intachable Carlos Alberto Sacheri, si nos animáramos a echar una mirada en
tu vida de hogar! Esposo sin tacha y padre ejemplar. Les has dejado a los tuyos
una herencia espiritual de valor incalculable expresada por tu sangre generosa
que bañó a tu mujer y a tus siete hijos cuando los cobardes te dieron muerte al
volver de la iglesia donde diariamente te unías a Dios.
¡Cuánto grande se podría decir de ti, si reparásemos en tus actitudes de ciudadano responsable y de argentino fiel a su Patria! Pero es difícil seguir porque se me nubla la vista.
Carlos Alberto Sacheri, cristiano fiel, patriota ejemplar, amigo sin doblez: Descansa en paz. Y pídele a Dios para nosotros que nos prive del descanso temporal, si no salimos de aquí resueltos a vivir a la altura de tu extraordinario ejemplo.
* En «Juan Carlos Goyeneche», Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, T° IX – Ediciones Dictio – 1976, pp. 584-587.
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