«El error fundamental del progresismo» - P. Julio Meinvielle (1905-1973)
A1 rechazar los progresistas la
civilización cristiana, rechazan los derechos de la Realeza de Cristo sobre el
orden temporal de la vida pública; es decir, sobre las familias, los grupos
sociales, los sindicatos, las empresas, las naciones y el mundo internacional. Derecho
de la Realeza de Cristo, a que el orden temporal se conforme a las enseñanzas y
a la legislación de la enseñanza cristiana. El progresismo rechaza el orden
social público cristiano y lo tacha de catolicismo constantiniano, gregoriano,
sociológico, a fin de presentarle con un aspecto odioso. No faltan sacerdotes,
como el dominico Liégé, que afirman que trabajar para el orden social cristiano,
para la civilización cristiana, es hacer obra más negativa y nefasta que el
mismo comunismo.
A1 rechazar la necesidad de
trabajar para la implantación de un orden social cristiano, los progresistas
vense obligados a aceptar la ciudad laicista, liberal, socialista o comunista,
de la civilización moderna. Aquí radica el verdadero error y desviación del
progresismo cristiano, en buscar la alianza de la Iglesia con el mundo moderno.
Al calificar de mundo moderno, no hacemos calificación de tiempo, sino una
calificación de la naturaleza de la sociedad moderna, y sobre todo del espíritu
de dicha sociedad. La sociedad moderna, que comienza en el Renacimiento y se
continúa con el naturalismo, el liberalismo, el socialismo y el comunismo de la
vida pública, es una sociedad que tiende a rechazar a Dios y a hacer del hombre
un dios que con su esfuerzo creador va a lograr su destino y su felicidad. Por ello,
como veremos más adelante, el humanismo que comienza en el Renacimiento,
termina con el comunismo, en que el hombre se constituye en el creador
exclusivo de su propio destino, que no sólo no necesita de Dios sino a quien
Dios le estorba y le molesta, por cuanto la creencia en Dios le mueve a no
poner en sí mismo el esfuerzo de su obra creadora. Por ello para Marx la religión
es una alienación que disminuye al hombre.
Esta alianza de la Iglesia con
el mundo moderno que promueve el cristianismo progresista, le lleva a dar
categoría de ciencias supremas, a la psicología y a la sociología; a la
psicología que analiza y dirige los condicionamientos internos del hombre; y a
la sociología que dirige y conduce los condicionamientos externos. El hombre
así alejado del orden social cristiano, trabaja en el orden laicista de la psicología
bajo la influencia de Freud; y en la sociología bajo la influencia de Marx.
El cristianismo progresista,
sobre todo hoy, tiende a unir comunismo y cristianismo. Para ello incurre en
graves errores y desviaciones. En primer lugar, en hacer del comunismo y del marxismo
un verdadero humanismo con valores
positivos que se han de salvar. Es claro que para hacer afirmación tan
peregrina, deben desarticular al marxismo y comunismo y con ello negar su carácter
de totalidad, que se afirma sobre todo en su contextura dialéctica. El marxismo
es un materialismo dialéctico que hace del hombre un puro trabajador, cuyo
valor se ha de medir por su eficacia productiva en la edificación de la
sociedad comunista. El hombre marxista es un ser degradado a quien se le ha
quitado su dignidad divina, su dignidad humana
y aun su dignidad animal, para convertirlo
en un simple engranaje de la maquinaria comunista. Es absurdo llamar humanista
a aquello que constituye la degradación del hombre.
El cristianismo progresista es
llevado asimismo a valorar el comunismo por su rechazo fundamental del
capitalismo. Al entrar en la dialéctica capitalismo-comunismo,
burgués-proletario y al rechazar como a enemigo primero al capitalismo, el
cristiano progresista vese obligado a aceptar el comunismo. Pero esta
dialéctica es falsa, propia de una sociedad que levanta al primer plano los
valores económicos. Pero por encima de los valores económicos están los
políticos, culturales y religiosos.
Un teólogo de la envergadura del
dominico Congar ha llegado a decir que hay que «reemplazar las estructuras
económicas fundadas sobre el beneficio como motor de la actividad económica»[1].
Pero suprimir el beneficio es suprimir el capital privado e implantar el
colectivismo.
Además, el cristiano progresista
se hace una idea errónea del «Sentido de la Historia» como si éste hubiese de
encaminarse inexorablemente hacia el comunismo, con el cual habría que pactar desde
ya. Pero aunque el comunismo, como mañana el Anticristo, hayan de imponerse en
la Historia, no por eso se les debe aceptar. Sino al contrario, habrá que
combatirlos para que sólo impere el Reino del Señor. Así como obraron
perversamente los católicos que como Lamennais en el siglo pasado abrazaron el
liberalismo, así también los católicos progresistas que hoy mezclan catolicismo
con comunismo.
Debajo de este error progresista
que quiere aliar cristianismo y comunismo, existe el otro error más general,
que consiste en aliar al mundo moderno –en el sentido antes explicado de
laicista y ateo– con la Iglesia. Error condenado en la proposición 80 del
Syllabus, que dice: «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir
con el ‘progreso’, el liberalismo y la civilización moderna».
Si la civilización moderna
envuelve la autonomía absoluta del hombre frente a Dios, es harto claro que la
Iglesia no puede reconciliarse con ella. Y no se crea que esto podría ser
verdad del pasado que ha perdido todo vigor. Al contrario. Es una enseñanza constante
desde Pío IX hasta Juan XXIII. En efecto, este último Papa, en un documento tan
importante como la Mater et Magistra, llega a afirmar que la «Iglesia se
encuentra hoy colocada delante de esta pesada tarea: hacer a la civilización
moderna conforme a un orden verdaderamente humano y a los principios del
Evangelio». Lo cual significa que en opinión de Juan XXIII, la civilización
moderna ni es conforme a un orden humano ni a los principios del Evangelio. Ya
esto mismo lo había advertido Pío XII, cuando señalaba que «era todo un mundo
el que era necesario rehacer desde sus fundamentos: de salvaje, hacerlo humano;
de humano, hacerlo divino, según el corazón de Dios». Ya el mismo Pío XII,
hablando a los capellanes de la Juventud Católica, el 8 de setiembre de 1953,
los exhortaba a sentirse «movilizados para la lucha contra un mundo tan
inhumano porque tan anticristiano».
Esta toma de posición frente a
la civilización moderna, nos va a exigir una formulación de los principios
básicos de una Teología de la Historia para juzgar a la civilización moderna.
¿La civilización moderna que se desarrolla desde el Renacimiento hasta aquí en
un proceso continuo de mayor materialismo –desde el naturalismo al comunismo–
importa un progreso del hombre en cuanto hombre, o más bien un regreso y degradación?
He aquí el problema de nuestra próxima conversación.
Alguien preguntará: ¿qué
desarrollo tiene el progresismo cristiano entre nosotros? Debemos decir que se
está desarrollando muy rápidamente no sólo en el Gran Buenos Aires sino también
en el interior. Contribuyen a su desarrollo sacerdotes jóvenes, seminaristas y
algunos laicos de organizaciones católicas. Ya el año pasado se denunció el
grupo «progresista» y casi abiertamente comunista «Época». Habría que añadir ahora grupos de jóvenes universitarios
católicos con publicaciones como «Tandil
1963» o «Cambio» de Economía y Humanismo.
Hay sacerdotes muy activos en esta tarea, a quienes dirigentes de seccionales
del Partido Comunista dan como afiliados el partido, y quienes ejercen una
acción muy decisiva sobre seminaristas y laicos. Todo hace pensar que se está
haciendo una trenza entre sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos de
grupos representativos en los ambientes católicos para imponer el progresismo
cristiano entre nosotros.
Esto escribíamos en 1964: Hoy el
progresismo ha avanzado mucho más...
* En «El Progresismo Cristiano», Ed. Cruz y Fierro, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires, 1983 y publicado anteriormente en «Un Progresismo vergonzante», Ed. Cruz y Fierro Editores, 1967.
[1]
Nouvelles de Chretienté, núm. 432, p.
30
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