«El error fundamental del progresismo» - P. Julio Meinvielle (1905-1973)

...El error fundamental consiste en negar la necesidad de un orden social cristiano o lo que el magisterio eclesiástico llama, desde los días de León XIII hasta el Pontífice reinante, la civilización cristiana o la ciudad católica; los progresistas niegan que haya tal civilización cristiana o tal orden social público-cristiano. En París se ha llegado a afirmar en audiciones públicas de radio, que tal concepto no existe en el Magisterio de la Iglesia; cuando se hace evidente que hay por lo menos cerca de 50 documentos que hacen referencia explícita a la civilización cristiana. También califican los progresistas de nacional-catolicismo el intento de llevar a la práctica el programa de la ciudad católica.

A1 rechazar los progresistas la civilización cristiana, rechazan los derechos de la Realeza de Cristo sobre el orden temporal de la vida pública; es decir, sobre las familias, los grupos sociales, los sindicatos, las empresas, las naciones y el mundo internacional. Derecho de la Realeza de Cristo, a que el orden temporal se conforme a las enseñanzas y a la legislación de la enseñanza cristiana. El progresismo rechaza el orden social público cristiano y lo tacha de catolicismo constantiniano, gregoriano, sociológico, a fin de presentarle con un aspecto odioso. No faltan sacerdotes, como el dominico Liégé, que afirman que trabajar para el orden social cristiano, para la civilización cristiana, es hacer obra más negativa y nefasta que el mismo comunismo.

A1 rechazar la necesidad de trabajar para la implantación de un orden social cristiano, los progresistas vense obligados a aceptar la ciudad laicista, liberal, socialista o comunista, de la civilización moderna. Aquí radica el verdadero error y desviación del progresismo cristiano, en buscar la alianza de la Iglesia con el mundo moderno. Al calificar de mundo moderno, no hacemos calificación de tiempo, sino una calificación de la naturaleza de la sociedad moderna, y sobre todo del espíritu de dicha sociedad. La sociedad moderna, que comienza en el Renacimiento y se continúa con el naturalismo, el liberalismo, el socialismo y el comunismo de la vida pública, es una sociedad que tiende a rechazar a Dios y a hacer del hombre un dios que con su esfuerzo creador va a lograr su destino y su felicidad. Por ello, como veremos más adelante, el humanismo que comienza en el Renacimiento, termina con el comunismo, en que el hombre se constituye en el creador exclusivo de su propio destino, que no sólo no necesita de Dios sino a quien Dios le estorba y le molesta, por cuanto la creencia en Dios le mueve a no poner en sí mismo el esfuerzo de su obra creadora. Por ello para Marx la religión es una alienación que disminuye al hombre.

Esta alianza de la Iglesia con el mundo moderno que promueve el cristianismo progresista, le lleva a dar categoría de ciencias supremas, a la psicología y a la sociología; a la psicología que analiza y dirige los condicionamientos internos del hombre; y a la sociología que dirige y conduce los condicionamientos externos. El hombre así alejado del orden social cristiano, trabaja en el orden laicista de la psicología bajo la influencia de Freud; y en la sociología bajo la influencia de Marx.

El cristianismo progresista, sobre todo hoy, tiende a unir comunismo y cristianismo. Para ello incurre en graves errores y desviaciones. En primer lugar, en hacer del comunismo y del marxismo un verdadero humanismo con valores positivos que se han de salvar. Es claro que para hacer afirmación tan peregrina, deben desarticular al marxismo y comunismo y con ello negar su carácter de totalidad, que se afirma sobre todo en su contextura dialéctica. El marxismo es un materialismo dialéctico que hace del hombre un puro trabajador, cuyo valor se ha de medir por su eficacia productiva en la edificación de la sociedad comunista. El hombre marxista es un ser degradado a quien se le ha quitado su dignidad divina, su dignidad humana y aun su dignidad animal, para convertirlo en un simple engranaje de la maquinaria comunista. Es absurdo llamar humanista a aquello que constituye la degradación del hombre.

El cristianismo progresista es llevado asimismo a valorar el comunismo por su rechazo fundamental del capitalismo. Al entrar en la dialéctica capitalismo-comunismo, burgués-proletario y al rechazar como a enemigo primero al capitalismo, el cristiano progresista vese obligado a aceptar el comunismo. Pero esta dialéctica es falsa, propia de una sociedad que levanta al primer plano los valores económicos. Pero por encima de los valores económicos están los políticos, culturales y religiosos.

Un teólogo de la envergadura del dominico Congar ha llegado a decir que hay que «reemplazar las estructuras económicas fundadas sobre el beneficio como motor de la actividad económica»[1]. Pero suprimir el beneficio es suprimir el capital privado e implantar el colectivismo.

Además, el cristiano progresista se hace una idea errónea del «Sentido de la Historia» como si éste hubiese de encaminarse inexorablemente hacia el comunismo, con el cual habría que pactar desde ya. Pero aunque el comunismo, como mañana el Anticristo, hayan de imponerse en la Historia, no por eso se les debe aceptar. Sino al contrario, habrá que combatirlos para que sólo impere el Reino del Señor. Así como obraron perversamente los católicos que como Lamennais en el siglo pasado abrazaron el liberalismo, así también los católicos progresistas que hoy mezclan catolicismo con comunismo.

Debajo de este error progresista que quiere aliar cristianismo y comunismo, existe el otro error más general, que consiste en aliar al mundo moderno –en el sentido antes explicado de laicista y ateo– con la Iglesia. Error condenado en la proposición 80 del Syllabus, que dice: «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el ‘progreso’, el liberalismo y la civilización moderna».

Si la civilización moderna envuelve la autonomía absoluta del hombre frente a Dios, es harto claro que la Iglesia no puede reconciliarse con ella. Y no se crea que esto podría ser verdad del pasado que ha perdido todo vigor. Al contrario. Es una enseñanza constante desde Pío IX hasta Juan XXIII. En efecto, este último Papa, en un documento tan importante como la Mater et Magistra, llega a afirmar que la «Iglesia se encuentra hoy colocada delante de esta pesada tarea: hacer a la civilización moderna conforme a un orden verdaderamente humano y a los principios del Evangelio». Lo cual significa que en opinión de Juan XXIII, la civilización moderna ni es conforme a un orden humano ni a los principios del Evangelio. Ya esto mismo lo había advertido Pío XII, cuando señalaba que «era todo un mundo el que era necesario rehacer desde sus fundamentos: de salvaje, hacerlo humano; de humano, hacerlo divino, según el corazón de Dios». Ya el mismo Pío XII, hablando a los capellanes de la Juventud Católica, el 8 de setiembre de 1953, los exhortaba a sentirse «movilizados para la lucha contra un mundo tan inhumano porque tan anticristiano».

Esta toma de posición frente a la civilización moderna, nos va a exigir una formulación de los principios básicos de una Teología de la Historia para juzgar a la civilización moderna. ¿La civilización moderna que se desarrolla desde el Renacimiento hasta aquí en un proceso continuo de mayor materialismo –desde el naturalismo al comunismo– importa un progreso del hombre en cuanto hombre, o más bien un regreso y degradación? He aquí el problema de nuestra próxima conversación.

Alguien preguntará: ¿qué desarrollo tiene el progresismo cristiano entre nosotros? Debemos decir que se está desarrollando muy rápidamente no sólo en el Gran Buenos Aires sino también en el interior. Contribuyen a su desarrollo sacerdotes jóvenes, seminaristas y algunos laicos de organizaciones católicas. Ya el año pasado se denunció el grupo «progresista» y casi abiertamente comunista «Época». Habría que añadir ahora grupos de jóvenes universitarios católicos con publicaciones como «Tandil 1963» o «Cambio» de Economía y Humanismo. Hay sacerdotes muy activos en esta tarea, a quienes dirigentes de seccionales del Partido Comunista dan como afiliados el partido, y quienes ejercen una acción muy decisiva sobre seminaristas y laicos. Todo hace pensar que se está haciendo una trenza entre sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos de grupos representativos en los ambientes católicos para imponer el progresismo cristiano entre nosotros.

Esto escribíamos en 1964: Hoy el progresismo ha avanzado mucho más...

* En «El Progresismo Cristiano», Ed. Cruz y Fierro, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires, 1983 y publicado anteriormente en «Un Progresismo vergonzante», Ed. Cruz y Fierro Editores, 1967. 


[1] Nouvelles de Chretienté, núm. 432, p. 30

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