«El tiempo en función de la eternidad – María Madre de Dios» – P. Carlos Lojoya (1941-1990)
Con el deseo de un feliz año nuevo a todos sus lectores, «Decíamos ayer...» ofrece este fragmento de un sermón cuya lectura resulta propicia para los últimos días del año que culmina y los primeros del que comienza.
Pero la Iglesia ha querido poner
el año que comienza, inaugurar ese año, con la Solemnidad de éste, que es el
título más grande, origen y raíz de todos los privilegios y títulos que tiene
nuestra Madre Inmaculada la Virgen Santísima.
Y por eso, son dos cosas que
vienen a nuestra mente en este día que comienza un año y que agolpa nuestro
corazón de recuerdos, de los ausentes, de los que están lejos, de los que ya no
están... Todo hombre al comienzo del año, si tiene un poco de profundidad su
cristianismo, va a pensar sobre ese año que pasó, y sobre aquello que comienza.
Es decir sobre el misterio del tiempo. De ese tiempo que va jalonado por años, de
ese tiempo que pasa más pronto de lo que nosotros creemos, de ese tiempo que es
gracia y misericordia de Dios, porque es el tiempo que se nos da como el mayor
de los dones, ya que depende del uso que hagamos de ese tiempo, ganaremos o no
una eternidad feliz o una eternidad desgraciada.
Por eso vamos a reflexionar un
poquito sobre ese misterio, el misterio del tiempo. Tiempo para nosotros de
misericordia, porque estamos en el tiempo de la misericordia y paciencia de
Dios. Tiempo de gracia. Después cuando se acabe el tiempo ya vendrá la Justicia
de Dios, por eso hemos de labrar mientras dura esta nuestra vida, nuestra
propia salvación con temor y temblor.
Cuando uno es más pequeño piensa
que el tiempo es más largo, y cuando va siendo más grande piensa que el tiempo
es más corto, esa es la concepción psicológica del tiempo. Pero corto o largo,
todo lo que se acaba hemos de tenerlo por «que no exista», y esa es
nuestra vida. Esta vida que se jalona de años, y como el Demonio es
falsificador universal, es mono de Dios, hace creer al hombre que este tiempo de la vida es eterno, y que la eternidad no existe; y nosotros sabemos, cristianos, que este tiempo pasa y pasa pronto, y que la eternidad existe. De
ahí entonces la necesidad de un examen de conciencia, cuando comienza el año...
y cuando termina.
Examen de conciencia de lo que
pasó, examen de conciencia para ver qué es lo que debemos llevar, y qué es lo
que debemos dejar. El fin último del hombre es Dios... ese es el último fin,
todo lo demás es medio, y todo lo demás es relativo, relativo a ese fin «y
tanto cuanto –decía San Ignacio– una cosa me acerca a ese fin, es buena...
tanto cuanto me aleje de ese fin: es mala», «y todos necesitamos corregir la marcha, porque si nos salimos del
camino, cuanto más caminamos, más nos alejamos», decía San Agustín. Por
eso el hombre ha de reflexionar sobre ese fin último, y cómo es su marcha, y
cómo utiliza ese don de los dones que es el tiempo, y que ha de terminar, y lo
peor es que no sabemos cuándo, porque el Señor viene como ladrón... cuando
menos lo esperamos.
Por eso, una criatura es buena
cuando me ayuda a alcanzar aquel fin para el cual fui creado, y una criatura es
mala para mí, en tanto y en cuanto me aleja de ese fin para el cual yo fui
creado. Los hombres de negocios, los hombres temporales, aquellos que se
preocupan de lo que ven, que creen que lo que ven es eterno... por la
falsificación del Diablo; que esta vida no va a pasar, que sus bienes y sus
graneros serán para siempre, en esa gran falsificación... también saben hacer
sus balances, ¡y qué bien los hacen!, ¿cuánto ganamos y cuánto perdimos?
Pero ahí el cristiano, aquel que
debe ser profundo en sus pensamientos, y no contagiarse de la frivolidad
contingente y actual que nos rodea, tiene pues obligación de hacer ese balance.
Este año que fue un instante más, dentro de un instante que es la vida, ¿me
sirvió para acercarme a Dios, o me alejó de Dios? Porque fíjense qué otro
misterio hay en este, que es verdad que el tiempo pasa pero si lo usamos bien,
tiene valor de eternidad, esto que hicimos en el tiempo, porque este mundo es
para ganar el otro, que aspiramos, aquel que queremos... y si usamos mal de ese tiempo, queridos míos, ese tiempo
también tiene valor de una eternidad infeliz, de un para siempre, de una cosa
que no acaba, sin esperanza, de un odio esencial... que es el Infierno.
Por eso, hemos de reflexionar:
¿qué debemos seguir llevando y qué debemos dejar?
¿Quién sabe el tiempo que le
queda?, nadie puede saber, «porque el tiempo que queda, todavía no es, porque
es futuro», decía San Agustín, «y el tiempo que pasó, tampoco es, porque ya
pasó», ¿y qué instante tengo yo entonces en mis manos?, este presente que es un
pasar del futuro al pasado, ¡qué lío tremendo!, «si me preguntan que es el
tiempo: no lo sé –decía San Agustín– si no me lo preguntan: lo sé».
Lo que tenemos en la mano es
nuestro instante actual, el mañana es incierto, el pasado ya no está. Entonces, la prudencia; que es sobrenatural cuando el hombre es cristiano, esa prudencia
que tiene en cuenta los tres tiempos del hombre, memoria del pasado, visión del
presente y previsión para el futuro. Hagamos un buen examen de conciencia, y no
diferir ese instante... porque el mañana es incierto; Jesús nos advirtió «como
ladrón», incluso cuando digan «ya no viene más».
Este es tiempo de examen y
tiempo de propósito. Propósito para el tiempo que nos queda. Los años que
tenemos, ya no los tenemos, ya pasaron... decimos tenemos cuarenta, tenemos
cincuenta... ¡no! ya los tuvimos, lo que tenemos de vida es lo que nos queda, y
por eso hemos de considerar atentamente el negocio de nuestra alma y de su
salvación eterna, porque al final de la jornada «aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada», así decía la saeta
española.
Por eso queridos míos, eso es lo
que tenemos que ver primero hoy, recordando aquellas coplas de Manrique, «a la
muerte de su padre»: «... y pues vemos lo
presente como en un punto es ido y acabado, si jugamos sabiamente daremos lo
no venido por pasado, no se engañe nadie no pensando que ha de durar lo que
espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera...».
Estamos en ese tiempo, en nuestras manos está transformar ese tiempo en una
eternidad feliz o en una eternidad desgraciada. Eso es lo primero de esta Misa
primera del año; hay que reflexionar sobre eso.
El segundo tópico, es considerar
la Solemnidad que estamos celebrando: Santa María Madre de Dios, título más
grande, digo, de la Virgen fuente y raíz de todos los demás títulos y
privilegios que tiene nuestra Señora. Por ser Madre de Dios es Inmaculada en su
concepción, por ser Madre de Dios es la Purísima, por ser Madre de Dios es la
Asunta al Cielo, por ser Madre de Dios la Iglesia le da todos los títulos de
Reina de los Ángeles, Reina del Cielo, Reina de la Tierra y Madre de la
Iglesia, porque la Iglesia es Cristo. Título de la Madre que depende del título
de dignidad del Hijo. En la medida en que los siglos creen que Jesucristo es el
Verbo, el Hijo de Dios hecho Hombre, se le da a la Virgen toda la dignidad que
merece, y en la medida en que los siglos van perdiendo la fe en Jesucristo el Hijo
de Dios Verdadero, en esa misma medida los hombres están quitando dignidad a la
Madre, ¿por qué?, porque toda la gloria del Hijo está en su Madre, y toda la
gloria de su Madre está en su Hijo, y el tocar a uno es tocar al otro. Estamos
en tiempos así, no son los primeros en la Iglesia, la herejía, el error...
tiene la virtualidad de invernar como el oso polar, entonces parece muerta un
tiempo y después surge con mayor ferocidad. Esto es tan verdad, que San Pío X,
de feliz memoria, decía que estábamos en los tiempos donde era resumen de todos
los errores, de todas las herejías. De esas herejías que es un error esencial
en la Fe, que parece muerta y después resucita de las cenizas, como el Ave
Fénix, y así por eso el mismo Papa sostenía que quizá serían los tiempos
destinados a los finales, al «hijo de la perdición».
Por tanto, queridos míos,
estamos en un tiempo en que también se quita la dignidad del Hijo. ¡No se cree
que Jesucristo es el Verbo de Dios!, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad venida en carne; se lo toma como un profeta más de la lista, se lo
toma como un «superastro», como una «superestrella», se preparan impíamente en
el país del Norte las películas de los «amores de Jesucristo», tenemos que
soportar los cristianos, toda esa blasfemia sobre Nuestro Señor y su Dignidad. Y por eso también, ¡también dentro de la Iglesia! se lo ha tomado a Cristo como
un «reformador social», como «un hombre bueno y nada más», y por tanto, no hay
que asustarse de que en muchos templos se quitara la imagen de la Virgen,
porque si se toca al Hijo se toca a la Madre, y en la medida que no se reconoce
la dignidad del Hijo, tampoco se reconoce la dignidad de la Madre.
El primero que tuvo la osadía de
negar la «Maternidad de la Virgen», fue aquel obispo Nestorio.
[...]
El Atleta que se le opone a
Nestorio, es San Cirilo de Jerusalén, cuya Tesis triunfa en el Concilio de Éfeso,
en donde por primera vez se define la Dignidad de la Madre: «Santa María Madre
de Dios». Dicen que aquella gente hizo una procesión de antorchas en «cruz»,
cantando por todos los pueblos el Avemaría, eso que repetimos nosotros, el
saludo del Ángel «Dios te salve María...», y después «Santa María Madre de Dios...».
Queridos míos, no están lejos
los tiempos de Nestorio, es más, son peores los tiempos que nos circundan; para
nosotros son los mejores porque es el único tiempo, como os decía al principio,
que tenemos para obrar nuestra salvación. Pueden ser calamitosos para afuera,
pero para nosotros son los mejores. Entonces hemos de acudir y comenzar el año
bajo la protección de María Madre de Dios, por eso la Iglesia la coloca... Ella
es Omnipotencia Suplicante, es decir todo lo que le pide a Cristo, Cristo no se
lo puede negar porque Dios Padre le pidió a Ella, y Ella le dijo Sí, y no le
negó nada.
[...]
Examen pues de conciencia: lo
que hay que dejar, lo que hay que seguir llevando, propósito de fidelidad, qué
es lo que pasa, lo que falta hoy en el mundo que hace que los tiempos sean
difíciles, devoción filial y tierna a Aquella que por ser Madre de Dios es
Madre de la Iglesia y es Madre Nuestra.
En el Nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo.
* Sermón predicado el 1 de enero de 1984 en la Parroquia de la Visitación, Buenos Aires.
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