«La Mujer a la que el mundo ama» (fragmento) - Mons. Fulton J. Sheen (1895-1979)
[...]
En toda la humanidad hay
solamente una persona de la que Dios tiene tan sólo una imagen, y en la que
resplandece una perfecta conformidad entre lo que Dios deseó que Ella fuera y
lo que es: su propia Santísima Madre. En la mayoría de nosotros predomina el
signo negativo, en cuanto no satisfacemos los altos anhelos que el Padre
Celestial alienta por nosotros. Pero en la Virgen María se halla el signo de
igualdad: el ideal que Dios formó acerca de Ella, Ella lo es, lo ha concretizado, y en su carne. El modelo y la copia son
perfectos: es Ella lo que fue previsto, planeado y soñado. La melodía de su
vida ha sido ejecutada exactamente como fue compuesta. María fue pensada,
concebida y planeada como el signo de igualdad entre el ideal y la historia, el
pensamiento y la realidad, la esperanza y la realización.
Es por este motivo por el que la
liturgia cristiana, a través de los siglos, ha aplicado a Ella las palabras del
Libro de los Proverbios. Porque es lo que Dios quiso que fuéramos todos
nosotros. Ella puede hablar de sí como del modelo eterno en la Mente de Dios, el
ser al que Dios amó aún antes de que fuera una creatura. Hasta se la describe
como siendo con Él no sólo en la creación, sino desde antes de la creación.
Existió en la Mente Divina como un Pensamiento Eterno antes de que hubiera
madres. Es la Madre de madres: Es EL PRIMER AMOR DEL MUNDO.
«El Señor me tuvo al comienzo de
sus caminos; antes de que nada hiciera desde el comienzo, yo era desde la
eternidad, y desde antiguo, antes de que la tierra fuera hecha. Aun no existían
los abismos y yo ya estaba concebida; aun no habían brotado las fuentes de las
aguas ni se alzaban los montes con su enorme volumen, yo veía la luz antes que
las montañas; aun no había hecho la tierra, los ríos ni los ejes del orbe
terráqueo. Mientras preparaba los cielos yo estaba presente, mientras limitaba
a los abismos con ley y compás determinado, cuando aseguraba los etéreos en lo
alto, y abría las fuentes de las aguas, cuando circundaba al mar dentro de sus
límites poniendo a las aguas una ley a fin de que no salieran de sus términos,
cuando balanceaba los fundamentos de la tierra, yo estaba con Él haciendo todas
las cosas y me deleitaba diariamente jugando ante Él, en todo momento jugando
en el orbe de las tierras, y mis delicias eran estar con los hijos de los
hombres. Ahora, pues hijos, oídme: ¡Bienaventurados los que guardan mis
caminos! Oíd las instrucciones y sed sabios y no queráis rehusarlas. Feliz el
hombre que me oye y el que vela diariamente a mis puertas y observa junto a
ellas. El que me encontrare hallará la vida y tendrá la salvación del Señor»
(Prov. VIII-22-35).
Cuando Dios quiso hacerse hombre
hubo de decidir el tiempo de su venida a la tierra, el país en que nacería, la
ciudad en que habría de ser criado y formado, la gente, la raza, los sistemas
político y económico que le rodearían, la lengua que hablaría y las aptitudes
psicológicas con que estaría en contacto como Señor de la Historia y Salvador
del Mundo.
Todos estos detalles dependerían
enteramente de un factor: la mujer que habría de ser Su Madre. Elegir una madre
es elegir una posición social, un lenguaje, una población, un ambiente, una
crisis, un destino.
Su Madre no sería como la
nuestra, a la que aceptamos como algo históricamente fijado y que no podemos
cambiar; Él nació de una mujer a la que eligió antes de nacer. Es el único
ejemplo en la historia en que ambos: el Hijo, quiso desde antes a la Madre y la
Madre quiso al Hijo. A ello alude el Credo al decir: «nació de Santa María
Virgen». Fue llamada por Dios lo mismo que Aarón, y Nuestro Señor nació no sólo
de su carne, sino por su consentimiento.
Antes de tomar para Sí la
naturaleza humana consultó con la Mujer,
para preguntarle si estaba dispuesta a dar a Él, a Dios, un hombre. El hombre que fue Jesús no fue robado a la humanidad,
como Prometeo robó fuego del cielo; fue dado como un regalo.
El primer hombre, Adán, fue
hecho del limo de la tierra. La primera mujer fue hecha de un hombre en
éxtasis. Cristo, el nuevo Adán, procede de la nueva Eva: María, en un éxtasis
de oración y amor a Dios y en la plenitud de la libertad.
No nos debe sorprender que se
hable de Ella como un pensamiento de Dios antes que el mundo fuera hecho.
Cuando Whistler hizo el retrato de su madre, ¿acaso no tenía la imagen de ella
en su mente antes de reunir los colores en su paleta? Si usted hubiera podido
preexistir a su madre (no artísticamente,
sino realmente), ¿no hubiera hecho de
ella la mujer más perfecta que jamás haya existido, tan hermosa que hubiera
sido la dulce envidia de todas las mujeres, tan gentil y misericordiosa que las
demás madres se hubieran esforzado en imitar sus virtudes? ¿Por qué, entonces,
hemos de pensar que Dios procederá de otra forma? Cuando Whistler fue
felicitado por el cuadro de su madre, respondió: «Ustedes saben cómo sucede en
esto, uno procura hacer a su madrecita lo más hermosa que puede». Cuando Dios
se hizo Hombre, creo que también Él procuraría hacer a su Madre lo más hermosa
que le fuera posible... y que la haría una Madre Perfecta.
Dios jamás hace algo sin
extremada preparación. Sus dos grandes obras maestras son la Creación del ser
humano y la Re-creación o Redención del mismo. La Creación fue hecha para seres
humanos no caídos; su Cuerpo Místico para seres humanos caídos. Antes de crear
al hombre hizo un jardín de delicias, hermoso como solamente Dios es capaz de
hacerlo. En aquel Paraíso de la Creación se celebraron las primeras nupcias del
hombre y la mujer. Pero el hombre no quiso recibir favores sino aquéllos que
concordaban con su naturaleza inferior. Y no sólo perdió su felicidad sino que,
además, hirió su propia mente y su voluntad. Entonces planeó Dios el
renacimiento o redención del hombre, pero antes de realizarlo haría otro
Jardín. Este nuevo no sería de tierra sino de carne; sería un jardín encima de
cuyos portales jamás se escribiría la palabra pecado; un Jardín en el que no
crecerían las malas hierbas de la rebelión que impiden el crecimiento de las
flores de la gracia; un Jardín del que dimanarían cuatro ríos de redención
hacia los cuatro ángulos de la tierra; un Jardín tan puro que el Padre
Celestial no hallaría desmedro en enviar a Él a Su Propio Hijo, y ese «Paraíso
ceñido de carne para ser cultivado por el Nuevo Adán», fue Nuestra Santísima
Madre. Así como el Edén fue el Paraíso de la Creación, María es el Paraíso de
la Encarnación, y en Ella, así como en el anterior, fueron celebradas las
primeras nupcias de Dios y el hombre. Cuanto mayor es la proximidad al fuego,
mayor es el calor que se experimenta; cuanto más cerca se está de Dios, mayor
es la pureza del que se avecina. Y, como ningún ser pudo jamás estar más cerca
de Dios que la Mujer de cuya envoltura humana se sirvió para ingresar en la
tierra, luego, nadie ni nada pudo ser más puro que Ella.
[...]
Nosotros denominamos a esa pureza exclusiva la Inmaculada Concepción. No es la Natividad de la Virgen. La palabra «inmaculada» procede etimológicamente de dos palabras latinas que significan «sin mácula», «no manchada». «Concepción» significa que desde el primer momento de su concepción en el seno de su madre: Santa Ana, y en virtud de los anticipados méritos de la Redención de su Hijo, estuvo preservada, fue libre de las manchas del pecado original.
blogdeciamosayer@gmail.com