2° - «Resistencia a la Democracia» - César E. Pico (1895-1967)
Cuando se contemplan las causas espirituales de la democracia –vinculadas a la decadencia intelectual del mundo moderno– se domina, como desde una altura, todo el panorama de los males circunstanciales que la democracia ha desatado. La importancia de encarar el problema en esta forma radica, no sólo en su comprensión más profunda, sino inclusive en que señala la terapéutica etiológica: la desaparición radical de los efectos aparece como una consecuencia de la supresión definitiva de la causa. Toda consideración que eluda este punto de vista será incapaz de señalar el remedio de los males cuya extirpación pretende. Muchos ven, en efecto, las deficiencias de la democracia, pero –colocados en un punto de vista subalterno– no pueden comprender más que los remedios empíricos o inmediatos que corresponden a las causas circunstanciales, las únicas accesibles desde su posición. Corrigen a medias, suprimen algunos síntomas, pero dejan subsistir potencialmente las causas verdaderas de la enfermedad.
Así se explica que las críticas
que comúnmente se hacen a la democracia, por no sobrepasar el nivel empírico,
dejen la sensación de su insuficiencia, aún en aquellos que comprenden su
acertada justeza. Frecuentemente oímos decir: «la democracia no satisface a un
espíritu exigente, pero ¿con qué se la reemplaza?». Esto supone ver el mal,
pero vinculado a hechos materiales que sólo en la fuerza tendrían su antídoto
adecuado. No se concibe la suplantación del mal porque se desconfía de la
eficacia de la fuerza. Y con razón: la fuerza como expresión final del orden no
puede halagar a la naturaleza humana. Un instinto certero obliga al hombre a
rehuir aquellos paliativos que no corresponden a la dignidad de su naturaleza.
Es la confesión implícita de que el mal democrático tiene otras raíces
nutricias que llegan al ámbito mismo de la vida espiritual.
La democracia está muerta en el
sentido de que la mayoría de sus panegiristas la acepta resignadamente como un
mal menor que no se sabe substituir con ventaja.
La democracia está viva en el
sentido de que respiramos una atmósfera liberal todavía no disipada.
Tampoco se puede vencer al
liberalismo mediante el exclusivo empleo de la fuerza. Esto no significa que
rechacemos los recursos de coacción material, pero no pretendemos mayores
frutos que los que pueden dar: la fuerza es un mero auxiliar represivo de lo
intolerable; empleada como recurso exclusivo es inoperante y hasta
contraproducente. Atrae el descontento y no lo compensa con ventajas positivas
generadores de la aprobación general.
Para luchar contra el
liberalismo hay que batirlo en sus propias posiciones. No se lucha solamente
contra la carne y la sangre, sino contra «spiritualia
nequitia in coelestibus», contra la iniquidad que se mueve en los aires.
He aquí el gran combate del
espíritu. La historia, esa maestra de la vida, certifica el derrumbe de muchos
esfuerzos bien intencionados que prescindieron de la necesaria alianza con la
inteligencia en el sentido profundo que tiene esta palabra.
«El empirismo organizador –decía
el documento de nuestros amigos de Córdoba– es verdadero y valioso en sus
límites, pero no tiene la última palabra en toda la cuestión del orden». El
orden político depende de la justicia; la justicia, de la moral; la moral, de
una recta filosofía; la filosofía, de la plenitud de la inteligencia; y la
inteligencia se perfecciona en la gracia. En esta supeditación jerárquica de
los valores humanos está planteado el problema de restauración definitivo.
Eludir la consideración de cualquiera de esos factores, equivale a dejar el
problema sin solución eficaz.
El programa es amplio y
sumamente dificultoso: su realización parece exigir la obra lenta y coordenada
de varias generaciones. Deber de la nuestra es remover dificultades y preparar
la continuación de la obra por las generaciones futuras. Contamos, para ello,
con una ciencia política probada por una larga tradición.
Pero ¿basta la acción humana
para contrarrestar la formidable presión de las masas rebeladas? «Equus paratur ad diem bellum: Dominus autem
salutem tribuit»[2].
En definitiva, la democracia será vencida por la contemplación de los santos o
por el advenimiento del Apocalipsis.
* En «Revista Número», Buenos Aires, N° 18-19, Julio de 1931.
Continuará...
[1] «Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas»,(Nota de «Decíamos ayer...»).
[2]«Aparéjase el caballo para el día del combate, pero la victoria viene de Yahve». Prov. cap. XXI, 31 (Nota de «Decíamos ayer...).
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