«El significado de la canonización de Pío X» - P. Julio Meinvielle (1905-1973)
Porque Pío X se movía en el
mundo de la Fe, podía estimar en su justo valor el estado del mundo y medir la
gravedad de los errores que le amenazaban. De aquí el significado de sus
reprobaciones contra desvaríos espirituales que han determinado el estado calamitoso
en que se encuentra hoy el mundo.
Tres son estos desvaríos. El
primero lo constituye la guerra contra los derechos imprescriptibles de la
Iglesia, llevada a cabo particularmente en Francia por el gobierno masónico de
Combes. Frente a un gobierno empeñado en crear una Iglesia y un episcopado «nacional»,
Pío X se yergue como un gigante en toda la majestad de su soberana autoridad y
pronuncia el non possumus. El gobierno rompe relaciones con la
Iglesia, se incauta de sus bienes, prohíbe todo acto de culto en las escuelas,
en el ejército y en todos los establecimientos públicos y niega en absoluto el
derecho de enseñar a las congregaciones religiosas. Pío X, en su
encíclica Vehementer del 11 de febrero de 1907, reprueba y condena
la ley votada en Francia de separación de la Iglesia y del Estado. «En
consecuencia, dice allí, Nos protestamos solemnemente con todas nuestras
fuerzas contra la proposición, contra el voto y contra la promulgación de esta
ley, declarando que nunca podrá ser ella alegada contra los derechos
imprescriptibles de la Iglesia para debilitarlos».
Más peligrosa que la acción de
los enemigos de fuera lo es siempre la de los enemigos de dentro. Pío X va a
proceder con toda energía para conjurar el mal, tan frecuente entonces como
ahora en los medios católicos, de acomodar la doctrina y la acción social-política
a los requerimientos del siglo.
Las corrientes subjetivistas,
inmanentistas y evolucionistas que inficionaban la mentalidad moderna se
infiltraban en los ambientes intelectuales católicos determinando en exégesis,
historia de los dogmas y de la Iglesia, filosofía y teología una nueva interpretación
del cristianismo que, en la realidad de los hechos, lo alteraba
fundamentalmente, y, con ello, lo destruía. Contra este segundo desvarío
espiritual, conocido con el nombre de modernismo, Pío X pronuncia
sentencia de condenación en el decreto «Lamentabile» del 17 de
julio de 1907, y más particularmente en la encíclica PASCENDI, del 7 de septiembre
del mismo año, en la que lo califica como «colección de todas las
herejías».
La adaptación al espíritu
moderno determinaba en el plano social-político errores no menos peligrosos que
podríamos denominar demoliberales. Haciendo del pueblo la fuente de
la autoridad pública, Marc Sangnier y su equipo del Sillon buscaban
un ordenamiento social-político fundado en la nivelación de clases, soñando así
cambiar las bases naturales y tradicionales de la sociedad para edificar la
sociedad del futuro sobre otros principios que serían más fecundos y
bienhechores que aquéllos sobre los que reposa la sociedad cristiana actual.
Contra este tercer desvarío espiritual, mezcla de liberalismo y socialismo, Pío
X enseña de manera categórica: «No, Venerables
Hermanos –preciso es recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía
social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores–, no
se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se
edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los
trabajos; no, la civilización no está por inventarse ni la ciudad nueva por
edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es
la ciudad católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar
sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre
renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: omnia
instaurare in Christo»[2].
Pío X ha sido violentamente
atacado por la firmeza de sus directivas espirituales. Y cuando, en razón
de la santidad notoria de su vida, no se han atrevido a atacarle a él
directamente, le han considerado «un santo cura de campaña» y se han
ensañado, en cambio, con el Cardenal Merry del Val y con Mons. Benigni. Una de
las objeciones, en apariencia más sólidas, que se ha levantado contra la
santidad del Pontífice en el proceso de su canonización la han constituido
precisamente las actividades del ilustre Cardenal y de Mons. Benigni.
Pero, en vano, como lo manifestó
Pío XII, en el discurso que pronunció el 3 de junio de 1951 en la Plaza de San
Pedro, en ocasión de la beatificación del gran Pontífice. «Ahora, dijo entonces, que el examen más minucioso ha
descubierto a fondo todos los actos y las vicisitudes de su pontificado, ahora
que se conocen las consecuencias de aquellas vicisitudes, ninguna duda, ninguna
reserva es ya posible, y se debe reconocer que, aun en los períodos más
difíciles, más ásperos, más graves y de más responsabilidad, Pío X, asistido
por la gran alma de su fidelísimo secretario de Estado, el Cardenal Merry del
Val, dio prueba de aquella iluminada prudencia que nunca falta en los santos,
aunque en sus aplicaciones se encuentre en contraste doloroso, pero inevitable,
con los engañosos postulados de la prudencia humana y puramente terrestre»[3].
Pero hay todavía más. Pío XII no
se ha contentado con defender a Pío X y a sus ilustres colaboradores. Ha hecho
el elogio positivo de sus cualidades extraordinarias. «Con su mirada de águila, más perspicaz y más segura que
la corta vista de miopes razonadores, veía el mundo tal como era, veía la
misión de la Iglesia en el mundo, veía con ojos de santo Pastor cuál era su
deber en el seno de una sociedad descristianizada, de una cristiandad
contaminada, o, al menos, acechada por los errores de la época y por la
perversión del siglo».
«La mirada de águila» de
Pío X vio claro asimismo en el asunto de l'Action Française y
de Charles Maurras. Cierto que la incredulidad religiosa de Maurras, que había
perdido la fe en su juventud, ha alcanzado un grado de sacrílega impiedad y de
blasfemia en obras como Anthinea y Le chemin de
Paradis. Pero el programa de acción política contra el demoliberalismo de
la Revolución, forjado por Maurras, ofrecía garantías para una firme
restauración sociopolítica en la línea católica. Su Action
Française era, en el plano político, una defensa de la Iglesia contra
la Revolución. A Camille Bellaigue, que pedía una bendición para
Maurras, le respondió Pío X: «¡Nuestra bendición! ¡Pero todas nuestras
bendiciones! Y decidle que es buen defensor de la Fe»[4].
Creemos conveniente recordar
estos hechos para descubrir el significado completo de la canonización de Pío
X, en este año de 1954. Los errores que él condenó
y anatematizó con energía desusada se encuentran hoy, para mal de Francia y del
mundo, en pleno apogeo. Laicismo de Estado, debilitamiento de la doctrina
católica, infiltración del marxismo. De modo particular estos errores
han hecho presa de Francia y aún de Italia. Los acontecimientos últimos
producidos en el sector católico de estos dos países los ponen en evidencia.
Pero, felizmente, estos errores
al desarrollarse y mostrar sus perversas virtualidades han puesto en guardia a
muchos hombres todavía responsables y ello ha de determinar que los pueblos
busquen la solución de sus problemas en el camino señalado por el gran
Pontífice. Santidad de vida e integridad de
doctrina, recta concepción del ordenamiento económico-político de la ciudad,
prudentes pero progresivas y efectivas reformas que eliminen las injusticias
sociales, son tres condiciones inseparables para restaurar la ciudad católica.
Desgraciadamente, en nuestro
tiempo se ha confundido de manera inextricable
reforma de las injusticias con izquierdismo económico-político y se ha querido
bautizar esa confusión con un sentimentalismo evangélico, sucedáneo de la
caridad. El mérito excepcional de San Pío X consiste precisamente en
que, siendo él un luminar ardiente de auténtica caridad, ha establecido las
condiciones para que, sin confusión, se adjudicasen las justas partes que se
deben a la verdad y a la justicia.
Finalmente, la canonización del
Papa que condenó el modernismo y el demoliberalismo en el mismo año en que su
sucesor Pío XII toma enérgicas medidas contra el modernismo de teólogos
franceses y contra el socialismo de los prêtres-ouvriers es
signo de feliz presagio para la noble nación francesa. Los que amamos a
Francia, a la Francia de San Luis y de Juana de Arco, creemos que han de
encontrar cumplimiento las palabras que Pío X pronunció en el Consistorio del
29 de noviembre de 1911.
Dijo el Santo Pontífice: «Hijos
de Francia que gemís bajo la persecución, sabedlo, el pueblo que ha hecho
alianza con Clodoveo en las fuentes bautismales de Reims, se arrepentirá y
volverá a su primera vocación. Un día vendrá, y Nos esperamos que no sea
lejano, en que Francia, como Saulo sobre el camino de Damasco, será envuelta
con una luz celeste y oirá una voz que le repetirá: “Hija mía, ¿por qué me
persigues?”. Y sobre su respuesta: “¿quién eres tú, señor?” la voz replicará: “Yo
soy Jesús a quien tú persigues... Duro te es dar coces contra el aguijón,
porque en tu obstinación tú te reniegas a ti misma”. Ella, temblando,
sorprendida, dirá: “Señor, ¿qué queréis que haga?” y Él: “Levántate, lávate de
las manchas que te han desfigurado, despierta en tu seno los sentimientos
dormidos y el pacto de nuestra alianza, y anda, Hija muy amada de la Iglesia,
Nación predestinada, Vaso de elección, anda a llevar, como en el pasado, mi
Nombre delante de los pueblos y de todos los reyes de la tierra”».
* En Revista «Diálogo», Primavera 1954, Año 1 – N°1, pp. 143-146; e incluido luego en la excelente recopilación de artículos del padre Meinvielle «El progresismo cristiano» –edición póstuma–, Cruz y Fierro, Buenos Aires 1983, 87-93.
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