«El salmo 'Non nobis, Domini, non nobis...'» - Ricardo Bernotas (1934-2022)

Hace ya algo más de una década, se exhibió en nuestro país el filme Henry V, realizado en base al drama histórico de igual título que compusiera el talentoso Shakespeare. De excelente y ejemplar factura por muchos conceptos, el filme despliega imágenes de realismo conmovedor, una de las cuales, recordarán los lectores que lo vieron, es el epílogo de la cruenta y milagrosa batalla de Agincourt. Para evaluar la misma ha de tenerse en cuenta la desproporcionada relación de fuerzas que favorecía 5 x 1 a los franceses; mientras que el resultado final dejó sobre el campo de batalla 11.000 franceses muertos y por la parte inglesa solamente 25. Mientras presidía la atención de heridos y muertos, ante triunfo tan increíble como aplastante, Henry V arenga a los suyos no para jactarse de la victoria sino para atribuirla a Dios. Como reconocimiento y gratitud, el rey ordenó se cantara el Te Deum y el Non nobis, Domine, non nobis..., entonado este último cuando combatientes y heridos se retiraban del dramático escenario[1].

Las patéticas secuencias que enmarcan el canto del Non nobis..., como la densa y emotiva carga que trasunta su acabada ejecución musical, sumadas al desgarrante sentido de la escena, producen una impresión de tal fuerza que difícilmente se borrará de la memoria de cuantos la vieron.

Con posterioridad a la exhibición del filme, la impactante ejecución vocal-musical del Non nobis... alcanzó ponderada difusión radial y discográfica, escuchándose también su interpretación por varios conjuntos corales.

Todo lo cual es ciertamente adjetivo. Sin embargo, cabe agregar a estas consideraciones una explicación de mayor entidad, con cierta cuota de sorpresa para algunos, la cual pasamos a exponer sucintamente.

Presentación
San Mateo cierra su relato evangélico de la Última Cena con la expresión: «Y entonando el himno, salieron hacia el monte de los Olivos» (Mt. 26, 30)[2]. A su vez, san Marcos lo hace utilizando parecidos términos: «Y después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos» (MC 14, 26).

Ambos textos manifiestan, ceñidamente, que Jesús, con los discípulos que lo acompañaron en la que fue su última cena pascual terrenal, cantó o salmodió «el himno». La ausencia de mayores indicaciones nos abre una suerte de incógnita, a despejar determinando cuál fue el himno entonado por el Señor en los instantes previos al desencadenamiento de su Pasión. Ante la grandeza trascendente de cuanto sucedía, el detalle queda relegado a un segundo plano, tanto que suele pasar inadvertido en las notas con que los traductores acostumbran explicar el lenguaje evangélico y, por lo general, tampoco es tenido en cuenta por los exégetas. Empero, tiene su propia relevancia según se apreciará ubicando los datos conocidos en el momento histórico en que tuvieron lugar.

Un poco de historia
Como es sabido, los evangelios canónicos que se incluyen en el Nuevo Testamento, fueron en origen predicados oralmente durante varios años después de la ascensión de Cristo y, luego, puestos por escrito en el idioma y lenguaje usual de lugar y época. Por ello, alguna de sus expresiones, locuciones, frases y palabras, perfectamente entendibles para los destinatarios de entonces, no lo son igualmente dos mil años más tarde y por consiguiente requieren su explicación. Algo de eso pasa con la mencionada expresión «el himno». Para los hebreos contemporáneos de Jesús, tal expresión no tenía necesidad de explicación alguna: pueblo religioso, o de costumbres religiosas muy arraigadas, desde sus orígenes celebraba su pascua anual, la cual ocupaba lugar preponderante en el calendario de festividades sagradas. Y para la época de Nuestro Señor Jesucristo, y desde varios siglos antes, cantaba durante la cena pascual el himno conocido entre ellos como Hallel[3].

Así consta en los libros del pueblo elegido, que prescriben con minucia el ritual a seguir durante la festividad pascual. Todavía vigentes, estas normas comenzaron a elaborarse varios siglos antes de Cristo y, en cuanto concierne a la cena pascual propiamente dicha, sus disposiciones se registran en el llamado Hagadá de Pesaj o Pesahim[4]. Se comprende, entonces, por qué los primeros destinatarios hebreos de los evangelios sabían de qué se trataba al leer o escuchar la expresión «el himno» de la cena pascual. La siguiente cuestión apunta a develar el contenido del himno Hallel. El mismo se compone de cinco salmos que se iniciaban con la exclamación ¡Aleluia! (¡Alabad a Yahvé! derivado de Hallel). Se trata de los salmos que, de acuerdo a la más usual de las numeraciones comprenden el texto de los números 111 al 118. Entre ellos, el 113 b es el que nos ocupa, cuya letra comienza, en la versión latina: «Non nobis Domine...».

No a nosotros Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
para hacer brillar tu misericordia y tu verdad,
a fin de que jamás digan los gentiles: ¿Dónde está tu Dios?...

La poesía, el canto y la música religiosa constituyeron manifestaciones usuales en el pueblo elegido. La Sagrada Escritura contiene frecuente y detallado testimonio de estas expresiones características: desde el cántico de acción de gracias de Moisés, el de su hermana María, el Cantar de los Cantares, hasta los cantos e himnos que encontramos en el Nuevo Testamento, tales como el cántico de Zacarías y el Magnificat de la Santísima Virgen María[5].

Según los mismos libros sagrados y las tradiciones hebreas, se debe a David, rey, guerrero, poeta y cantor, el mérito de haber impulsado, cultivado y organizado estas inclinaciones y gustos de su pueblo. Además de componer, y cantar, numerosos salmos y cánticos, dio forma orgánica a la actividad de los cantores, coros y directores de coro, cuando reglamentó las funciones del levirato[6].

Es indudable también que Jesús conocía, cultivó y participó durante su vida de estos usos religiosos tradicionales. El P. Castellani, en su prólogo a El Psalterio en vulgar[7], anota que: «El Psalterio de David fue el devocionario y el catecismo (Prayer Book) de Jesús niño, ha dicho Bird S.J.; y mucho más de Jesús grande, diríamos nosotros. Probablemente lo sabía de memoria». No es nada de extrañar ya que de niño y adolescente frecuentaba la sinagoga y el templo de Jerusalem, en el cual ocurrió precisamente el episodio de su fugaz extravío o «pérdida» que narra san Lucas, cuando terminada la celebración de la Pascua, sus padres José y María regresaban a Nazareth.

Varias veces refieren los evangelios que, durante su vida pública, Jesús leía en las sinagogas, ante oyentes y concurrentes, la Sagrada Escritura. Las citas bíblicas que acompañaron su predicación y enseñanza indican el conocimiento y dominio que tenía sobre los textos sagrados, fruto natural de su frecuentación y familiaridad. Y, necesariamente, hubo de participar en los recitados, cantos y salmodias de las celebraciones religiosas, sobre todo en los treinta años de su vida privada, alternando con el silencio, la oración y el trabajo.

Las referencias e indicios señalados nos permiten, además, recrear otro rasgo personal de su existencia: su condición de predicador infatigable, de orador y de profeta, su hábito de enseñar públicamente en el templo, las sinagogas, en el mismo desierto, la montaña, y hasta desde una barca, requerían, y desarrollaban, virtudes naturales de sonoridad y potencia en la emisión de su voz. Debe recordarse que, en aquel entonces, no existían los modernos adelantos técnicos que facilitan la propagación y amplificación del sonido graduándolo según las necesidades y auditorios.

Por lo cual es dable suponer la intensa emoción y gravedad con las que habrá entonado por última vez, con los suyos, el Non nobis, Domine... y demás salmos, en alabanza de su Padre, aquella noche en que acabada la celebración «del Cenáculo, dio comienzo a la era del Tabernáculo»[8], al decidir quedarse con nosotros para siempre.

* En «Revista Gladius», Año 19 – N° 53 – Pascua de 2002, pp.43-47.


[1] Cifras que consigna Shakespeare en su drama. Al referirse a la batalla en su Historia de Inglaterra, Hilaire Belloc no hace mención de ellas.
[2] Para todos los textos y citas de la Sagrada Escritura seguimos La Santa Biblia, en la versión de monseñor Juan Straubinger, edición del Club de Lectores, Buenos Aires, 1986, impresa en dos tomos.
[3] Con mayor o menor detalle aluden al himno de alabanza Hallel, entre otros autores: Rops, Daniel en Jesús en su tiempo, Ed. Porrúa, México, 1994, p. 360; Ricciotti, Giuseppe, en Vida de Jesucristo, ed. Luis Miracle, Barcelona, 1978, p. 87; Straubinger, Juan, o.c., en nota de p. 677, tomo I.; Valtorta, María en El Hombre-Dios, ed. Centro Valtortiano, Italia, 1989, tomo II, p. 476; Revista La Biblia y su Mensaje, Madrid, N° 70, 1975, p. 8. Los salmos Aleluya; la misma revista N° 108, 1979, p. 3. La misa viene de la Biblia. Lecturas, Salmos, Aleluya. La revista está redactada por un Equipo de escrituristas de la Casa de la Biblia, Madrid, con censura eclesiástica del obispado de Salamanca.
[4] cfr. Hagadá de Pesaj, traducción completa al castellano por José Monin, ed. Sigal, Bs. As., 1931, edición bilingüe. En la p. 27 se registra el momento de la ceremonia referido al salmo Non nobis, Donmine...
[5] Cfr. Éxodo XV, 1 y ss.; en el vers. 20, el texto del Cántico de María.
[6] Cfr. I Paralipómenos, XXIII, 3, donde David designa cuatro mil levitas «para cantar el loor de Yahvé con los instrumentos que yo he hecho para alabanzas». En XXV se mencionan los nombres de los levitas que «tenían que ejercer la música sacra (en el Templo) con cítaras, salterios y címbalos», nombrándose a los «cantores» de la Casa de Yahvé. En el mismo libro y en el Libro de los Reyes se registra el texto de varios cánticos compuestos y cantados por el rey David.
[7] Cfr. El Psalterio en vulgar, traducción en verso de Carlos A. Sáenz, prólogo de Leonardo Castellani, ed. Dictio, Bs. As., 1980, p. 10.
[8] Expresión de Paul Claudel, en su poema Via Crucis, décimotercera estación (Corona benignitatis Anni Dei). El poema fue traducido por Ángel J. Battistessa.
_________________________

Quien quiera descargar y guardar el texto precedente en PDF, y ya listo para imprimir, puede hacerlo AQUÍ.

blogdeciamosayer@gmail.com

Entradas más populares de este blog

«Verba Christi» - Dietrich von Hildebrand (1889-1997)

«Levantad vuestras cabezas porque vuestra redención se acerca» - San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938)

«La Esperanza virtud heroica» - Abelardo Pithod (1932-2019)

Homilía en la Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice» - S.S. Benedicto XVI (1927-2022)

«In memoriam (P. Julio Meinvielle)» - Revista Mikael (1973-1983)