«El salmo 'Non nobis, Domini, non nobis...'» - Ricardo Bernotas (1934-2022)
Las patéticas secuencias que
enmarcan el canto del Non nobis..., como la densa y emotiva carga que
trasunta su acabada ejecución musical, sumadas al desgarrante sentido de la escena, producen una impresión
de tal fuerza que difícilmente se borrará de la memoria de cuantos la vieron.
Con posterioridad a la
exhibición del filme, la impactante ejecución vocal-musical del Non nobis...
alcanzó ponderada difusión radial y discográfica, escuchándose también su
interpretación por varios conjuntos corales.
Todo lo cual es ciertamente
adjetivo. Sin embargo, cabe agregar a estas consideraciones una explicación de
mayor entidad, con cierta cuota de sorpresa para algunos, la cual pasamos a
exponer sucintamente.
Ambos textos manifiestan,
ceñidamente, que Jesús, con los discípulos que lo acompañaron en la que fue su
última cena pascual terrenal, cantó o salmodió «el himno». La ausencia de
mayores indicaciones nos abre una suerte de incógnita, a despejar determinando
cuál fue el himno entonado por el Señor en los instantes previos al desencadenamiento
de su Pasión. Ante la grandeza trascendente de cuanto sucedía, el detalle queda
relegado a un segundo plano, tanto que suele pasar inadvertido en las notas con
que los traductores acostumbran explicar el lenguaje evangélico y, por lo
general, tampoco es tenido en cuenta por los exégetas. Empero, tiene su propia
relevancia según se apreciará ubicando los datos conocidos en el momento
histórico en que tuvieron lugar.
Así consta en los libros del
pueblo elegido, que prescriben con minucia el ritual a seguir durante la
festividad pascual. Todavía vigentes, estas normas comenzaron a elaborarse
varios siglos antes de Cristo y, en cuanto concierne a la cena pascual
propiamente dicha, sus disposiciones se registran en el llamado Hagadá de
Pesaj o Pesahim[4].
Se comprende, entonces, por qué los primeros destinatarios hebreos de los
evangelios sabían de qué se trataba al leer o escuchar la expresión «el himno»
de la cena pascual. La siguiente cuestión apunta a develar el contenido del
himno Hallel. El mismo se compone de cinco salmos que se iniciaban con
la exclamación ¡Aleluia! (¡Alabad a Yahvé! derivado de Hallel). Se trata
de los salmos que, de acuerdo a la más usual de las numeraciones comprenden el
texto de los números 111 al 118. Entre ellos, el 113 b es el que nos ocupa,
cuya letra comienza, en la versión latina: «Non nobis Domine...».
No a
nosotros Señor, no a nosotros,
sino a tu
nombre da la gloria,
para hacer
brillar tu misericordia y tu verdad,
a fin de
que jamás digan los gentiles: ¿Dónde está tu Dios?...
Según los mismos libros sagrados
y las tradiciones hebreas, se debe a David, rey, guerrero, poeta y cantor, el
mérito de haber impulsado, cultivado y organizado estas inclinaciones y gustos
de su pueblo. Además de componer, y cantar, numerosos salmos y cánticos, dio
forma orgánica a la actividad de los cantores, coros y directores de coro,
cuando reglamentó las funciones del levirato[6].
Es indudable también que Jesús
conocía, cultivó y participó durante su vida de estos usos religiosos
tradicionales. El P. Castellani, en su prólogo a El Psalterio en vulgar[7],
anota que: «El Psalterio de David fue el devocionario y el catecismo (Prayer
Book) de Jesús niño, ha dicho Bird S.J.; y mucho más de Jesús grande,
diríamos nosotros. Probablemente lo sabía de memoria». No es nada de extrañar
ya que de niño y adolescente frecuentaba la sinagoga y el templo de Jerusalem,
en el cual ocurrió precisamente el episodio de su fugaz extravío o «pérdida»
que narra san Lucas, cuando terminada la celebración de la Pascua, sus padres
José y María regresaban a Nazareth.
Varias veces refieren los
evangelios que, durante su vida pública, Jesús leía en las sinagogas, ante
oyentes y concurrentes, la Sagrada Escritura. Las citas bíblicas que
acompañaron su predicación y enseñanza indican el conocimiento y dominio que
tenía sobre los textos sagrados, fruto natural de su frecuentación y
familiaridad. Y, necesariamente, hubo de participar en los recitados, cantos y
salmodias de las celebraciones religiosas, sobre todo en los treinta años de su
vida privada, alternando con el silencio, la oración y el trabajo.
Las referencias e indicios
señalados nos permiten, además, recrear otro rasgo personal de su existencia:
su condición de predicador infatigable, de orador y de profeta, su hábito de
enseñar públicamente en el templo, las sinagogas, en el mismo desierto, la
montaña, y hasta desde una barca, requerían, y desarrollaban, virtudes
naturales de sonoridad y potencia en la emisión de su voz. Debe recordarse que,
en aquel entonces, no existían los modernos adelantos técnicos que facilitan la
propagación y amplificación del sonido graduándolo según las necesidades y
auditorios.
Por lo cual es dable suponer la
intensa emoción y gravedad con las que habrá entonado por última vez, con los
suyos, el Non nobis, Domine... y demás salmos, en alabanza de su Padre,
aquella noche en que acabada la celebración «del Cenáculo, dio comienzo a la
era del Tabernáculo»[8],
al decidir quedarse con nosotros para siempre.
* En «Revista Gladius», Año 19 – N° 53 – Pascua de 2002, pp.43-47.
[1]
Cifras que consigna Shakespeare en su drama. Al referirse a la batalla en su Historia
de Inglaterra, Hilaire Belloc no hace mención de ellas.
[2]
Para todos los textos y citas de la Sagrada Escritura seguimos La Santa
Biblia, en la versión de monseñor Juan Straubinger, edición del Club de
Lectores, Buenos Aires, 1986, impresa en dos tomos.
[3]
Con mayor o menor detalle aluden al himno de alabanza Hallel, entre
otros autores: Rops, Daniel en Jesús en su tiempo, Ed. Porrúa, México,
1994, p. 360; Ricciotti, Giuseppe, en Vida de Jesucristo, ed. Luis
Miracle, Barcelona, 1978, p. 87; Straubinger, Juan, o.c., en nota de p. 677,
tomo I.; Valtorta, María en El Hombre-Dios, ed. Centro Valtortiano,
Italia, 1989, tomo II, p. 476; Revista La Biblia y su Mensaje, Madrid, N°
70, 1975, p. 8. Los salmos Aleluya; la misma revista N° 108, 1979, p. 3.
La misa viene de la Biblia. Lecturas, Salmos, Aleluya. La revista está
redactada por un Equipo de escrituristas de la Casa de la Biblia, Madrid, con
censura eclesiástica del obispado de Salamanca.
[4]
cfr. Hagadá de Pesaj, traducción completa al castellano por José
Monin, ed. Sigal, Bs. As., 1931, edición bilingüe. En la p. 27 se registra el
momento de la ceremonia referido al salmo Non nobis, Donmine...
[5] Cfr. Éxodo XV, 1 y ss.; en el vers. 20, el texto del Cántico de María.
[6] Cfr. I Paralipómenos, XXIII, 3, donde David designa cuatro mil levitas
«para cantar el loor de Yahvé con los instrumentos que yo he hecho para
alabanzas». En XXV se mencionan los nombres de los levitas que «tenían que
ejercer la música sacra (en el Templo) con cítaras, salterios y címbalos»,
nombrándose a los «cantores» de la Casa de Yahvé. En el mismo libro y en el
Libro de los Reyes se registra el texto de varios cánticos compuestos y
cantados por el rey David.
[7] Cfr. El Psalterio en vulgar, traducción en verso de Carlos A. Sáenz,
prólogo de Leonardo Castellani, ed. Dictio, Bs. As., 1980, p. 10.
[8] Expresión de Paul Claudel, en su poema Via Crucis, décimotercera
estación (Corona benignitatis Anni Dei). El poema fue traducido por Ángel
J. Battistessa.
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