«Aviso a los carroñeros (Una polémica con “Página 12”)» - Aníbal D’Angelo Rodríguez (1927-2015)

El día 28 de julio de 2003, el diario Página 12, publicó una larga nota firmada por el periodista Sergio Kiernan en la cual se denunciaba la intervención de mi madre, Magdalena Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez, en la entrada al país de un rexista[1] belga, Jean-Jules Lecomte. La nota relataba que Lecomte había sido alcalde del pueblo de Chimay bajo la ocupación alemana y que «había sido condenado a muerte en ausencia» por un Consejo de guerra, por «traidor a su patria y genocida».

Por supuesto, Kiernan no se privó de mencionarme a mí en su nota, como «editor de la primera revista de la primera organización Tacuara», cosa que nunca fui. Con esa precisión tan común en los periodistas de izquierda, confundía una información tomada del libro «Tacuara» de Daniel Gutman. Pero no vale la pena entrar en esos detalles.

Lo cierto es que –con motivo de la nota de Kiernan– recibí primero un llamado del notorio Uki Goñi solicitando hablar conmigo sobre el caso. Por toda respuesta, colgué el teléfono. Me llamó luego una señorita Mathilde Guillaume, corresponsal de un diario belga. Con ella, por tratarse de una mujer, me entrevisté. Muy brevemente, porque mi respuesta fue la misma que implícitamente le di a Goñi: no doy información a esta clase de gente cuya caracterización haré más abajo. Ahora, para beneficio de los Kiernan, Goñis y Guillaumes reales y futuros, quiero explicarles por qué razones me niego a entrar en su juego.

Veamos: los Crímenes de Estado son algo tan viejo como la humanidad. Pero en el siglo XX ha habido un terrible incremento de ellos, tanto en cantidad de víctimas como en frecuencia. Yo entiendo por Crímenes de Estado aquellas acciones que culminan con la muerte de inocentes causada o tolerada por el mismo Estado bajo cuya jurisdicción están tales inocentes. Y entiendo por inocente cualquier persona no condenada tras un juicio justo y por Tribunales con cuya probidad e imparcialidad pueda contarse. Vamos a enumerar los principales de esos crímenes, tomando como pauta para graduarlos la única posible, que es el número de víctimas. Ya que si se trata del tipo expresado: muerte de inocentes por el Estado, cualquier otro factor no cambia lo sustancial del crimen.

A) Crímenes nazis. Se les atribuye la muerte de seis millones de judíos. Nunca he dudado de que los alemanes hayan matado a judíos inocentes según la definición dada. Ahora bien, cuántos fueron y cómo murieron, es algo sobre lo que, personalmente, suspendo el juicio hasta tanto se deroguen las leyes que en los países europeos prohíben negar (o sea, investigar) tales crímenes. Porque es la primera vez en la historia de la humanidad que un hecho histórico se «protege» con el Código Penal, lo que de por sí arroja un manto de sospecha sobre todo el asunto. Sin embargo, a los efectos de esta argumentación, aceptaré la cifra «canónica» aunque (como la de los 30.000 desaparecidos argentinos) carezca de bases documentales serias. Porque en verdad esta aceptación no cambia nada, como tampoco cambia que se agreguen otros millones de víctimas (como algunos hacen) con menor base documental aún.

B) Crímenes comunistas. Como es sabido, en 1997 se publicó «El libro negro del comunismo» en el cual seis historiadores de izquierda sintetizaron centenares de trabajos previos y llegaron a la conclusión de que los sistemas comunistas asesinaron, durante el siglo XX, a unos cien millones de personas. Desde su publicación, el libro ha sido objeto de los ataques histéricos de una izquierda que no tolera acusaciones. Pero tampoco cambiaría en nada que se demostrara, pongamos por caso, que las cifras reales son la mitad de las enunciadas cuidadosamente en el libro. Aún con esa «rebaja» del 50%, la situación no se modifica.

C) Crímenes de los civilizados occidentales, ingleses y norteamericanos. En los últimos años, muy poco a poco, se ha ido abriendo paso la verdad sobre sus crímenes, para nada inferiores a los otros:

1) Los bombardeos indiscriminados sobre ciudades alemanas, que no sirvieron para nada importante al esfuerzo de guerra y que causaron alrededor de un millón de víctimas civiles (Cfr. Tiempos Modernos de Paul Johnson, Capítulo 12, y el muy reciente libro de Jorg Friedrich Das Brand, o sea, El incendio). Entre estos crímenes debe contarse especialmente el atroz bombardeo a Dresde, ciudad sin objetivos militares, hecho en febrero de 1945, cuando la guerra estaba ya ganada y sólo para mostrar a Stalin que los aliados no aflojaban su ofensiva (Cfr. El Bombardeo de Dresde por David Irving).

2) La entrega a los soviéticos de prisioneros rusos de guerra que no querían volver a su país (pues sabían la suerte que les aguardaba) y de civiles que –en muchos casos– vivían en Occidente desde años antes de la guerra. Todo ello, en número superior a los cinco millones de personas. Una gran proporción fue asesinada de inmediato, mientras otros perecieron en campos de concentración de Siberia. Por cierto, los ejecutores, en este caso como en el cuarto de esta lista, fueron los soviéticos, pero en ambos casos los entregadores y cómplices fueron los occidentales (Cfr. The last secret por N.W, Bethell, Victims of Yalta por Nikolai Tolstoy y L’utopie au pouvoir por M. Heller y A. Nekrich, Capítulo IX).

3) Los maltratos contra prisioneros de guerra y civiles alemanes encerrados en campos de concentración ingleses y norteamericanos, calculándose en un millón los muertos en tales condiciones (Cfr. Crimes and mercies: the fate of German civilians under allied ocupation 1944-1950 y Other losse: The shocking truth behind the Mass Deaths of Disarmed German Soldiers and Civilians Under Eisenhower’s Comand, ambos por James Bacque, Little an Drown, Toronto, 1997).

4) La expulsión en condiciones atroces, de todos los habitantes alemanes de Silesia (hoy Polonia) y los Sudetes (Checoslovaquia). Tales acciones realizadas durante el invierno de 1945/46, produjeron más de dos millones de muertos. Por cierto, este es un caso clarísimo de genocidio según la misma definición de las Naciones Unidas. Nunca se investigó ni castigó a nadie por él (Cfr. artículo del New York Time reproducido en La Nación del 19/12/94 y del Boston Globe reproducido en La Nación del 26/5/02).

5) Entrega por los ingleses de soldados croatas rendidos, con sus familias, a los yugoeslavos de Tito, en Bleiburg, Austria. Asesinados algunos de inmediato y otros en largas «marchas de la muerte», en número de 150.000 (Cfr. La tragedia de Bleiburg, Studia Croatica, Buenos Aires c. 1975).

6) Si bien la decisión de arrojar la primera bomba atómica puede discutirse, está fuera de toda duda que la segunda, la arrojada sobre la ciudad más cristiana de Japón, Nagasaki, fue absolutamente innecesaria y realizada para probar una forma distinta del arma. Causó 80.000 víctimas. Desde luego, tratándose de muertes inocentes, debe en mi opinión agregarse a esto, los millones de niños por nacer ejecutados mediante abortos legalmente permitidos por las sociedades hedonistas.

De inmediato –las raras veces que se consigue entablar diálogo sobre este tema– se oye esta objeción: «¿Usted considera que unos crímenes justifican a los otros?». Mi categórica respuesta es que no: que un crimen más un crimen son dos crímenes y no ninguno. (Cosa que yo tengo en claro, no así el Gobierno de Israel, que contesta con «asesinatos selectivos» los atentados terroristas. Y sin que nadie proteste).

No es eso lo que aquí está en juego: una «compensación» de crímenes. Aquí se trata de fuerzas políticas encontradas en el siglo XX, todas las cuales, todas, tienen las manos tintas en sangre inocente. Pero –curiosamente– sólo una de ellas es permanentemente denunciada, condenada moralmente y desde luego castigada de manera feroz. Para ilustrar esto de una manera que sería cómica si no fuera trágica, hay que recordar que de los cien millones de crímenes comunistas no han sido llevados a juicio más de una docena de culpables, siempre en el marco de disputas políticas (como las que hubo entre Vietnam y Laos). Y que el Presidente de Alemania Oriental fue condenado por su participación en el muro de Berlín y en las muertes que causó ¡a seis años de prisión! En el mismo Diario (Clarín del 3/10/2000) se anunciaba que al cumplirse diez años de la unificación se habían dado por prescriptas todas las causas... contra los comunistas.

En estas condiciones, comienzo por calificar de carroñeros a los Kiernan, Goñi, Guillaume y Cia., que se alimentan de la carne podrida de unos crímenes cometidos por un sistema que desapareció hace casi sesenta años, mientas ignoran a los criminales comunistas que siguen hoy asesinando en Cuba, China, Corea, Vietnam. Actúan como las hienas y chacales que son; viven de los muertos, pero ni se acercan a los vivos que todavía muerden.

A tales carroñeros y a los que puedan seguirle quiero decirles que me enorgullezco de haber ayudado –aunque haya sido en la mínima forma en que podía hacerlo un chico de alrededor de 20 años– a unos cuantos a salvarse de esa justicia inicua que condena a unos y no sólo ignora las culpas de los otros, sino que pone en el lugar de los jueces a criminales por lo menos tan grandes como los reos.

Me consta que dentro de la Iglesia Católica (que ya en ese entonces no ignoraba estos hechos que han ido saliendo trabajosamente a la luz) y en instancias muy altas, se pensaba igual y por eso se ayudó a centenares o miles de personas perseguidas por la «justicia» de los vencedores.

Y les advierto que no esperen de mí, ayuda alguna para sus repugnantes tareas de carroñeros. Busquen información en otros lados, esa información que necesitan para ganarse la vida –y además tener «buena conciencia»– persiguiendo viejos, revolviendo basura seleccionada, comiendo en fin de las piltrafas con que suelen alimentarse los animalitos de su especie. 

* En «Revista Cabildo», 3ª época – Año III, N°31 – Ag./Sept. de 2003.


[1] Miembro del Rexismo, movimiento nacionalista y católico de Bélgica, fundado por León Degrell, y cuyos miembros nutrieron la famosa División Valonia, conformada por voluntarios para combatir al Bolchevismo, junto a Alemania y a otras naciones europeas, en el frente ruso, en la 2° Guerra Mundial (Nota de «Decíamos ayer...»). 
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