«...en la Santa Iglesia Católica» - Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
En la fiesta de San Pedro y San Pablo, recordemos, ante la grave crisis por la cual atraviesa la Iglesia, la enseñanza perenne de Santo Tomás respecto de nuestra fe en ella; y para que no desfallezca nuestra esperanza y aumente nuestra caridad.
Hay que saber que la palabra
«iglesia» significa «asamblea». Por lo cual la Santa Iglesia es lo mismo que la
asamblea de los fieles, y cada cristiano es como un miembro de esta Iglesia, de
la que se dice en la Escritura: Acercaos a mí, ignorantes, y congregaos en
la casa de la enseñanza (Eccli. 51, 31).
Esta Santa Iglesia tiene cuatro cualidades:
es UNA, es SANTA, es CATÓLICA, es decir, universal,
A) En primer lugar, la Iglesia
es UNA.
A este respecto hay que saber
que, aunque diversos herejes han inventado sectas diferentes, no pertenecen a
la Iglesia, porque están divididos en partes; en cambio la Iglesia es una. Lo
dice el Cantar: Única es mi paloma, mi perfecta (6, 8).
Ahora bien, TRES son las causas que
concurren a la unidad de la Iglesia.
PRIMERA, la unidad de la fe. En efecto, todos los cristianos
que integran el cuerpo de la Iglesia, creen en las mismas verdades. S. Pablo
decía a los Corintios: Tened todos un mismo lenguaje, y no haya entre
vosotros cismas (1 Cor. 1, 10); y a los Efesios: Un solo Dios, una sola
fe, un solo bautismo 4, 5).
SEGUNDA, la unidad de la esperanza. En efecto, todos
los cristianos están anclados en la misma esperanza de llegar a la vida eterna.
Por lo cual escribe el Apóstol a los Efesios: No hay más que un solo cuerpo
y un solo espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados (4,
4).
TERCERA, la unidad de la caridad. En efecto, todos los
cristianos están unidos en el amor de Dios y en el amor mutuo. Así oró Jesús a
su Padre: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como
nosotros somos uno (Jo 7, 22). Este amor, si es verdadero, se manifestará en
la mutua solicitud y en la mutua compasión. Escribe el Apóstol a los Efesios: Por la caridad, crezcamos mediante todas las
cosas en Cristo Jesús, que es nuestra cabeza, de quien todo el cuerpo, trabado
y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia
de cada miembro, crece y se edifica en la caridad (4, 15-16). Cada cual debe pues, servir al prójimo con la gracia que le
ha sido dada por Dios.
Por lo cual nadie debe tener en menos ni sufrir el ser arrojado y
apartado de esta Iglesia. Porque no hay sino una sola Iglesia en la que los
hombres se salvan, así como fuera del arca de Noé nadie pudo salvarse[1].
B) En segundo lugar, la Iglesia es SANTA.
A este respecto hay que saber que existe también otra asamblea, la de
los malvados. De ella dice el Salmista: Odio la iglesia de los malvados (Ps. 25, 5). Esta iglesia es mala, en cambio la Iglesia de Cristo es SANTA. En efecto, el Apóstol escribe a los
Corintios: El templo de Dios es
santo, y vosotros sois ese templo
(1 Cor. 3, 17). Por lo cual se dice en el Símbolo: Creo «en la Santa Iglesia».
Los fieles de esta asamblea son santificados por CUATRO realidades.
PRIMERO, por la sangre
de Cristo. Porque, así como una iglesia, al ser consagrada, es lavada
materialmente, así también los fieles han sido lavados en la sangre de Cristo. Se
lee en la Escritura: Nos amó, y
nos lavó de nuestros pecados en su sangre (Ap. 1, 5). Y también: Jesús,
queriendo santificar al pueblo por su propia sangre, padeció fuera de las
puertas de la ciudad (Hebr. 13,
12).
SEGUNDO, por la gracia
del Espíritu Santo. Porque, así como una iglesia, en la ceremonia de su
consagración, es ungida con óleo, así también los fieles son ungidos con una
unción espiritual para ser santificados; de otro modo no serían «cristianos».
«Cristo», en efecto, no significa otra cosa que «ungido». Pues bien, esta
unción es la gracia del Espíritu Santo. Escribe el Apóstol a los Corintios: El que nos ha ungido es Dios (2 Cor. 1, 21); y: Habéis sido santificados en el nombre de
nuestro Señor Jesucristo (1 Cor.
6, 11).
TERCERO, por la inhabitación
de la Trinidad. Porque cualquiera sea el lugar en que Dios habita, por el hecho
mismo de que lo habita, ese lugar es santo. De ahí la exclamación de Jacob: Verdaderamente este lugar es santo (Gen. 28, 16); y la afirmación del Salmista:
A tu casa, Señor, conviene la
santidad (Ps. 92, 5).
CUARTO, por la
invocación de Dios. En efecto, Jeremías dirige al Señor estas palabras: Señor, tú habitas en medio de nosotros; tu
nombre ha sido invocado sobre nosotros (Jer. 14, 9).
Por lo tanto, después de semejante santificación, debemos guardarnos de
manchar nuestra alma por el pecado, porque ella es el templo de Dios. Si alguno profanare el templo de Dios –afirma S. Pablo–, Dios lo perderá (1 Cor. 3, 17).
C) En tercer lugar, la Iglesia es CATÓLICA, es decir UNIVERSAL.
Lo es PRIMERO en cuanto al
lugar, porque, contrariamente a lo que pensaban los Donatistas, está extendida
por todo el mundo. En efecto, el Apóstol escribe a los Romanos: Vuestra fe es proclamada en todo el mundo (1, 8). Y Jesús, antes de subir al cielo,
había dicho a los Apóstoles: Id
por todo el mundo, predicad el evangelio a todas las creaturas (Mc. 16, 15). Por eso Dios, que antiguamente
era conocido tan sólo en Judea, ahora lo es en todo el mundo.
Pues bien, esta Iglesia comprende tres partes. Una está en la tierra,
otra en el cielo, y la tercera en el purgatorio.
SEGUNDO, la Iglesia es
universal en cuanto a la condición de los hombres que la componen, porque nadie
es desechado, ni el señor, ni el siervo, ni el varón, ni la mujer. Escribe S.
Pablo: No hay ya ni judío ni
griego, ni esclavo ni hombre libre, ni varón ni mujer, porque todos sois uno en
Cristo Jesús (Gal. 3, 28).
TERCERO, es universal en
cuanto al tiempo. Es cierto que algunos dijeron que la Iglesia debía durar
hasta una época determinada. Pero ello es falso, porque esta Iglesia comenzó
desde el tiempo de Abel y durará hasta el fin del mundo. Jesús, antes de ascender
al cielo, dijo a sus discípulos: Yo
estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo (Mt. 28, 20). Y después de la consumación
del mundo, perdurará en el cielo para siempre.
D) En cuarto lugar, la Iglesia es FIRME.
Se dice que una casa es firme, EN PRIMER LUGAR, si tiene buenos fundamentos. Ahora bien,
el fundamento principal de la Iglesia es Cristo. Dice el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento fuera de
aquél que ya ha sido puesto: Cristo Jesús (1 Cor. 3, 11). Fundamento secundario son los Apóstoles y su doctrina.
Por eso la Iglesia es firme. S. Juan escribe en el Apocalipsis (cf. 21, 14) que
la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos estaban escritos los nombres de
los doce Apóstoles. Por esto se dice que la Iglesia es APOSTÓLICA. De allí también que, para significar la
firmeza de esta Iglesia, Pedro fue nombrado su cabeza visible.
Se prueba EN SEGUNDO LUGAR, la firme solidez de una casa cuando, por más que se la sacude, no se la puede destruir. Ahora bien, nunca la Iglesia ha podido ser destruida:
–NI por los
perseguidores; al contrario, en el tiempo de las persecuciones más creció,
mientras que sus perseguidores y los que ella misma combatía sucumbieron,
conforme a las palabras de Jesús: Aquél
que cayere sobre esta piedra se hará pedazos; y aquél sobre le cual ella
cayere, será aplastado (Mt. 21,
44);
–NI por los errores; al contrario, cuando el número de errores es mayor, tanto más se manifiesta la VERDAD. Escribe S. Pablo: Son hombres de mente corrupta, réprobos en la fe; mas no lograrán sus intentos (2 Tim. 3, 8).
–NI por las tentaciones
de los demonios; porque la Iglesia es como una torre que protege al que lucha
contra el diablo: Torre fortísima
el nombre del Señor (Prov.18,10). Por
eso el diablo dirige sus principales esfuerzos a la destrucción de la Iglesia,
pero no prevalecerá, porque el Señor dijo: Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt. 16, 18), como diciendo: Lucharán
contra ti, pero no te vencerán (cf. Jer. 15, 20).
De aquí que solamente la Iglesia de Pedro (de la que vino a formar
parte toda Italia, cuando los discípulos fueron enviados a predicar) siempre
permaneció firme en la fe. Y mientras que en otras partes o no hay fe, o está
mezclada con muchos errores, la Iglesia de Pedro, en cambio, está erguida en la
fe y limpia de errores. No es extraño, porque el Señor dijo a Pedro: Yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe
no desfallezca (Lc. 22, 32).
* En «El Credo comentado», (Edición bilingüe, con introducción y traducción del P. Alfredo Sáenz S.J.), 2ª edición, Ed. Athanasius/ Scholastica, Buenos Aires, Argentina, 1991; pp. 141-151.
[1]
A este respecto afirma Pablo VI en su «Profesión de Fe», o Credo del Pueblo de
Dios: «Nosotros creemos que la Iglesia es necesaria para la salvación. Porque sólo
Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, que, en su Cuerpo, que es la
Iglesia, se nos hace presente. Pero el propósito divino de salvación abarca a
todos los hombres: y aquéllos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y
su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero y se esfuerzan,
bajo el influjo de la gracia
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