«Carta al Presidente Bierut ("Non possumus")» (fragmento) - Cardenal Stefan Wyszynski (1901-1981)
He aquí un fragmento de la emblemática carta enviada por el Cardenal Wyszynski -como primado de su país y junto con todo su episcopado- al gobierno comunista que sojuzgaba a la católica nación polaca. Recientemente beatificado, amigo y mentor de San Juan Pablo II, es modelo del pastor, abnegado y valeroso, que por amor a Dios y a la Iglesia, ofrece la vida por el bien de su rebaño.
[...]
27. Nos cuesta creer que este
estado de cosas escape a la atención de los dirigentes marxistas o que pongan
en tela de juicio la buena voluntad de la Iglesia. Porque cualquier persona de
buen sentido y juicio íntegro captaría inmediatamente la situación. No es la
Iglesia quien sabotea la paz y la unión entre todos los polacos, sino el odio
inexorable del partido a la religión en general y al catolicismo en particular.
A la luz de los hechos, se verá bien por qué se viene todos estos últimos
tiempos tratando de convencer al pueblo de que el Papa es enemigo de Polonia y
de la paz, o que los obispos favorecen el revisionismo. ¿No se trata de afilar
las armas contra el sumo Pontífice y contra los obispos para justificar la
lucha contra la Iglesia?
Nosotros no acusamos a nadie.
Estamos convencidos de que el odio que nos cerca se debe mucho más al sistema
que a los hombres con quienes discutimos. Sí, nuestros coloquios directos se han
desarrollado en una atmósfera más bien amigable. No podríamos admitir que ellos
ignoren verdaderamente nuestra situación, nuestra buena voluntad y la cruel
injusticia infligida a la Iglesia.
La gran responsable es la doctrina
del diamat[1].
Su dialéctica entraña el odio, la discordia y la lucha. ¿Cómo podría ella
tolerar el Evangelio del amor, del perdón y de la paz? ¡No es posible!
Habiéndole colgado a la religión el capirote de «superestructura de la base
económica» y de «instrumento de opresión de las masas obreras», el partido
tiene que acosarla sin piedad. Y se pregunta uno cómo una ideología que se dice
a sí misma «científica» y fundada en la experiencia, puede así formular tesis
puramente apriorísticas, sin control empírico, sin confrontación con la
realidad concreta, sin cuidarse de que un día esta realidad puede infligir un
sangrante mentís a estructuras ideales, construidas en el aire.
28. Todos los obispos polacos
consideramos un deber de conciencia señalar la situación trágica de la Iglesia
en Polonia y dar a conocer la opresión de que es víctima, así como los motivos
de inquietud, más, de agobio que crece sin cesar, de nuestro pueblo católico.
En el fondo de todo este mal
está el odio. Es él el que mina las fuerzas vivas de nuestra nación y presagia
terribles conflictos.
No escribimos esto para
desencadenar vanas polémicas. Nuestra única inquietud es dar con una solución
honesta y recta a este estado de cosas, por el interés de la Iglesia, pero
asimismo por el bien del Estado. Pues nada nos repugna tanto como lesionar la
unidad, sembrar la discordia o propagar el odio. ¡No renunciamos a esperar la
paz! Una vez más nos ofrecemos de buena voluntad para que entre en vigor el
Acuerdo cerrado entre la Iglesia y el Estado el 14 de abril de 1950.
Sin embargo tenemos que recalcar
que el éxito de nuestra gestión depende exclusivamente de la actitud que adopte
el gobierno. Todo el problema está ahí: ¿querrá o no querrá renunciar a su
hostilidad radical para con la religión católica? ¿Renunciará a sus planes de
exterminio y esclavitud, que tienden a relegar a la Iglesia al simple papel de
un instrumento del Estado?
29. Querríamos que el gobierno
se diera buena cuenta de lo que supone para la Iglesia el decreto sobre los
nombramientos eclesiásticos. Recordamos que por este acto –al que la
constitución priva de toda validez– el gobierno se arroga el derecho a inmiscuirse
sin tregua en los asuntos de la jurisdicción eclesiástica, si hace al caso
hasta en las cuestiones que dependen de la conciencia de los sacerdotes. Desde
el punto de vista de la Iglesia, tal pretensión es totalmente inaceptable.
Ante todo, la jurisdicción versa
sobre asuntos propiamente religiosos, internos y sobrenaturales, como son la
predicación de las verdades reveladas, la enseñanza de la moral cristiana, la
distribución de los sacramentos, el culto religioso y la sagrada liturgia, la
dirección de conciencia y de las almas. ¿En nombre de qué derecho podrían estos
dominios puramente religiosos depender del poder del Estado, encargado de la
gestión de los asuntos seculares y temporales? Pero ¿qué decir cuando este
poder se inspira en una doctrina atea que persigue a la Iglesia con un encono
irreductible?
La Iglesia no admite ni admitirá
jamás otra jurisdicción que la que dimana del Papa y de los obispos por
conductos rigurosamente jerárquicos. Por consiguiente, siempre que el brazo
secular usurpa la jurisdicción de la Iglesia, se apropia el bien ajeno y
quebranta no sólo la ley eclesiástica sino también la ley divina.
¿En qué nombre podría el
gobierno exigirnos a los obispos polacos que reconozcamos la validez de un acto
que está en flagrante contradicción con la estructura interna de la Iglesia y
sus derechos?
No nos negamos a tomar en
consideración las razones del gobierno, mas en lo concerniente a las funciones
eclesiásticas, no podemos confiarlas más que a aquéllos a quienes en conciencia
juzgamos aptos y dignos.
¿Cómo silenciar la ineptitud y
triste incompetencia para estas funciones de aquéllos que, bajo el efecto de la
presión política, se dejan manejar como instrumentos de disensión en el seno
mismo de la Iglesia? ¿Qué garantías pueden ofrecer esos sacerdotes, si en caso
de necesidad asumiesen la defensa de los derechos imprescriptibles de Dios y de
su Iglesia?
Si en lo sucesivo nos impide el
brazo secular promover a los puestos eclesiásticos a los que juzguemos dignos,
estamos decididos a dejarlos vacantes antes que confiar el gobierno de las
almas a manos indignas. Quienquiera que acepte un cargo eclesiástico de otras
manos que las nuestras, sepa desde ahora que incurre en excomunión.
Y si se nos coloca ante la alternativa de elegir entre someter la
jurisdicción eclesiástica al poder civil o hacer el sacrificio de nosotros
mismos, no vacilaremos un solo instante. Lo arrastraremos, fieles a nuestra
conciencia sacerdotal y a nuestra vocación apostólica. Venga lo que viniere, no
seremos nosotros quienes demos la espalda a las persecuciones. Si el
sufrimiento es nuestra porción, lo será únicamente por Cristo y su Iglesia. No
tenemos derecho a poner en los altares del César lo que es de Dios. «¡NON POSSUMUS!».
En nombre del bien de nuestra
nación, pedimos a los jefes del partido comunista que revisen su principio de
odio irreductible y ostracismo a la religión, a la Iglesia y a Dios. El
episcopado polaco encarece al Consejo de Ministros que haga el honor al
artículo 32, párrafo 7, de la constitución de la República popular, y asegure a
los católicos los derechos que allí se les garantizan.
* En «El Calvario de Polonia – Un Obispo al servicio de Dios», 5ª edición. Ediciones Secretariado Trinitario – Salamanca – 1982.
[1] «Diamat».
Acrónimo ruso referente al «Materialismo
dialéctico». (Nota de «Decíamos
ayer...»).
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