«Martín el Outlaw» - P. Leonardo Castellani (1899-1981)

En el «Día de la Tradición», en recuerdo del nacimiento de José Hernández, autor del «Martín Fierro», nuestro gran «poema épico» al decir de Lugones.

«Tiene mucho que rumiar
el que me quiere entender»

El presbítero doctor Francisco Compañy ha dado a la luz LA FE DE MARTÍN FIERRO, un cumplidísimo ensayo[1] acerca de nuestro poema nacional, que no puede venir en mejor momento.

Es sabido que él fue rechazado –y lo sigue siendo– durante más de 50 años por la intelectualidad portuario-liberal, que olió no sin razón en su fondo una intención política, y una condena al nuevo «Estado» inaugurado en la Argentina después del 53. La rehabilitación del gaucho Hernández vino del campo, que comenzó a leerlo con pasión; y de España, donde sus dos mayores pensadores, Unamuno y Menéndez y Pelayo –este último con alguna reticencia– proclamaron entrado este siglo que el tosco poema era poesía española de la mejor; y lo mejor que había dado la Argentina. Un nuevo campeón se alzó aquí poco después: Leopoldo Lugones, que en sus conferencias de 1915 en el Odeón, a las cuales asistía el Presidente Roque Sáenz Peña, y en el libro que salió dellas EL PAYADOR –el mejor de los suyos en prosa– impuso simplemente el MARTÍN FIERRO con un acabado análisis lingüístico, estético y social. Lástima que en el análisis filosófico –el primero y el último capítulo, La Vida Épica y El linaje de Hércules– falle Lugones; que aquel entonces había encontrado la tradición griega de nuestra civilización, y no todavía la romana y la cristiana, que halló después.

El presbítero cordobés ha estudiado la religiosidad del gaucho, real y profunda, aunque abandonada; y ha logrado su tesis con señorío. Carlos Alberto Leumann, en el mejor comentario existente al poema de Hernández, afirmó que era «libro religioso». No es tanto como eso: su trasfondo es religioso. Dudo ahora de llamar al de Leumann el mejor comentario, pues este libro de Compañy, aunque con un enfoque parcial –y capital– constituye un eximio comentario: el autor lo ha examinado casi estrofa por estrofa, con gran perspicacia y una cumplida erudición: lo rumió mucho, conforme al aviso del autor. Sus conocimientos y métodos son universitarios, y son innumerables las obras a que ha llamado. Un jurado de la Universidad de Córdoba lo rechazó como «tesis» por «poco científico» (!). Es en cambio crítica estrictamente científica.

Como digo, el rechazo del MARTÍN FIERRO continúa en nuestros días, aunque en sordina. Octavio Bunge, Martínez Estrada, Borges, entre los escritores, mantienen todavía la actitud de la oligarquía del 70. El que esto escribe mantuvo en la revista PRESENCIA del P. Meinvielle en 1949 una polémica cortés con el finado Héctor Sáenz y Quesada acerca del punto en cuestión. Sáenz y Quesada se alzó contra el «gaucho cornudo y borracho; además de asesino...»; improperio que he oído repetir en estos días a un afamado sacerdote; como si no hubieran leído la Segunda Parte, llamada con propiedad La Vuelta.

Baste decir ahora que Martín Fierro no es vulgar asesino: mata en defensa propia o en duelo criollo; y se desordena y matreriza en reacción humanamente disculpable –dado su carácter– a una grave injusticia social que le cae «de arriba», también en el sentido vulgar de la palabra. Como tantos héroes de poemas (Coriolano, Robin Hood, Jean Valjean), se levanta contra un estado inicuo de la sociedad: se defiende más bien, hasta que halla el camino de la paz. Él fue objeto de un crimen; y el crimen engendra crimen.

Recuerdo haber visto cuando niño en el acopio de cereales de mi abuelo materno a coros de colonos escuchar en silencio religioso o bien altas exclamaciones al leer alto a uno de ellos el MARTÍN FIERRO en esos fascículos de estraza en que llegaba entonces a la campaña, con las bolsas de yerba y la ferretería de Buenos Aires. Fue mi primera iniciación al poema patrio –y a la patria. El núcleo de la tosca y lírica narración es uno de los temas mayores de la poesía universal: el pecador que se regenera. Este tema ha dado además de los tres «héroes» arriba nombrados, el CRIMEN Y CASTIGO de Dostoiewsky, RESURRECCIÓN de León Tolstoi; y si me apura, hasta la trilogía sofocliana de EDIPO, la cumbre universal de la tragedia. He aquí lo que me esforzaba en repetir yo a Sáenz y Quesada. Desesperado por la injusticia social, Martín Fierro se pasa a la injusticia enemiga –fenómeno frecuente de los tiempos– acompañado de un sargento con el nombre sugestivo de Cruz; en quien Borges se empeña en ver un sórdido bandolero semejante al héroe –en el reciente cuento breve Biografía de Tadeo Isidoro Cruz–, el cual muere solemnemente en el arriscado camino; y el héroe encuentra una especie de infierno que precipita su regeneración moral, por hallar que la civilización aun abusada es mejor que la barbarie –cruda y casi satánica. Su caballeresca hazaña con la anónima y emocionante cautiva –que no es sino la civilización misma– el perdón a su mujer y la noble loa de las mujeres, de recia resonancia hidalga; el rechazo heroico de toda falta a su vuelta, y de sus antiguas costumbres cerriles; y los consejos a sus hijos –que contienen las cuatro virtudes cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza– muestran un hombre nuevo, y el fondo real de aquel hombre golpeado.

La relación de su hijo mayor el vejado y encarcelado, y la del gaucho Picardía, refuerzan la lección moral. En su segunda parte, lo mismo que Cervantes, Hernández vio de pleno a su héroe que para él cifraba y simbolizaba toda su raza.

Otro reparo contestaré, que me fue puesto en España: «Es un poema demasiado tosco e imperfecto; es demasiado informe para ser una epopeya». Por eso mismo es más preciado por más genuino, pues refleja mejor hasta en eso el estado de la civilización en estas naciones: nos retrata mejor hasta con sus deficiencias. La civilización hispana en estas tierras rudas hizo el mismo fenómeno biológico que las actinias de los experimentos de Driesch: ni se mantuvo entera ni se perdió, retrocedió al estado embrional, indiferenciándose sus tejidos, para engendrar un nuevo animal de la misma especie; como los moluscos tajados por medio del biólogo alemán. Esta idea aprobó con entusiasmo el gran psicólogo judío-húngaro Oliver Bracht, que me oyó sobre ella una conferencia en Barcelona, en el Ateneo Médico Catalán.

«El MARTÍN FIERRO es el mayor poema épico de la lengua castellana». Este juicio que me reportó don Santiago Lugones de su hermano mayor, me desconcertó al principio, pareciéndome exageración patriótica; o «ese gusto argentino por las grandezas inexistentes». Examinado aparece justo: el POEMA DE MYO CID es demasiado informe y métricamente rudo para ser un gran poema, falta «la vibración de la belleza en la palabra», como juzga Disandro, aunque su contenido épico sea mayor que el del nuestro; las «epopeyas» del Renacimiento –la mayor LA ARAUCANA– son artificiales imitaciones de Virgilio, métricamente correctas y aun brillantes, pero de contenido épico endeble o falso. El MARTÍN FIERRO, más robusto que el TABARÉ, es lo suficiente correcto en la forma y genuino en el fondo para fundar un gran poema; y hace excepción –única– al severo juicio de Disandro: «En la literatura argentina destácase la más absoluta carencia de sentido religioso».

También Lugones concuerda con el doctor Compañy: «la poesía épica es siempre religiosa», estampó en EL PAYADOR, aventando de un manotazo la tesis positivista de Rodolfo Senet de que «el gaucho no tenía religión».

Las profecías de Hernández se han cumplido todas (p.e. «Me tendrán en su memoria – Para siempre mis paisanos») y el estado actual del país con el desamparo de la población («las Provincias pobres», las fallas de la Justicia legal y el Gobierno enderezado solamente al «progreso» material, que incluso ahora ha hecho quiebra) no es muy diferente del de los gauchos de 1860. Hernández nos llama pues «a que nos inclinemos un poco más sobre el rostro sufriente de nuestra patria crucificada» en palabras de Carlos Alberto Disandro. 

* En «Martín Fierro», en «Leonardo Castellani - Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino» T° VIII, pp. 542-546. Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1976. Y recientemente reproducido en «La Otra Argentina», Editoriales Vórtice y Jauja, Buenos Aires – Mendoza, 2020, pp. 593-596.


[1] La Fe de Martín Fierro, Ediciones Theoria, Buenos Aires, año 1963.

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