«Capítulo 21» - Ricardo Güiraldes (1886-1927)

Del día ya no quedaba más que una barra de nubes iluminadas en el horizonte, cuando, por una lomada, enfrentamos los paraísos viejos de una tapera.

Don Segundo, revisando el alambrado, vio que podía dar paso en un lugar, en que dos hilos habían sido cortados. Tal vez una tropa de carros eligió el sitio, con el fin de hacer noche, aprovechando un robito de pastoreo para sus animales. No se veía a la redonda ninguna población, de suerte que el campo era como de quien lo tomara y los arbolitos, aunque en número de cuatro solamente, debían haber volteado alguna rama o gajo, que nos sirviera para hacer fuego.

Hicimos pasar nuestras tropillas al campo y, luego de haber desensillado, juntamos unas biznagas secas, unos manojos de hojarasca, unos palitos y un tronco de buen grueso. Prendimos fuego, arrimamos la pavita, en que volcamos el agua de un chifle para yerbear, y, tranquilos, armamos un par de cigarrillos de la guayaca, que prendimos en las primeras llamaradas.

Como habíamos hecho el fogón cerca de un tronco caído, de tala, tuvimos donde sentarnos y ya nos decíamos que la vida de resero, con todo, tiene sus partes buenas como cualquiera. Creo que la afición a la soledad de mi padrino, debía influir en mí; la cosa es que, rememorando episodios de mi andar, esas perdidas libertades en la pampa me parecían lo mejor. No importaba que el pensamiento lo tuviera medio dolorido, empapado de pesimismo, como queda empapada de sangre la matra que ha chupado el dolor de una matadura.

De grande y tranquilo que era el campo, algo nos regalaba de su grandeza y su indiferencia. Asamos la carne y la comimos sin hablar. Pusimos sobre las brasas la pavita y cebé unos amargos. Don Segundo me dijo, con su voz pausada y como distraída:

–Te vi’a contar un cuento, pa que se lo repitás a algún amigo cuando éste ande en la mala.

Cebé con más lentitud. Mi padrino comenzó el relato:

«–Esto era en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles».

Quedé un rato a la espera. Don Segundo nos dejaba caer, así, en un reino de ficción. Íbamos a vivir en el hilo de un relato. Saldríamos de una parte a otra. ¿De dónde para dónde?

«–Nuestro Señor, que asigún dicen jue el creador de la bondá, sabía andar de pueblo en pueblo y de rancho en rancho, por Tierra Santa, enseñando el Evangelio y curando con palabras. En estos viajes, lo llevaba de asistente a San Pedro, al que lo quería muy mucho, por creyente y servicial.

»Cuentan que en uno de esos viajes, que por demás veces eran duros como los del resero, como jueran por llegar a un pueblo, a la mula en que iba nuestro Señor, se le perdió una herradura y dentró a manquiar.

»Fijate –le dijo nuestro Señor a San Pedro– si no ves una herrería, que ya estamos dentrando al poblao.

»San Pedro, que iba mirando con atención, divisó un rancho viejo de paredes rajadas, que tenía encima de la puerta un letrero que decía: ERRERÍA. Sobre el pucho, se lo contó al Maistro y pararon delante del corralón.

»–¡Ave María! –gritaron. Y junto con un cuzquito ladrador, salió un anciano harapiento que los convidó a pasar.

»–Güenas tardes –dijo Nuestro Señor–. ¿Podrías herrar mi mula que ha perdido la herradura de una mano?

»–Apiensén y pasen adelante –contestó el viejo–. Voy a ver si puedo servirlos.

»Cuando, ya en la pieza, se acomodaron sobre unas sillas de patas quebradas y torcidas, Nuestro Señor le preguntó al herrero:

»–¿Y cuál es tu nombre?

»–Me llaman Miseria –respondió el viejo, y se jue a buscar lo necesario pa servir a los forasteros.

»Con mucha pasencia anduvo este servidor de Dios, olfateando en sus cajones y sus bolsas, sin hallar nada. Acobardao iba a golverse pa pedir disculpa a los que estaban esperando, cuando regolviendo con la bota un montón de basuras y desperdicios, vido una argolla de plata, grandota.

»–¿Qué haceh'aquí vos? –le dijo, y recogiéndola se jue pa donde estaba la fragua, prendió el juego, reditió la argolla, hizo a martillo una herradura y se la puso a la mulita de Nuestro Señor. ¡Viejo sagás y ladino!

»–¿Cuánto te debemos, güen hombre? –preguntó Nuestro Señor.

»Miseria lo miró bien de arriba abajo y, cuando concluyó de filiarlo, le dijo:

»–Por lo que veo, ustedes son tan pobres como yo. ¿Qué diantre les vi a cobrar? Vayan en paz por el mundo, que algún día tal vez Dios me lo tenga en cuenta.

»–Así sea –dijo Nuestro Señor y, después de haberse despedido, montaron los forasteros en sus mulas y salieron al sobrepaso.

»Cuando iban ya retiraditos, le dice a Jesús este San Pedro, que debía ser medio lerdo:

»–Verdá, Señor que somos desagradecidos. Este pobre hombre nos ha herrao la mula con una herradura'e plata, no noh'a cobrao nada por más que es repobre, y nohotros nos vamos sin darle siquiera una prenda de amistá.

»–Decís bien –contestó Nuestro Señor–.Volvamos hasta su casa pa concederle tres gracias, que él elegirá a su gusto.

»Cuando Miseria los vido llegar de vuelta, creyó que se había desprendido la herradura y los hizo pasar como endenantes. Nuestro Señor le dijo a qué venían y el hombre lo miró de soslayo, medio con ganitas de rairse, medio con ganitas de disparar.

»–Pensá bien –dijo Nuestro Señor– antes de hacer tu pedido.

»San Pedro, que se había acomodao atrás de Miseria, le sopló:

»–Pedí el Paraíso.

»–Cayate viejo le contestó por lo bajo Miseria, pa después decirle a Nuestro Señor:

»–Quiero que el que se siente en mi silla, no se pueda levantar della sin mi permiso.

»–Concedido –dijo Nuestro Señor–. ¿A ver la segunda gracia? Pensala con cuidao.

»–¡Pedí el Paraíso! –golvió a soplarle de atrás San Pedro.

»–Cayate viejo metido –le contestó por lo bajo Miseria, pa después decirle a Nuestro Señor:

»–Quiero que el que suba a mis nogales, no se pueda bajar dellos sin mi permiso.

»–Concedido –dijo Nuestro Señor–. Y aura, la tercera y última gracia. No te apurés.

»–¡Pedí el Paraíso, porfiao! –le sopló de atrás San Pedro.

»–¿Te quedrás callar viejo idiota? –le contestó Miseria enojao, pa después decirle a Nuestro Señor:

»–Quiero que el que se meta en mi tabaquera no pueda salir sin mi permiso.

»–Concedido –dijo Nuestro Señor y, después de despedirse se jue.

»Ni bien Miseria quedó solo, comenzó a cavilar y, poco a poco, jue dentrándole rabia de no haber sabido sacar más ventaja de las tres gracias concedidas.

»–También, seré sonso –gritó, tirando contra el suelo el chambergo–. Lo que es, si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.

»En ese mesmo momento, se presentó a la puerta'el rancho un caballero que le dijo:

     »–Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís. Y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionao, que traiba en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en el trato, firmaron los dos con mucho pulso, arriba de un sello que traiba el rollo».

–¡Reventó la yegua el lazo! –comenté.

–Aura verás, dejate estar callao pa aprender cómo sigue el cuento.

Miramos alrededor la noche como para no perder contacto con nuestra existencia actual, y mi padrino prosiguió:

«–Ni bien el Diablo se jue y Miseria quedó solo, tantió la bolsa de oro que le había dejao Mandinga, se miró en el bañadero de los patos, donde vido que estaba mozo, y se jue al pueblo pa comprar ropa, pidió pieza en la fonda como Señor, y durmió esa noche contento.

»¡Amigo!, había de ver cómo cambió la vida deste hombre. Terció con príncipes y gobernadores y alcaldes, jugaba como nenguno en las carreras, viajó por todo el mundo, tuvo trato con hijas de Reyes y Marqueses...

»Pero, bien dicen que pronto se pasan los años cuando se emplean de este modo, de suerte que se cumplió el año vegísimo y, en un momento casual, en que Miseria había venido a rairse de su rancho, se presentó el diablo con el nombre del caballero Lilí, como vez pasada, y peló el contrato pa exigir que se le pagara lo convenido.

»Miseria, que era hombre honrao, aunque medio tristón, le dijo a Lilí que lo esperara, que iba a lavarse y ponerse güena ropa pa presentarse al Infierno, como era debido. Así lo hizo, pensando que al fin todo lazo se corta y que su felicidá había terminao.

»Al golver lo halló a Lilí, sentao en su silla, aguardando con pasencia.

»–Ya estoy acomodao –le dijo–, ¿vamos yendo?

»–¡Cómo hemos de irnos –contestó Lilí– si estoy pegao en esta silla como por un encanto!

»Miseria se acordó de las virtudes que le había concedido el hombre'e la mula y le dentró una risa tremenda.

»–¡Enderezate pues maula, si sos diablo! –le dijo a Lilí.

»Al ñudo este hizo bellaquear la silla. No pudo alzarse ni un chiquito y sudaba, mirándolo a Miseria.

»–Entonces –le dijo el que jue herrero– si querés dirte, firmame otros veinte años de vida y plata a discreción.

»El demonio hizo lo que le pedía Miseria, y este le dio permiso pa que se juera.

»Otra vez el viejo, remosao y platudo, se golvió a correr mundo: terció con príncipes y manates, gastó plata como naides, tuvo trato con hijas de Reyes y de comerciantes juertes...

»Pero los años, pa'l que se divierte, juyen pronto, de suerte que, cumplido el vegísimo, Miseria quiso dar fin cabal a su palabra y rumbió al pago de su herrería.

»A todo esto Lilí, que era medio lenguaraz y alcahuete, había contao en los infiernos el encanto'e la silla.

»–Hay que andar con ojo alerta –había dicho Lucifer–. Ese viejo está protegido y es ladino. Dos serán los que lo van a buscar al fin del trato.

»Por esto jue que al apiarse en el rancho, Miseria vido que lo estaban esperando dos hombres, y uno de ellos era Lilí.

»–Pasen adelante; sientensén –les dijo– mientras yo me lavo y me visto, pa dentrar al Infierno como es debido.

»–Yo no me siento –dijo Lilí.

»–Como quieran. Pueden pasar al patio y bajar unas nueces, que seguramente serán las mejores que habrán comido en su vida de Diablos.

»Lilí no quiso saber nada pero, cuando se hallaron solos, su compañero le dijo que iba a dar una güelta por debajo de los nogales, a ver si podía recoger del suelo alguna nuez caida y probarla. Al rato no más golvió, diciendo que había hallao una yuntita y que, en comiéndolas, naide podía negar que jueran las más ricas del mundo.

»Juntos se jueron p'adentro y comenzaron a buscar sin hallar nada.

»Pa esto, al diablo amigo de Lilí se le había calentao la boca y dijo que se iba a subir a la planta, pa seguir pegándole al manjar. Lilí le alvirtió que había que desconfiar, pero el goloso no hizo caso y subió a los árboles, donde comenzó a tragar sin descanso, diciéndole de tiempo en tiempo:

»–¡Cha que son güenas! ¡Cha que son güenas!

»–Tirame unas cuantas –le gritó Lilí, de abajo.

»–Allá va una –dijo el de arriba.

»–Tirame otras cuantas –golvió a pedirle Lilí, ni bien se comió la primera.

»–Estoy muy ocupao –le contestó el tragón–. Si querés más, subite al árbol.

»Lilí, después de cavilar un rato se subió.

»Cuando Miseria salió de la pieza y vido a los dos diablos en el nogal, le dentró una risa tremenda.

»–Aquí estoy a su mandao –les gritó–.Vamos cuando ustedes gusten.

»–Es que no nos podemoh'abajar –le contestaron los diablos, que estaban como pegaos a las ramas.

»–Lindo –les dijo Miseria– entonces firmenmén otra vez el contrato, dándome otros veinte años de vida y plata a discreción.

»Los diablos hicieron lo que Miseria les pedía y éste les dio permiso pa que bajaran.

»Miseria golvió a correr mundo y terció con gente copetuda y tiró plata y tuvo amores con damas de primera...

»Pero los años dentraron a disparar, como endenantes, de suerte que al llegar el año vegísimo, Miseria, queriendo dar pago a su deuda, se acordó de la herrería en que había sufrido.

»A todo esto, los diablos en el Infierno le habían contao a Lucifer lo sucedido y éste, enojadazo, les había dicho:

»–¡Canejo! ¿No les previne de que anduvieran con esmero, porque ese hombre era por demás ladino? Esta güelta que viene, vamoh'a dir toditos a ver si se nos escapa.

»Por esto jue que Miseria, al llegar a su rancho, vido más gente riunida que en una jugada'e taba. Pero esa gente, acomodada como un ejército, parecían estar a la orden de un mandón con corona. Miseria pensó que el mesmito Infierno se había mudao a su casa y llegó, mirando como pato el arriador, a esa pueblada de diablos. “Si escapo desta –se dijo– en fija que ya nunca la pierdo”. Pero haciéndose el muy templao, preguntó a aquella gente:

»–¿Quieren hablar conmigo?

»–Sí -contestó juerte el de la corona.

»–A usté –le retrucó Miseria– no le he firmao contrato nenguno, pa que venga tomando velas en este entierro.

»–Pero me vah'a seguir –gritó el coronao–, porque yo soy el Ray de loh'Infiernos.

»–¿Y quién me da el certificao? –alegó Miseria–. Si usté es lo que dice, ha de poder hacer de fijo, que todos los diablos dentren en su cuerpo y golverse una hormiga.

»Otro hubiera desconfiao, pero dicen que a los malos los sabe perder la rabia y el orgullo, de modo que Lucifer, ciego de juror, dio un grito y en el momento mesmo, se pasó a la forma de una hormiga, que llevaba adentro a todos los demonios del Infierno.

»Sin dilación, Miseria agarró el bichito que caminaba sobre los ladrillos del piso, lo metió en su tabaquera, se jue a la herrería, la colocó sobre el yunque y, con un martillo, se arrastró a pegarle con todita el alma, hasta que la camiseta se le empapó de sudor.

»Entonces, se refrescó, se mudó y salió a pasiar por el pueblo.

»¡Bien haiga, viejito sagás! Todos los días, colocaba la tabaquera sobre el yunque y le pegaba tamaña paliza, hasta empapar la camiseta, pa después salir a pasiar por el pueblo.

»Y así se jueron los años.

»Y resultó que ya en el pueblo, no hubo peleas, ni plaitos, ni alegaciones. Los maridos no las castigaban a las mujeres, ni las madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como Dios manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se vían luces malas y los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta los perros jueron virtuosos. Los vecinos se entendían bien, los baguales no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló de rico. Qué, si ni había que baldiar los pozos por que toda agua era güena».

–¡Ahahá! -apoyé alegremente.

–Sí –arguyó mi padrino–, no te me andeh'apurando.

»Ansina como no hay caminos sin repechos, no hay suerte sin desgracias, y vino a suceder que abogaos, procuradores, jueces de paz, curanderos, médicos y todos los que son autoridá y viven de la desgracia y vicios de la gente, comenzaron a ponerse charcones de hambre y jueron muriendo.

»Y un día, asustaos, los que quedaban de esta morralla se endilgaron pa lo del Gobernador, a pedirle ayuda por lo que les sucedía. Y el Gobernador, que también dentraba en la partida de los castigaos, les dijo que nada podía remediar y les dio una plata del Estao, alvirtiéndoles que era la única vez que lo hacía, porque no era obligación del Gobierno el andarlos ayudando.

»Pasaron unos meses y ya, los procuradores, jueces y otros bichos iban mermando por haber pasao los más a mejor vida, cuando uno dellos, el más pícaro, vino a maliciar la verdá y los invitó a todos a que golvieran a lo del Gobernador, dándoles promesa de que ganarían el plaito.

»Así jue. Y cuando estuvieron frente al manate, el procurador le dijo a Sueselencia que todah'esas calamidades sucedían, porque el herrero Miseria tenía encerraos en su tabaquera a los Diablos del Infierno.

»Sobre el pucho, el mandón lo mandó trair a Miseria y, en presencia de todos, le largó un discurso:

»–¿Ahá, sos vos? ¡bonito andás poniendo al mundo con tus brujerías y encantos, viejo indino! Aurita vah'a dejar las cosas como estaban, sin meterte a redimir culpas ni castigar diablos. ¿No ves que siendo el mundo como es, no puede pasarse del mal y que las leyes y lah'enfermedades y todos los que viven d'ellas, que son muchos, precisan de que los diablos anden por la tierra? En este mesmo momento vah'al trote y largas loh'Infiernos de tu tabaquera.

»Miseria comprendió que el Gobernador tenía razón, confensó la verdá y jue pa su casa pa cumplir lo mandao.

»Ya estaba por demás viejo y aburrido del mundo, de suerte que irse dél poco le importaba.

»En su rancho, antes de largar los diablos, puso la tabaquera en el yunque, como era su costumbre, y por última vez le dio una güena sobada, hasta que la camiseta quedó empapada de sudor.

»–¿Si yo los largo van a andar embromando por aquí? –les preguntó a los mandingas.

»–No, no –gritaban éstos de adentro–. Larganos y te juramos no golver nunca por tu casa.

»Entonces Miseria abrió la tabaquera y los lisenció pa que se jueran.

»Salió la hormiguita y creció hasta ser el Malo. Comenzaron a brotar del cuerpo de Lucifer todos los demonios y redepente, en un tropel, tomó esta diablada por esas calles de Dios, levantando una polvadera como nube'e tormenta.

»Y aura viene el fin:

»Ya Miseria estaba en las últimas humeadas del pucho, porque a todo cristiano le llega el momento de entregar la osamenta y él bastante la había usao.

»Y Miseria, pensando hacerlo mejor, se jue a echar sobre sus jergas a esperar la muerte. Allá, en su piecita de pobre, se halló tan aburrido y desganao, que ni se levantaba siquiera pa comer ni tomar agua. Despacito no más se jue consumiendo, hasta que quedó duro y como secao por los años.

»Y aura es que, en habiendo dejao el cuerpo pa los bichos, Miseria pensó lo que le quedaba por hacer y, sin dilación porque no era sonso, el hombre enderezó pa'l Cielo y después de un viaje largo, golpió en la puerta deste.

»Cuantito se abrió la puerta, San Pedro y Miseria se reconocieron, pero al viejo pícaro no le convenían esos recuerdos y, haciéndose el chancho rengo, pidió permiso pa pasar.

»–¡Hum! –dijo San Pedro–. Cuando yo estuve en tu herrería con Nuestro Señor, pa concederte tres Gracias, te dije que pidieras el paraíso y vos me contestaste: “Callate viejo idiota”. Y no es que te la guarde, pero no puedo dejarte pasar aura, porque en habiéndote ofrecido tres veceh'el Cielo, vos te negaste a acetarlo.

»Y como ahí no más el portero del Paraíso cerró la puerta, Miseria, pensando que de dos males hay que elegir el menos pior, rumbió pa'l Purgatorio a probar como andaría.

»Pero amigo, allí le dijeron que sólo podían dentrar las almas destinadas al cielo y que como él nunca podría llegar a esa gloria, por haberla desnegao en la oportunidá, no podían guardarlo. Las penas eternas le tocaban cumplirlas en el Infierno.

»Y Miseria enderezó al Infierno y golpió en la puerta, como antes golpiaba en la tabaquera sobre del yunque, haciendo llorar los diablos. Y le abrieron pero, qué rabia no le daría cuando se encontró cara a cara con el mesmo Lilí.

»–¡Maldita mi suerte –gritó–, que andequiera he de tener conocidos!

»Y Lilí, acordándose de las palizas, salió que quemaba, con la cola como bandera'e comisaría, y no paró hasta los pieses mesmo de Lucifer, al que contó quién estaba de visita.

»Nunca los diablos se habían pegao tan tamaño susto y el mesmito Ray de los Infiernos, recordando también el rigor del martillo, se puso a gritar como gallina culeca, ordenando que cerraran bien toditas las puertas, no juera a dentrar semejante cachafaz.

»Ahí quedó Miseria, sin dentrada a ningún lao porque ni en el cielo, ni en el Purgatorio, ni en el Infierno lo querían como socio y dicen que es por eso que, dende entonces, Miseria y Pobreza son cosas de este mundo y nunca se irán a otra parte, porque en ninguna quieren almitir su existencia».

Una hora habría durado el relato y se había acabado el agua. Nos levantamos en silencio para acomodar nuestras prendas.

–¡Pobreza! –dije estirando mi matra donde iba a echarme.

–¡Miseria! –dije acomodando el cojinillo que me serviría de almohada.

Y me largué sobre este mundo pero sin sufrir, porque al ratito estaba como tronco volteado a hachazos.

* En «Don Segundo Sombra», págs. 225-239, con ilustraciones de Alberto Güiraldes, Ed. Guillermo Kraft, Buenos Aires – 1960.

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